Los poemas de Lorca, la campiña andaluza pintada en sus letras, el sueño de un amor gitano, siempre estuvieron en mí, presentes desde las aulas de la escuela, por ello es que un día decidí intentar mis sueños, pero al no ser posible en tierras lorquianas pensé que era una buena ocasión en las de mi patria. Armé mi “mono” (las pertenencias envueltas en una colcha anudada por sus extremos en forma cruzada) y me lancé al camino, viajando “a dedo” (es decir pidiendo a los automovilistas o camioneros que me llevaran).
Porque con dinero es fácil viajar, pero sin él hay que ingeniárselas, desde mi litoral hacia el norte cordobés, deseando llegar a tierras riojanas, pues allí sabia de pobladores de origen árabe y andaluz entre otros, y pensaba encontrar entonces a alguna descendiente de sangre romaní, o en su defecto, mora, que se emparentara con mis sueños de amores gitanos. Quizás locura, o simplemente la fuerza de los sueños de juventud.
Cansado y en pleno valle serrano me hallé a dos días de mi partida. Un rápido desayuno y ducha en el sector reservado para camioneros en una estación de servicios y a recorrer la pequeña ciudad en búsqueda de mi objetivo: trabajo relacionado con la industria del olivo. A poco de andar encontré un predio muy bonito con construcciones importantes de aspecto industrial y un cartel que decía “Aceite de Oliva La Serrana”. “Vaya, no se gastaron mucho en ponerle nombre” pensé. En la entrada había un puesto de venta donde el personal me indicó la oficina administrativa y hacia allí me dirigí.
Con sencillez, desplegué mis escasos conocimientos del tema ante el dueño de la empresa, que fue quien me atendió e indagó sobre mi persona y experiencia laboral.
“La verdad, joven, es que sus conocimientos son pobres, pero veo que tiene buena voluntad, además de provenir de la misma provincia de la que llegó mi padre a este lugar, para iniciar esto que usted ve hoy, hace unos cuantos años. Él tenía viñedos, hasta que, por decisiones políticas, se determinó que Cuyo sería la región a desarrollar vitivinícolamente. La familia inició otros proyectos, las vides quedaron a un lado y, en fin, historia pasada”.
Descubrí que su apellido me era conocido y la plática fue aún más amena: por mi zona quedaban algunos de sus parientes y los jóvenes de la familia intentaban reactivar los viñedos. Luego me explicó las tareas para las que me podía emplear, el sito donde se desarrollaban (una finca próxima a la ciudad) donde, además, permanecería de lunes a sábado, con la opción de quedarme ahí los domingos hasta finalizar la cosecha. Luego él vería quienes rendían más y si necesitaba incorporar gente para las tareas pos cosecha. Siempre y cuando cumpliera bien con mi tarea, tendría la posibilidad de seguir, y finalmente pactamos el sueldo. Feliz por conseguir mi empleo como jornalero en la plantación de la fábrica, me dispuse a conseguir un lugar donde pernoctar, poder comer algo más sustancioso, lavar mis ropas y dormir bien para estar fresco al día siguiente, sin olvidar de llamar a mi familia para avisarle.
Antes del sol comenzó mi jornada, desde la planta a la finca, fui en un transporte colectivo donde conocí a mis compañeros de trabajo. Me recibió un serio capataz que me dio las instrucciones y elementos para desarrollar mi labor: debía recoger los frutos, ponerlos en un saco de lona que pendía de mi espalda y luego que se llenara, depositarlos en cestas que recogía un tractor con acoplado, desde las 8 de la mañana hasta las 12. Ahí deteníamos la labor por una hora para almorzar y descansar un rato hasta la 1 de la tarde y luego otra vez a trabajar hasta las 5. No era pesado, sí un tanto cansador el hecho de subir y bajar una escalera portátil para quitar del árbol las aceitunas, luego de comprobar que estaban listas para ser cosechadas, y transportar esa escalera hacia el siguiente olivo. Durante el almuerzo, el mismo capataz que me había estado observando y corrigiendo, me hizo las observaciones del caso y me alentó a continuar con empeño. También los compañeros me dieron apoyo y sus “secretos” para no dañar la planta y reconocer el punto de maduración del fruto a recoger, aunque siempre previamente un experto recorría la plantación e indicaba dónde se debía trabajar. Terminada la jornada, José (el capataz) me llevó hasta un amplio galpón, contiguo al que se usaba para guardar las cestas.
“Joven, este será su lugar de estadía, este galpón está dividido en boxes donde tendrá su cama, un armario para dejar sus pertenencias, mesa y silla. Hay una cocina comunitaria, y al fondo un baño general, aquí pernoctan los peones que no son del pueblo, así que, como es el único, por el momento estará solo. Le recomiendo el aseo personal y del lugar, y aunque esté solo, compórtese con pudor”.
Procedí a al aseo y cambiarme con ropas más prolijas y salí a fumar afuera y ahí estaba José nuevamente, aguardando que terminaran de ducharse los demás para llevarlos de regreso.
“Venga, le muestro más el lugar mientras espero a los otros “changos”. Estos tres galpones que siguen son para almacenamiento, si ve algo fuera de lo común, como humo, por ejemplo, le pido que me avise a mi celular y yo le diré qué hacer. Aquel de más allá, cumple las mismas funciones que en el que usted va a residir, sólo que allí hay más gente, pues lo ocupan los empleados de la hostería. Esto es un pequeña estancia, donde además de cultivar el olivo, se crían chivos que cuida personal en el otro extremo y la hostería detrás de ese monte de frutales. Ahí permanentemente hay turistas que nos vistan y descansan, le ruego que si va por ese lado lo haga prolijamente vestido, como está ahora. En la parte de atrás del comedor hay como un kiosco, ahí puede comprar lo necesario para su permanencia acá, es para el personal. No puede ir a comer a la hostería, ni aun en día domingo, más que una recomendación es una orden, si cumple y aprende, le puedo dar alguna “changa”, como ser guiar a los visitantes los días domingos, si no decide irse al pueblo a pasear un rato. En tal caso le recomiendo que no tome alcohol en exceso, pues lo echo. ¿Tiene dinero para sus compras? Dígame pues, así yo aviso si es necesario que le den crédito en el kiosco.”
Así mis días se hicieron rutinarios: madrugar, tomar unos mates, trabajar, almorzar, trabajar, para luego al llegar al box, tomar otros mates, bañarme, a veces si me sentía cansado dormir un rato o caminar por el lugar, comprar la cena y la comida para el otro día, en alguna ocasión compraba lo necesario para yo preparármela. Solía quedarme un rato conversado con el matrimonio que atendía el kiosco o usaba mi teléfono para comunicarme con mi familia o entretenerme con internet.
El primer sábado, apenas retornamos para el almuerzo me llamó Don Carlos, el dueño.
“Buenas Elías, ¿Cómo andas? ¿Qué tal el trabajo?, ¿Te gusta?”
Respondí de modo amable y le fui dando mis impresiones.
“Te llamé primero, mientras los otros se arreglan, así te pago, y además para decirte que, si no te vas al pueblo, te dejo la “changa” de limpiar las cestas y revisar y acomodar las herramientas. Eso te lo pago aparte la semana que viene, los sábados cortamos al medio día, y a veces algún día de la semana, según como estemos de trabajo en la planta, así no se nos amontonan las aceitunas. ¡Ah, y cuando te quedas como ahora, si necesitas algo del pueblo me decís y el lunes te lo mando, si yo no ando el domingo por acá!”
Me entrego la ropa de trabajo, (hasta el momento utilizaba las más viejas propias) y me saludó despidiéndose.
Ahora tenía mi rutina semanal: una larga jornada de trabajo de lunes a viernes, medio día los sábados, los atardeceres para disfrutar del mate y las vistas del lugar. Entre el sábado por la tarde y el domingo a la mañana, las tareas extra y aseo de mi ropa, los domingos almorzaba en las proximidades del kiosco si el día era soleado, o en mi box. Y luego me dedicaba a la lectura de diarios y de folletos del lugar. Así fui aprendiendo de la planta, de sus variedades, de sus hojas, frutos, enfermedades, cuidados y de la comercialización, como así también de la extracción del aceite, conocimientos que exponía en mi charlas con José y los demás compañeros, los que me alentaban a seguir aprendiendo y hasta a veces me consultaban por alguna cosa de las que leía.
“Elías, sé por José que has estado aprendiendo mucho de olivos, aceitunas y demás. Este fin de semana nos visita un colegio cuyano, generalmente contratan algún guía en el pueblo, pero como vienen de una región donde hay plantaciones como la nuestra, quiero que tú los acompañes y les des toda la información sobre nuestros cultivos. Luego, en la planta yo me encargo, pero tú los deberás guiar hasta allá”. Las palabras de Don Carlos sonaron a reto y gustoso me predispuse a cumplir.
Apenas arribaron me presenté impecablemente vestido, les di la bienvenida y de repente descubro entre el contingente a una bella morocha de pelo ensortijado, de un porte voluptuoso, una belleza incomparable… “Mi gitana” me dije y me quedé impávido, observándola. Luego de que dejaran sus pertenecías en la hostería, vinieron a mí encabezados por la directora, quien me presentó al grupo de docentes. Valeria se llamaba la morocha, además era muy simpática y locuaz, aunque a mí me resultaba intimidante, quizás porque temía que se diera cuenta de que la devoraba con mis ojos. Pactamos recorrer el lugar luego del mediodía, los niños necesitaban recrearse un poco luego del largo viaje, La verdad, desarrollé mi tarea con cierto nerviosismo, pero cumplí en responder a sus inquietudes. Luego ellos se tomaron un descanso para la merienda de los chicos y nos reencontramos en la cena, donde platicamos algunas cuestiones más personales. La directora se sentó frente a mí y Vale justo a mi lado, llevaba un perfume atrapante y durante todo el tiempo le presté mucha atención a su palabra. Más tarde, mientras todos disfrutamos del parque, compartimos el vicio del cigarrillo, ahí me solté más e indagué sobre su vida y ella respondió con preguntas sobre la mía. Como debían hacer dormir a los chicos, pactamos unos mates para luego. En realidad, la directora viajaba con su esposo, y los otros dos profesores eran un matrimonio también y ella no quería aparecer como estorbando los momentos privados de esas parejas. Como no tenía demasiado sueño le pareció oportuno seguir conversando, me di cuenta que le agradaba y me esmeré en preparar el mate.
Sentía gran entusiasmo por su presencia y se lo hice notar, ella también se mostró muy simpática. Me animé a tomarla de la mano, alabar su belleza y al fin a un beso, que ella respondió abrazándome fuertemente. Una energía particular envolvió nuestros cuerpos y nos fuimos a mi box donde nos amamos con pasión. Fue una noche de ternura infinita, Vale era muy dulce y cariñosa. Nos despedimos acordando que yo al otro día, pernoctaría en el mismo hotel donde ellos se alojarían antes de partir y nos encontraríamos nuevamente.
Durante el día intercambiamos innumerables mensajes cariñosos a través de los celulares, recordamos la noche anterior y nos hicimos mil promesas para la que estaba llegando, el encuentro fue más apasionado aún y ambos procuramos complacernos hasta el infinito, le declaré mi amor sin rodeos y ella me regaló la mirada más intensa y brillante que jamás había recibido.
“Si no me sintiera como tú, esto no hubiese ocurrido, no soy fácil ni ligera, sentí que eras para mí desde el mismo instante que mi hiciste tuya con tu forma de mirarme, vi amor en tus ojos”.
La noche pareció efímera, ambos necesitábamos más tiempo para darle más amor al otro.
La despedía no fue fácil, como tampoco mis días siguientes hasta el final de la cosecha, sólo lo aliviaban los mensajes y llamadas de Vale a diario, hasta que llegó ese último día. Don Carlos me decía que tenía intenciones de que me quedara, pero que el trabajo no era mucho, me preguntó a dónde iría en el invierno si no me quedaba allí, me ofreció el box del galpón como vivienda. Le agradecí, le dije que seguía mi viaje y él con mucha amabilidad me regaló unos pesos extra, al tiempo que me reiteraba que no dudara en llamarlo si algo me pasaba.
Han pasado dos años y le estoy enviando un mensaje, casi idéntico al que le acabo enviar a mis padres: una foto de Vale con nuestro primer hijo en sus brazos.
Gitano.