Curación natural

Alegría

En casa, vivimos cuatro personas adultas, papá, mamá, hija e hijo. Estábamos acostumbrados a vivir sin una mascota, después de unos siete años de la muerte de nuestro perro Buko.

Personalmente, yo ya no me imaginaba, además de mi trabajo, tener que estar limpiando los restos naturales diarios de una mascota. Tampoco quería estar cocinando o comprando alimento especial para una mascota. Mucho menos, destinar parte de mi economía para accesorios de mascotas, como camita, plato, ropa, en fin, todo lo que se puede encontrar en una tienda para mascotas.

A pesar que durante mi niñez viví en un zoológico, porque a mis padres les encantaban los animales, no se me pegó esa afición, en cambio a mi hermana menor sí.

Siempre en mi casa hubo mascotas. Si no había un perro, había un gato, o si no, un canario, o una paloma. Aparte, durante nuestra infancia, a mi padre le encantaba tener aves de corral, en otro tiempo crio conejos, hasta vi un pavo llegar por casa para una Navidad.

Mi padre los sacrificaba cuando ya era su momento y luego venía la clase de biología. Nos enseñaba el corazón, los pulmones, los riñones y demás órganos. Finalizada la clase, ya mi mamá estaba cocinándolos. Después daba risa, porque ni mis hermanas ni yo queríamos comer los dichosos animales, criados con tanto cuidado y dedicación por mi papá.

Al perrito que sí acepté con mucho cariño en mi adolescencia fue a Rulito, que era un perrito Pomerania cruzado con Pekinés. Era muy sabio, nunca molestaba y siempre alegraba. Vivió doce años.

De adulta, ya casada, nunca compré mascotas. Cuando llegó Buko a nuestras vidas, lo acepté de buen agrado. Este perrito alegró la infancia de mis hijos. Cuando murió, decidimos no tener más mascotas.

Hasta que empezaron a trabajar mis hijos. En los trabajos conocen más gente y existe mucha gente con mascotas. Así que noté que, entre mis hijos, intercambiaban opiniones sobre mascotas.

Una tarde habían dejado abandonada una perrita en la puerta de la casa de mi mamá. Mi hermana menor, que vive con ella, inmediatamente le dio hospedaje, comida, abrigo, cariño y todo lo que pudo.

Mis hijos, al enterarse de la perrita, la quisieron ir a ver. Primero fue mi hija. Mi hermana le contó cómo la había encontrado en la puerta de la casa, sola y abandonada, que le encendió la llama de la ternura, quedándose encantada con la perrita. Por la noche, de regreso del trabajo, mi hijo conversó con su hermana. Intrigado por querer conocer a la dichosa can, fue a verla y también se quedó encantado con la perrita. Así es como trajeron a la perrita a casa.

Cuando la vimos mi esposo y yo, nos quedamos sorprendidos, el porqué del encantamiento de nuestros hijos. Era una perrita mediana, con cara de perro común, de color negro achocolatado y parecía algo nerviosa. En fin, si ellos estaban felices, también estábamos felices nosotros. Mis hijos le pusieron de nombre Donna.

Lo único que les advertí fue que se ocuparan de sus necesidades y su alimentación. A lo que unánimemente me contestaron ¡Sí! a todas las responsabilidades que conlleva tener una mascota. Así que iniciaron su labor. La vacunaron y la chequearon en el veterinario. Ese día llegaron emocionados a casa con una tarjeta de salud, con todos los datos de la perrita.

Le compraron alimentos, una casa, su camita, una correa y una cadena para sacarla a pasear. Todo era maravilloso para mis hijos. Trataban de turnarse para llevarla a pasear. Hasta que días van, días vienen, y todo regresó a la normalidad. Nos fueron arrinconando las responsabilidades a mi esposo y a mí. Eso sí, la perrita siempre tenía el cariño de mis hijos, no dejaron de llevarla a pasear por el parque de la vuelta de la casa.

Mi hija le enseñó a sentarse y dar la patita. Le decía:

–¡Donna, sentada! –la perrita se sentaba muy derecha a su lado.

–Ahora ¡Donna, la patita derecha! –mi hija le decía, enseñándole una galleta de perros.

–¡Donna, la patita izquierda! –así aprendió muy rápido.

También le compraron juguetes para que afilara sus colmillos. Tenía dos pelotas, una de plástico y otra de tenis, era chistoso ver cómo ella notaba la diferencia en el rebote.

Cuando llegaba después de trabajar, la perrita me recibía con mucho ánimo y quería jugar. Así que se me ocurrió jugar fútbol con ella. Con su patita me jalaba la pelota y así nos la pasábamos. También incursioné en artes circenses, enseñándole a subir saltando cubos de madera y completar la función, con lo que le había enseñado mi hija.

La perrita resultó ser una gran cazadora. Teníamos en el patio el problema de las palomas. Donna lo solucionó, porque las ahuyentaba instintivamente.

Aparte, siempre estábamos preocupados por los amigos de lo ajeno, que podían entrar a casa cuando estábamos trabajando, ya que se quedaba la casa sola. Con Donna, esa situación cambió de la noche a la mañana, porque nos resultó una grandiosa vigilante. Pobre de aquél que se acercara, recibía un coro de ladridos ahuyentadores.

Por esos días mi hijo tuvo un accidente jugando fútbol, rompiéndose el ligamento cruzado. Nuestra mascota resultó ser una buena compañía en su recuperación.

Luego de meses de terapia física, mi hijo retribuyó a la fidelidad de Donna, sacándola a pasear los fines de semana.

Un día notamos que empezó a rascarse terriblemente, por la parte final de su lomo. A los días, notamos que ya no tenía pelo, se le había caído todo el pelo por dicha zona.

Mis hijos acudieron al veterinario para solucionar el problema de la perrita. Compraron la medicina que era como un talco. Cumplieron con la dosis indicada. Pasaron los días y nada, seguía con el problema.

Probamos la crema sugerida por una vecina y lamentablemente, no dio resultado. También polvos sugeridos por las diferentes veterinarias, y no encontrábamos solución.

Por allí escuchamos sobre soluciones fungicidas y nada. Estábamos muy preocupados con el malestar de la pequeña Donna. De pronto, vimos una llaga abierta.

Una tarde que mi esposo estaba almorzando, condimentando los frejoles con aceite de oliva, observó a lo lejos, por la ventana, que en el patio Donna se estaba rascando con mucho fastidio y sin control.

Entonces nos dice:

–Dicen que la grasa de carro cura todos los males de los perros –aseveró mi esposo.

–¡Ay! Pero quién va a agarrar la grasa de carro. Además, por un lado le sanará y por otro la enfermará de un cáncer, porque es tóxico –dije aplicando la lógica.

–Miren… a mí me parece que el aceite de oliva es muy bueno, así que creo que será un buen remedio para Donna –añadió mi esposo mirando la botella de aceite.

–¡Claro! Puede ser… –dije yo, que tenía conocimiento de sus virtudes.

Una idea mágica o lógica había brotado de los labios de mi esposo.

Decidí investigar al respecto. Encontré sus propiedades curativas, pero dentro de ellas no encontré información sobre el aceite de oliva en relación a sus usos externos. Entonces, busqué su composición química. Encontré que el aceite de oliva contenía ácidos como el oleico, linoleico, palmítico, esteárico, palmitoleico, linolenico. Éstos son ácidos grasos. En su mayoría, monoinsaturados.

El ácido oleico, en las personas, cumple un papel importante, porque ayuda a bajar los niveles de colesterol. Por este motivo, es bueno utilizarlo en nuestras comidas.

En cuanto a los otros ácidos, una combinación de ellos puede cumplir una función fungicida. Entonces pensé que sí sería bueno probar curarla con aceite de oliva.

Donna era agresiva, pero quien la dominaba bien era mi hija, así que ella decidió curarla.

El procedimiento que aplicó fue el siguiente:

  1. Limpiaba la zona empapando un copo de algodón con agua tibia.
  2. Tomaba un copo de algodón y lo empapaba bien de aceite de oliva.
  3. Luego, con firmeza abrazaba a la perrita y le iba aplicando el aceite de oliva sobre la herida abierta.

Este procedimiento lo realizó durante quince días aproximadamente.

Después observamos que ella ya no tenía ganas de rascarse. Empezaba a estar más tranquila. Lo maravilloso es que le empezó a crecer el pelo, como lo tenía antes.

Increíblemente, el aceite de oliva que nos acompañaba en las deliciosas frituras, en las encantadoras ensaladas, en la guarnición de las carnes, también era un excelente curativo.

Para la salud, sé que es bueno tomarlo en ayunas, pero no había tenido conocimiento de su uso externo, recién había comprendido sus grandes virtudes dermatológicas.

Erradicado el problema, Donna volvió a ser la misma de antes: activa, juguetona, cazadora, vigilante y circense.

De todo lo que experimentamos, podemos decir que este aceite de oliva es maravilloso, digno de destacar y reconocer sus propiedades públicamente, para el bienestar de seres humanos y animales.

El Creador ha puesto en la naturaleza el árbol de olivo, del cual obtenemos la deliciosa aceituna, fruto único, brindándonos uno de sus maravillosos productos, el aceite de oliva, delicioso y curativo.

¡Bendición para la humanidad!