De Jaén

Fernando Cotta

Paseo entre lindes, fronteras de tierras que describen las propiedades de la cuna de la oliva. Siento, siento la necesidad de adentrarme a través de un camino, sendero de almas que de alegría lloran la pena en sus días al amparo de la soledad. Me decido y sigo las órdenes del Lucero del Alba, él manda…, cuando en medio del olivar escucho la brisa. Suena como si fuera el mar. En la distancia un murmullo me guía, la luna ilumina el camino del destino final.

Dos olivos que claman versos sienten la presencia y callan. Me acerco y sitúo frente a ellos. Les miro en su silencio y canto la melodía que de mi sangre emana.

Decidme, espíritus de corazón abierto
dadme la gracia de vuestro amor despierto,
habladme de lo que lleváis dentro,
dejadme volar y vivir lo que siento.

En el sosiego de la esperanza donde un ser espera y todo lo alcanza, una oliva rompió el mutismo de aquellos centenarios árboles de historia llenos.

–Soy Picual, mis padres no son dados a la cháchara con forasteros, pero yo siendo marteña, lopereña y nevadillo blanco no puedo mantenerme muda ante quien suda el cariño por estos huertos. Dime, ¿qué te trae al amparo de nuestras cosechas?

En el claro de la noche iluminada por la compañera del sol, un brillo destacó entre las ramas. Era la aceituna que hablaba, destellos de su verde destacan como pequeñas estrellas blancas del firmamento.

–Vengo a veros, a conocer vuestras entrañas y empaparme de la historia que sólo vosotros conocéis, crónicas que a veces parecen leyendas. Vivo lejos, en la lejanía del olvido, por ello necesito empaparme de vuestra esencia, del aroma y vuestra presencia.

Como si fuera el tiempo y momento de vareado, las hojas de los dos olivos temblaron, una voz profunda y ronca partió de uno de ellos.

–Olivo tengo por nombre en este y todos los planetas. Veo que andas llenando ese recipiente que tienes por cuerpo y ante la demanda de quien sufre el vacío del conocimiento, has roto mi juramento de silencio con los humanos que no son de aquí. Desde hace miles de años con los romanos pasando por Aníbal Barca hasta el día de hoy, sólo entablamos conversación algunos de mis congéneres con personas que por algún motivo pusieron a Jaén en la historia. Alfonso VIII nos pidió consejo para expulsar a Miramamolín en las Navas de Tolosa, Fernando III el Santo, para conquistar Úbeda de manera indefinida, el general Castaños cuando se perdió entre nosotros para ganar la famosa batalla de Bailén, otros tantos que ahora brillan en el firmamento, por supuesto a quien nos cuida, y hoy, hoy a un desconocido que vibra de pasión por conocer y huele al perfume de la necesidad de savia. Quizá te apetezca ser como nosotros.

Notorias son las crónicas de estas tierras donde grandes héroes se transformaron en leyenda. Desde Himilce, cuando el hijo de Asdrúbal hasta Cartagena se la llevó por su belleza. Mares de olivas prendidas de hojas de gloria, hasta la corona de los grandes atletas son ramas de olivos. Árbol sagrado que cambia el sentido de todo lo que toca. Mis poros se abrían para absorber la ciencia de su razón, el origen de erudición de aquellos árboles adorados desde miles de años, frutales de la mejor vendimia, el zumo enriquecedor de los mejores platos, estandarte de los grandes fogones, oro de ley entre quienes amamos la vida.

–Caballero Olivo, mi querida Picual, deciros deseo y quiero cuánto os respeto y venero, sois la dicha de los paladares, la miel de mis entrañas, el ruiseñor en mis oídos. El perfume de vuestro jugo son versos al vuelo, velos abiertos al extraño, sois el metal más preciado y la piedra del destino, el diamante de la vida y del amor de la cocina. Decidme qué se siente sabiendo vuestro destino, os lo ruego.

El silencio prendió su mecha unos instantes, tiempos cortos salidos de un coro celestial, fusas con sentido y semifusas con acordes y fundamentos, corcheas y semicorcheas dando su do de pecho, un sí al tiempo y un mi al recuerdo de un sol que amanecía para dar luz a la aceituna.

–Mucho me pides, pues no soy yo quien se transforma en dorado extracto que tanto se venera y reverencia, pero…, haré la pregunta pertinente a mis hijas, nadie mejor que ellas para lucir su derecho.

Calló y comenzó de nuevo a remover con fuerza sus ramas, las olivas de felicidad brillaban, sus pequeños ojos eran presa de la alegría. Qué sueño estaba viviendo en aquella serranía, todos los días soñé con algo así y ahí estaba, escuchando el latir de los troncos y el batir de sus alas.

–Olivas, aceitunitas, queridas mías, vosotras que os alimentáis de mi cuerpo y de la historia, leyendas y amor de las tierras de Jaén, decidme, decidme… ¿qué se siente sabiendo que sois la cúspide de los fogones, gracia de ensaladas, pan de todos, savia de muchos y salud de tantos?

Jamás imaginé ser conciencia de la ciencia del aceite de oliva, nunca fui capaz de creer que algún día sería dueño y señor de semejante regalo, el conocimiento de sentimientos que afloran cuando al árbol varean, momento en el que la fruta cae al cesto de la gloria de quienes luego tendrán en la mesa el líquido elemento sagrado.

–Debes saber que nuestra alma se queda aquí, con el corazón de mi padre, mientras nuestros cuerpos ya yermos viajan por voluntad propia para de ellos hacer el manjar de los dioses, pulpa de nuestra carne, salmo de la sangre que fluye ante la presión del molino que el Olimpo prueba para luego darle el color del universo, oro de leyendas para los platos de quienes saben que ahí estamos, dispuestas a ser bebidas con amor. En ese momento entregamos la flor de la vida, el extracto de una piel rellena verde y de espíritu, picante y fuerte, es nuestro éxtasis final, dar rienda a la imaginación de quien nos prueba, un matrimonio divino con una sola penitencia, volver a crecer cada año para de nuevo crear y dejar volar a los humanos con nuestro perfume y sabor.

Dulce canto el del cuerpo que con amor deja su suerte para la felicidad de quien sabe el origen de esa aceituna, olivos de Jaén y tantas otras desean probar la misma fortuna, pero solo una reina entre todas, Picual, excelente regente de una provincia donde Royal, Arbequina y Cornicabra solicitan ser aceitunas de este reino.

–Gracias, Olivo, gracias Picual, sois arte, el arte en estado puro, la escarcha de la mañana, el amanecer, medio día y anochecer surgido del amparo de mujeres y hombres, sois el sol y la luna, estrellas que cada año pasan y dejan su luz en cada rincón de los amantes, amoríos con el mismo destino, matrimonios sin discusión, bodas de diamante de quien tiene la suerte de llegar hasta el final.

–Anda el camino, forastero que fue y ya no lo es, pues cuando se siente de vuestra manera, sois de Jaén.

Y así fue como se despidió aquel enorme terreno plagado de millones de olivos, abriendo las puertas a quien no conocían, tal cual es Jaén, hospitalidad por piel, corazones agradecidos, humildad en esos pechos siempre abiertos, gentileza de gentes que viven con la ilusión de volver a verte.

Desde entonces cada año recorro sus caprichos con profesionales del oleoturismo, ellos me acercan a conocer los sabores según el terruño y comarca, me traen el dorado al paladar, a una nariz que antes olía y no sabía nada.

Es la presencia de esos árboles, sentir el amor durante la cosecha, el perfume de las quemas durante el cuidado y poda, el humo que de los jardines jaeneses brota, y el contacto, el tacto de esas personas que ponen sus manos para acariciar cada rama con las varas dando los toques en su justa medida para que caiga la oliva en armonía con el peso y madurez, y luego, el molino, ahí nace el vino del olimpo, el jugo de los dioses al amparo de su capricho, entre sierras propietarias de las cuatro estaciones, frío y calor al abrigo de las chimeneas en invierno, la templada y florida primavera, canícula del verano y de nuevo, el templado otoño de árboles duros como ellos solos, que brindan su fruto a quien da cobijo al zumo de sus entrañas. Cuando pruebo esos aceites, me llegan millones de aromas, bebo su historia, como los silencios de sus versos y me alimento de sus secretos.

Jaén es una tierra peinada de arte, velos que separan las lindes de sus comarcas, su aire atrapa pechos y sin querer los abre para que descubras un mundo de realidades, un infinito de sentimientos al vuelco de corazones, sueños a ojos abiertos donde al lecho de su amparo vives a medida que recorres cientos de kilómetros de campos por los dioses diseñados.

Ahora, ahora sí lo sé, el aceite…, el aceite de oliva, ¡es de Jaén!