El álbum de Olivos

Eridia Guerrero

Llegó por la mañana. Tal como acontecía cuando esperaban a alguien, sus padres, Emilio y Ana estaban en el pórtico acompañados de todas sus mascotas: Lechín (el gato blanco), Verdial (el tigrillo, su favorito), Morrut (un calicó, el más joven de todos) y Morisca (un hermoso labrador dorado). Notó un nuevo integrante en el comité de bienvenida: un joven labrador negro. Recordó cuando su madre le escribió dos años atrás que Morisca tuvo prole. Disfrutó imaginando la escena de su padre correteando al bellaco enamorado como dijo su madre, le contó que el perro de la plantación vecina logró saltar la cerca, evadir a su padre que lo perseguía tratando de evitar lo inevitable y que llegó a la casa para estar con Morisca. El resultado: cuatro machos y dos hembras, tres negros y tres dorados, hermosos como Morisca y traviesos como Gordal. “Tu padre pensó que te gustaría tener contigo un hijo de Morisca y conservó uno, los otros fueron adoptados por nuestros vecinos, cuando quieras podrás conocerlos. Se llama Changlot y al igual que Morisca disfruta recorrer el olivar en las tardes, como tú la enseñaste”.

Tan pronto descendió del vehículo, se adelantó su padre, la abrazó fuertemente, y le dijo feliz:

–Bienvenida a tu Tesoro hija, ¿cómo estuvo tu viaje? Qué bueno que volviste. Acércate a tu madre, la embarga una emoción tan fuerte que por primera vez en su vida se ha quedado muda… no sé si preocuparme o alegrarme –dijo sonriendo.

Se acercó donde estaba su mamá sosteniendo un ramillete de flores silvestres: lilas, lavandas y flores de olivo, amarradas con un listón rosado (su color favorito); recibió las flores que le ofreció llorosa.

–Son de nuestro jardín, lo he cuidado con esmero esperando a que volvieras –le dijo ella y la besó en la frente.

Morisca reclamó su atención ladrando, saltando y moviendo su cola fuertemente en señal de saludo. Acarició a todas sus mascotas, dedicándole un saludo especial a cada uno, los gatos como siempre, participaron renuentes a las muestras de afecto y salieron corriendo después del saludo, a través de los surcos. Changlot se acercó despacio y se dejó acariciar la cabeza en señal de saludo.

–Eres un amor –le dijo Sofía y lo abrazó sonriendo.

–Vayamos a la casa, debes estar cansada por el viaje, supongo que vas a cambiarte de ropa antes del desayuno. Tengo una sorpresa para ti, pero ya será después –dijo su padre.

Mientras recorrían el sendero hacia la casa, miraba la plantación de olivos. Había crecido mucho, contempló los surcos y notó que sus árboles tenías diferentes tamaños. Recordó la promesa de su padre el día que se fue, él también pareció recordarlo porque le dijo:

–Te prometí que plantaría un nuevo surco por cada año que no estuvieras y así ha sido en estos siete años. El surco de este año, aún no lo he plantado, lo haremos juntos.

Más tarde mientras desayunaban, comentaban lo acontecido mientras estuvo lejos. Todos los meses le escribía a su mamá y le contaba por lo que había pasado. Su madre respondía contándole de todo: la producción de olivas, las flores del jardín, las pilatunas de Morisca y sus cachorros, la entrega de los perros a quienes los adoptaron: le contó que su padre convocó a sus vecinos, los invitó a un almuerzo campestre al lado del jardín y “alardeando de mi jardín con nuestras invitadas, les ha dicho que tú me envías de cuando en vez, semillas de las flores que ves en los sitios que visitas, las ha mostrado todas indicando su procedencia, no sabía que tenía eso en su memoria. Después del almuerzo ha traído a los chicos y los ha presentado anunciando sus cualidades y contando sus destrezas. Nuestros amigos han quedado convencidos que más que un cachorrito, están llevando a sus hogares un integrante más de nuestra familia. Cada uno fue entregado con el compromiso de cuidarlo y amarlo como se merece y con la promesa de que cuando regreses podrás visitar al crío para conocerlo. Como siempre les ha entregado el souvenir de El Tesoro, pero ahora además del aceite, el libro, las flores y aceitunas, ha incluido un lazo rosa con flores de olivo para las perritas y un collar con una placa con el logo de la plantación. A partir de hoy incluiré un detalle para las mascotas de los visitantes, he comprendido que ellos son una extensión de nosotros, una muestra del amor incondicional y desinteresado. Hemos quedado muy tristes con la partida de los chicos, tu padre, Morisca y olivo (así se llama, mientras le ponemos un nombre adecuado)”.

En otra carta le relató el ritual buscando el nombre de Changlot: “Tu padre le ha pedido a Mateo el hijo de nuestro vecino, que escoja el nombre para el perro, diciéndole que tú, que eres la encargada de bautizar las mascotas de El Tesoro, les pones nombres de aceitunas. El chico ha sido juicioso haciendo la tarea, creo que debe llamarse Changlot, dijo un día después de jugar con el cachorro y así ha quedado”.

Tan pronto terminó el desayuno, se puso su sombrero tejido para protegerse del sol y buscó a sus perros para llevarlos al paseo por el olivar. Le preguntó a su padre si la acompañaría, pero él se negó, diciéndole:

–Quiero que disfrutes del paseo y encuentres el regalo del que te he hablado, espero que te guste.

Empezó visitando el jardín al lado de la casa, hermoso, fragante y colorido. Encontró las plantas de las semillas que había enviado, florecidas algunas, otras no. Se acercó para aspirar el aroma y recordar los sitios visitados. Continuó recorriendo los surcos de olivos que dejó cuando se fue. Cómo han crecido estos árboles, que robustos y frondosos, pensó. Pasó una hora caminando por los surcos conocidos de principio a fin, corriendo de vez en cuando para ejercitar los perros.

–Están un poco gordos –les dijo a los dos–, especialmente tú, Morisca, se nota que te sigues comiendo las aceitunas.

Llegó a los surcos nuevos, ya de menor tamaño. Al lado del primer olivo, se encontró con una estaca que tenía un aviso de madera vector, marcado con barniz de color vistoso: enero 3 de 2008: ¡Buen viaje y pronto regreso, hija! Siguió caminando por el surco, encontrando estos letreros al lado de los árboles; en cada uno de ellos, su padre había escrito la fecha y el evento acontecido en el transcurso de su viaje, los sitios visitados y personas conocidas, experiencias vividas buenas y malas, tristes y alegres, amores y desamores, sueños y realidades, triunfos y derrotas, sobresaltos y problemas, sorpresas y añoranzas. Llegó a su mente ese recuerdo, de cuando abría los sobres, esperando que su padre le hubiese escrito, pero la alegría era a medias, sólo su madre escribía. Alguna vez le dijo:

–Ahora tu padre es artesano, ha improvisado un pequeño taller y veo que corta pequeñas tablas de madera pintándolas de diversos colores; blancas, amarillas, azules, verdes y rojas y siempre que le cuento lo que dices en tus cartas, va al taller, saca una tabla y sale rumbo al olivar. Me dice por la noche “he agregado un recuerdo al álbum de mi hija, cundo el olivo crezca y ella recoja sus frutos, recordará el momento que ha vivido. Sabrá que las tristezas que tuvo en ese día, le ayudaron para crecer y hacerse fuerte; que el obstáculo superado en esa fecha sirvió para definir su rumbo y que ahora recoge el fruto de su esfuerzo; aprenderá que las pequeñas alegrías, son una muestra de la generosidad de Dios y que cuando las compartimos con quienes nos rodean se multiplican como aceitunas”.

Mientras iba avanzando encontraba una fecha especial: 7 de junio de 2008: Sofía conoció a Javier, espero que sea un buen chico y te trate con respeto; 15 de noviembre de 2008: ganó el concurso de diseño de la etiqueta del aceite de Francisco León, un olivarero rival: te felicito hija, aunque no estoy muy complacido, espero que cuando llegues, diseñes nuestras etiquetas; 31 de diciembre de 2008: ¡Feliz año! hija, tu madre y yo hemos comido cada uno doce aceitunas por un deseo, yo las comí todas por un solo deseo: que vuelvas pronto.

Continuó el recorrido encontrando lo mismo, cada olivo guardando un recuerdo valioso que había atesorado: 25 de abril de 2010: Terminó con Javier, él regreso a su casa, la invitó, pero ella no quiso ir con él; 10 de octubre de 2011: Se separó de Blanca su amiga y compañera de viaje. También había carteles con fechas importantes de cosas que pasaron en casa: 3 de febrero de 2012 empezamos la producción de aceite de oliva extra virgen, ha sido todo un éxito, ojalá estuvieras aquí para compartir contigo esta alegría; 30 de abril de 2013; tu madre ha cumplido los 50, se ve tan bella como cuando la conocí en la plaza, vendiendo frascos de aceitunas de mesa; mayo 15 de 2013, el bellaco labrador de la plantación vecina ha preñado a Morisca; 17 de julio de 2013, ya nacieron los cachorros, son hermosos, les he tomado fotos para que cuando vuelvas las veas; 24 de noviembre de 2014, ¡he sido elegido como el mejor olivarero de la región y modestia aparte que lo soy!; 20 de diciembre de 2014, ¡que felicidad tan grande, tu madre me ha dicho que para el año nuevo estarás de regreso! Ese era el último cartel.

Terminó a media tarde el paseo por los surcos, alternando sonrisas y llanto, mientras leía los carteles, qué bella sorpresa, su padre le había hecho un álbum de olivos. Contempló el atardecer, los tonos rojizos y amarillos del cielo contrastando con el verdor del olivar y la blancura de sus flores, las hojas reflejaban el brillo de la luz y parecían fundirse en el horizonte con el cielo. Qué fondo tan hermoso para soñar despierta, para agradecer a Dios por estas bendiciones: su hogar y su familia, volver a sus raíces después de tantos años, de tanto camino recorrido. Apenas se había ido, ya quiso regresar, pero pudieron más sus ganas de aventuras, el ímpetu de su juventud y su amor propio, que el deseo de quedarse en El Tesoro.

Tenía los pies cansados, un nudo en la garganta y una felicidad inmensa que hacía mucho tiempo no sentía. Decidió sentarse a descansar, para disfrutar del mágico momento y se sentó a la sombra de un olivo, que agitó sus ramas en señal de acogida. Morisca y Changlot se acostaron a su lado.

Pensó en sus padres que siempre le dijeron, que el hogar está en el lugar en donde corazón siente que no le falta nada. Ahora lo entendió. Cuando se fue de El Tesoro no se llevó todo, solo su cuerpo y su mente se fueron con ella, su corazón estuvo todo el tiempo en su casa, en el olivar, con sus padres, sus flores, sus mascotas. En este instante comprendió lo que dijo su padre al despedirse de ella: ¡Cuando estés lista, tu corazón te traerá de regreso!

Recordó las palabras impresas en las etiquetas que ponen a sus productos: El Tesoro, ¡ahí está tu corazón!

Feliz de haber vuelto, emprendió el regreso hacia su casa. Cuando llegó, sus padres la esperaban en la puerta. Su padre tenía una corona de olivos y la puso en su cabeza. ¿Te gustó mi sorpresa?

–¡Es el álbum más bello que he visto en mi vida! Gracias papá, gracias mamá. He vuelto a mi hogar.