El anciano centenario

Salvador España Ramos

Os voy a contar la historia de mi extensa vida, que se ha venido desarrollando, y me siento orgulloso de ello, durante los últimos tres siglos, y aún me encuentro en pie, sano y vigoroso, con ganas de seguir esforzándome en conseguir un trabajo bien hecho y de repartir salud y felicidad por todo el mundo.

Después de ser instalado, y desde el momento en el que comencé a crecer, en las primeras décadas del XIX, nadie pensaba que los de mi especie podríamos llegar a ser tan necesarios para la humanidad, ni tan siquiera que un día seríamos reconocidos a nivel mundial por nuestra contribución al aumento de la esperanza de vida en la raza humana.

Por aquel entonces, tan solo se ocupaban de nosotros aquellos que por su proximidad y relación directa nos mantenían en pie, frente al olvido y despreocupación de la sociedad de la época, tan proclive a conflictos y guerras y tan distante de los problemas cotidianos, como la salud, una buena alimentación y el bienestar social; y sin hablar mucho de los políticos de turno, que solo se preocuparon de nosotros cuando electoralmente les fuimos útiles, hemos sido moneda de cambio para intereses nada transparentes y a pesar de ello, y gracias al esfuerzo y tesón de nuestros compañeros de fatigas, seguimos subsistiendo y cooperando en engrandecer nuestra tierra.

He vivido monarquías, repúblicas, dictaduras y desde hace unas décadas en una de las sociedades más avanzadas del planeta, aquella que sus pacíficos habitantes supieron transformar, partiendo de una de las épocas más oscuras de este país, demostrando de esa forma que la convivencia es algo que se lleva en los genes.

En capítulo aparte, ya que a mi entender merece una reseña más extensa, me voy a referir a las inclemencias climatológicas, que para los que como nosotros, nos encontramos a la intemperie día y noche y dependemos de un determinado clima para subsistir, padecemos sus terribles consecuencias, ya sea a través de las borrascas que, procedentes del Atlántico, provocan en ocasiones unas lluvias torrenciales y las riadas que, a consecuencia de estas, nos afectan sobremanera en nuestra vida cotidiana y en el rendimiento de nuestra producción; pero si esto no fuese poco, cuando la época de lluvias se aleja en el tiempo, aparece como un monstruo de incalculables consecuencias la “pertinaz sequía”, como fue denominada durante algunas décadas de mi vida, de las que prefiero no acordarme, para devolverme a la cruda realidad de la zona donde me encuentro, que no es otra que la del sur de Europa, aunque algunos piensen que por mentalidad, climatología y cultura, podríamos pertenecer más al norte de África, cosa de la que no me avergüenzo en absoluto.

Precisamente y haciendo algo de historia, desde esa zona provenían aquellos que en un principio nos trajeron, cuidaron, fomentaron y trabajaron junto a mis antecesores, los que aportaron de esta forma una nueva panorámica en el paisaje y modificaron sustancialmente los hábitos alimenticios de la zona y de sus habitantes, dotándolos de tan buena salud, que llegaron a crear el actual carácter de sus gentes. Aquéllos que colonizaron, pero a la vez dejaron un vestigio cultural importante, impregnando cultura y tradiciones con sus costumbres y que influyeron de forma muy importante en la gastronomía y el habla de sus congéneres.

Pero vuelvo a retomar el relato de mi extensa vida, he tenido la oportunidad de presenciar, sufrir y disfrutar diferentes regímenes políticos, que han afectado de una u otra forma a mi devenir en estas tierras; he sido ensalzado en ocasiones, en otras me han denostado hasta el insulto más terrible, que a quien, como yo, contribuye a mejorar la salud de la raza humana se le puede dedicar, que no es otro que su posible efecto adverso, en su versión cancerígena, sobre niños, adultos y ancianos.

En mis mejores momentos, he tenido la oportunidad de facilitarles la vida a mis compañeros de trabajo y sacrificio, lo que supuso para ellos un gran bienestar, tanto económico como de reconocimiento social, colaborando con ellos como uno más, en el progreso de las zonas que por diferentes, y de sobra conocidos motivos, históricamente se encontraban muy deprimidas.

He visto crecer generaciones de personas cada vez más formadas, con una mayor implicación en todo lo referente a la vida y necesidades de los de mi estirpe, han estudiado nuestras enfermedades, nos han proporcionado toda clase de cuidados tendentes a que nuestra salud y longevidad fuesen mayores, y puedo asegurar que los míos han contestado a esa dedicación ofreciéndoles lo mejor de cada uno de nosotros.

Lamentablemente, en otras épocas menos gloriosas, he tenido que sufrir el desarraigo, el destierro, el abandono y he visto como muchos de mis congéneres sufrían de una muerte prematura, para lo que por lógica era su esperanza de vida.

Tratados injustamente por la mano de un hombre al que tanto hemos dado, y que en determinados momentos prefirió el dinero contante y sonante al trabajo cotidiano que tanto les enorgullecía y fomentaba la cultura, el turismo y el crecimiento económico, allí donde estuviésemos instalados.

Afortunadamente los hombres y mujeres de estos tiempos presentes, aconsejados por aquellos que les precedieron, y que tuvieron la gran visión de que los de mi especie arraigásemos en sus tierras, han contribuido a un nuevo florecimiento de mi raza, nos han dado a conocer por todo el mundo, se han encargado, y lo siguen haciendo con gran acierto, de que nuestras producciones sean exportadas cada día a más países y territorios.

A estas alturas de mi existencia, resultaría muy extenso hablar de cuántos premios, medallas y distinciones nos han sido concedidos; así mismo de en cuántos cuentos, relatos, publicaciones e investigaciones he participado, junto a los míos y a los frutos que hemos traído a la vida. Pero a modo de resumen, he de indicar que los mejores certámenes del sector, las más prestigiosas universidades y los más destacados expertos, siguen apostando por mantenernos en pie durante muchísimos años, dado que las múltiples ventajas que aportamos a la humanidad casi nos hacen imprescindibles.

Quiero ahora tener un recuerdo para aquellos congéneres que se fueron, los que tras una larga y provechosa existencia, llegaron a su final; no sin antes contribuir con su propia estructura a facilitar un último bienestar a quienes cuidaron de ellos durante su existencia, nos hemos convertido en contenedores de cultura, hemos acompañado con nuestro calor muchas jornadas de lectura y de reuniones familiares, alrededor de una mesa camilla, bien acomodados en sillas, que han salido de cuanto de nosotros ha sido aprovechable, tras haber sido arrancados al campo.

De ellos he podido aprender que aun en las peores condiciones somos capaces de regalar parte de nuestro florecimiento, a pesar de inclemencias, ambiciones o tentaciones terrenales, y hemos podido contribuir al desarrollo económico y social de nuestro entorno, por lo que nos hemos hecho algo más que necesarios en la vida de los habitantes de esta bendita tierra.

Ahora que por mis años, y gracias a los cuidados que he recibido, tengo una considerable altura, además de haberme ganado el respeto de quienes saben cuidarme, puedo disfrutar del paisaje que se extiende más allá de lo que la mirada de un hombre es capaz de abarcar; en todo ese terreno estamos instalados los que, como yo, llevamos años participando de las costumbres y tradiciones de las gentes y de los pueblos que nos rodean.

Una de las más populares es la transformación del fruto de nuestro crecimiento y trabajo, en lo que se ha venido a denominar “oro líquido”, ese preciado fluido que mana de nuestros apéndices, arrancados con mimo y vigor a la vez, y que contribuye y forma parte de los usos y costumbres de cada vez más gentes y comunidades.

Se trata de un procedimiento sencillo a la par que eficiente; requiere, eso sí, de un gran trabajo en equipo, que, iniciado a nuestro lado, ocupa buena parte, si no todas las habilidades de aquellos que viven a expensas de nuestros frutos.

Nuestras producciones son almacenadas, tratadas y transformadas con métodos totalmente artesanales, y generación tras generación se sigue cuidando que el líquido obtenido sea de la mejor calidad posible; para ello los responsables de su comercialización miran más por la calidad que por un beneficio desmesurado, así hemos contribuido entre todos a los reconocimientos y menciones que venimos atesorando desde hace muchos años.

Hemos contribuido, los de mi especie, a que hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales, se agrupen en cooperativas y sociedades, que se encargan de comercializar nuestro más preciado género, de esta forma han conseguido el renombre mundial que a día de hoy tenemos.

Por último, quisiera resaltar que los míos contribuimos de forma muy especial a las tradiciones más arraigadas de pueblos y comarcas donde nos encontramos, contribuyendo a que las fiestas populares tengan cada día más renombre, por lo tanto, desde la atalaya campestre donde fui instalado hace más de doscientos años, he contribuido, y lo seguiré haciendo a que se haya creado una particular cultura, la del olivar, que tanto y tan buenos resultados está dando a nuestra tierra.