El frío invierno

Felipe Andrés Vergara Unda

El frío invierno moja y deshoja. Las hojas secas caen, vuelan por los aires, mientras el viento lejos se las lleva, observo a través de mi ventana cómo los árboles quedan desnudos.
Aquella vez en mi campo, las bajas temperaturas azotaron las plantaciones, dejando huellas de tempestades que hicieron historia.
Esos días de tanto dolor, me hicieron comprender que hacía falta un toque de frescura. Algo así como naturalidad.
Afuera, la lluvia toca mi ventana. En los campos, los olivos muestran sus ramas, troncos sin hojas ni flores aún por marchitar.
En la mesa, ya se sirve una ensalada. Tomate y lechuga fresca, verde en su totalidad.
Agrego sal a gusto y limón, para darle el toque de sabor deseado.
Pero falta algo, tan importante que en esta ocasión no se encuentra en casa. Busco en la despensa y no hay ni una sola botella.
No puedo hablar de sazón, si no tengo condimentos, ni menos uno tan importante como lo es el aceite. Tan fino sabor, tanta elegancia que hoy falta. Obligado a comer la ensalada sin ese toque especial.
Termino y me levanto de la mesa.
Desde mi ventana, miro hacia afuera a ver cómo los olivos en el campo danzan con el viento y la lluvia. Un temporal que no me da frutos, pero que marcará hitos en dos meses más. La tempestad ya se fue, abriéndose el cielo de gris a claro, entrando el sol y apareciendo de la nada.

Al llegar la primavera, los olivos florecen.
Las flores ya se abren, mostrando sus colores al unísono. Los olivos comienzan a brotar, y de sus ramas verdes hojas crecen. Cargados de aceitunas, los veo desde lejos.
Quizás ahora sí haya aceite de oliva para una perfecta ocasión.
Ya en verano, las aceitunas aparecen como negras perlas. Colgadas de las ramas, las saco una a una, cuidando que no caigan al suelo y se pudran a pleno sol.
Cada día, un canasto cargado de estos frutos es llevado a casa, donde las pelo y parto, sacándoles la semilla y guardándolas para preparar el tan refinado aceite.
Una vez en la mesa, me siento a comer como es de costumbre. El infaltable ingrediente en el centro de la mesa rodeado de potes con sal y platos con limón a medio partir. Cojo la botella y echo aceite de oliva a gusto. Sobre mi ensalada de choclo y tomate, un aceite refinado color verde amarillo rocía suaves gotas en la superficie. Luego, agrego sal a gusto, en pequeñas cantidades.
Finalmente, exprimo medio limón, y su jugo ácido me vuelve agua la boca. Revuelvo todo hasta hacerla una ensalada apetecible.
Es tan exquisito el sabor de mis comidas, que me da gusto día a día salir de casa y contemplar los campos con hileras de olivos, uno tras otro, cargado de aceitunas negras que pronto serán cosechadas.
Aprovecho las aceitunas que sobran para hacer tajadas de ellas. Picarlas en cuartos tampoco está mal. Sobre una delicada masa, coloco láminas de queso y jamón, con rebanadas de tomate, aceitunas y orégano a gusto. Una sencilla pizza napolitana merece ser comida cuando las aceitunas sobran, lo reconozco.
Y es que la humedad del cruel invierno dejó frutos a sembrar y cosechar en primavera. Hoy, cuando los olivos ya son grandes, y de sus ramas frutos cuelgan, hago de mi campo mi lugar de vivienda y trabajo.
El verano ya llega a su fin. Pronto el otoño reaparecerá, y los olivos comenzarán a secar. Las hojas se tornarán pardas y las flores marchitas desaparecerán.
Los troncos quietos en tierra se quedarán y de las ramas, frutos nunca aparecerán.
El aceite de oliva se hace escaso por esas fechas. Mejor juntar dinero y comprarlo, pero cuando se tienen los frutos, se tiene siempre al alcance.
Un frío invierno se avecina. Una gran cantidad de lluvia volverá a mojar mis campos, a humedecer mis olivos y a impregnar todo el ambiente de un agradable frescor.
El rudo temporal sacudirá árboles y pastizales, mojará mis ventanas y techos, impidiéndome ver a lo lejos si mis olivos siguen ahí, intactos como siempre, o bien han perdido ramas mustias y secas.
Qué agradable invierno. Qué agradable sorpresa la de saber que la cosecha siempre dio abasto para el resto del año.
Una cálida primavera ya pronto llegará y consigo me traerá frutos que debo cosechar…
Ya he hablado de todas las estaciones del año, como si en un abrir y cerrar de ojos hubieran cambiado las estaciones. Aquí aún es otoño. El invierno nunca llegó, mientras que el verano ya pasó. Los olivos frutos me dan día a día, mostrando a mi merced hojas que aún no se secan y ramas que bien alto crecen.
Aquí y sólo aquí, cuando las bajas temperaturas aparecen y el sol aún brilla, tengo aceite de oliva para mi gusto. Un sutil toque que me da sabor, o trozos de aceitunas que hacen más apetecible las pizzas a comer.
Debo decir que del campo yo he de vivir y que en este tiempo es bueno cosechar.
Ya a la hora de cena, me siento en la mesa a comer. ¿Y el aceite? Buena pregunta para hacerse… Está siempre presente, con su denominación de origen y su apellido: aceite de oliva puro y extra-virgen, de Italia, al decir verdad.
Bueno, creo ya ha sido todo. No hay nada más que hablar que sólo sentarse a comer y mientras una rica comida pruebo, el aceite de oliva en las ensaladas se hace bueno.
Como un día cualquiera, sentado en la mesa espero. Y la principal delicia se hace presente, entre copa y plato, para degustar y saciar.
Donde mis ojos ven, mi corazón palpita y el sabor a oliva se siente, como una agradable sensación al comer. Porque sobre mis ensaladas rocío unas gotas, que con sal y jugo de limón hacen una exquisita ensalada.

Hoy, cuando ya es hora de cenar, a mi mesa invito a alguien a deleitarse con una rica ensalada para probar.
¿Y el principal? No hablo de los olivos, sino del plato de fondo. Unas ricas escalopas de vacuno con arroz blanco. Exquisito al decir verdad.
Bajo la tenue luz de las velas que en el candelabro iluminan esta oscura habitación, mi colega y yo cenamos un opíparo platón. Un menú a degustar, como los olivos que suave sensación me dan.
No es del todo agradable probar frituras de aceite de oliva, pero para esta ocasión se hizo necesario hacerlo. Y cuando mi acompañante probó su primer trozo de carne apanada, unas suaves palabras me hicieron sentir un rey. Las frituras estaban deliciosas, aun siendo preparadas con aceite caliente de oliva.
La maravilla es la perfecta para esto. Pero yo prefiero el olivo, más fino y suave al probar.
Un aceite verde, de textura suave y agradable sabor, que hizo de mí todo un caballero en aquella ocasión.
Al brindar por una tan exquisita comida, dos copas cargadas de vino tinto chocamos, haciendo caer gotas de este brebaje sobre un blanco mantel que cubría la mesa.
Lástima, pero había que limpiar. No quería manchar mi tan elegante mantel con vino tinto.
Y mientras mi colega degustaba las ricas ensaladas que con esfuerzo me esmeré en preparar esa tarde, la noche caía sobre mi tejado, volviendo todo oscuro a mi alrededor, dejando la habitación a la luz de tres velas que sobre un candelabro de plata iluminan.
Volví con molestia. El mantel ya estaba impregnado de vino. Feo se veía, en un fondo blanco unas manchas del burdeos.
Y qué más esperar, si fue vino tinto y no aceite. Lo hubiera manchado de olivo y habría sido menos notorio. Lo cierto es que no debía demostrar mi enojo, ni menos mi molestia por un descuido en la mesa.
Volví y me senté a brindar por una nueva ocasión. Espero se repita, como cada mes nos juntamos a comer como buenos compañeros.
Tras despedir a mi amigo, cerré la puerta de mi casa con llave. Un suave aroma a oliva se sentía en mi cocina. Un suave sabor a aceite de oliva sentía yo en mi paladar, y unas pocas gotas dejaron mi plato a simple vista como una cena abundante y sabrosa.
Muchas verduras me hicieron creer que este producto es el ideal, que debo usarlo más seguido y sin restricción.
Creía yo que sería un desastre haberlo usado para cocción, pero el recuerdo de un agradable rostro saciado de felicidad por tan grandiosa carne al comer, me dejó totalmente satisfecho por mi trabajo. Y yo, sin ser cocinero, me valgo de mis nociones en gastronomía para brindarle a mis camaradas lo mejor de mi cocina, la elegancia de ese toque especial en los olivos que afuera crecen y el placer de degustar ricas ensaladas.
Fuerte lluvia la que de noche cae. Un oscuro cielo me oculta la verdad, sin posibilidad de ver la luna a simple vista.
Ya es tarde, creo. Mejor voy a la cama, que ya es hora de dormir. En fin, fue una agradable cena, que creo no me bastó para decir que el aceite de oliva es lo mejor. Mañana, como de costumbre, volveré a trabajar, siendo siempre la misma rutina.