La noche transcurría muy serena y oscura, y Don Alejo, como comúnmente lo llamamos, un señor de avanzada edad, quizás de unos 110 años, tal vez menos o tal vez más, contemplaba ese cielo quebrantado de estrellas luminosas, que ante su mirada era como ver un paraíso escondido sumergido entre la nada.
Era la primera vez que lo veía tan callado, desde que por alguna coincidencia inexplicable una mañana lluviosa apareció en la puerta de la casa, con una apariencia bastante desagradable, sucio y con una vestimenta que a simple vista pareciera como si se la hubiese arrebatado a algún cadáver, de esos que por culpa de la guerra absurda es comúnmente encontrar en cualquier parte de este pequeño poblado. Pero tenía algo tan particular, sus ojos eran de un color verdoso natural que reflejaba una mirada tierna, serena y tranquila, y sus manos eran tan suaves, sin cicatrices, como si nunca en la vida hubiese hecho nada, lo notamos cuando nos empezó a saludar a todos los que nos encontrábamos en casa en ese momento, es tanto que hasta mi madre le susurró estas palabras:
–Usted tiene manos de ángel.
Él medio sonrió y dijo:
–Yo sólo quiero que me brinden un trabajo y una posada durante un par de meses.
Nunca nos reveló su verdadero nombre, ni su edad, aseguraba que jamás le dieron uno, y mucho menos había cumplido años. La verdad es que yo pensaba que este viejo estaba medio loco y que sólo quería burlarse de nosotros; los días fueron pasando y mi madre lo atendía como si fuera un integrante más de la familia, le fuimos cogiendo cariño, tanto que le dimos un nombre, Don Alejo. Él sólo se encargaba de echarle comida a los animales que teníamos para nuestro sustento diario.
Pero ahí seguía él, sumergido en el brillo tembloroso de cada de una de las estrellas, tanto que por un instante pensé ver en sus ojos verdosos el reflejo de cada una de ellas, cuando de repente dejó escapar unas palabras…
–Cómo te extraño, jardín de Jaén.
Yo, aún más sorprendido, no dudé en preguntarle,
–Don Alejo, ¿qué es jardín de Jaén?
Él siguió enmudecido por unos cuantos minutos más, con la mirada fija en el cielo, dándome la sensación de que sólo su cuerpo estuviera frente a mí, y que su alma divagaba en cualquier rincón de ese firmamento poblado de estrellas.
Cuando, de repente, metió su mano derecha en su bolsillo y sacó una botella pequeña de cristal con una sustancia muy extraña para mí:
–Ven, acércate –me dijo.
Más que concentrado en el envase, mi mirada estaba puesta en el líquido que contenía, era de un color tan hermoso que hacía que brillara aún más. De una vez caí en la cuenta que era el mismo color verdoso natural que vestían sus ojos.
–Abre tu mano –me dijo, y destapó el pequeño envase de cristal dejándome caer un par de gotas de esa sustancia–. Siente su textura, mira su color y disfruta su olor, esta sustancia es única en el mundo, se llama aceite de oliva.
Sorprendido de esa maravilla que sostenía en mi mano, sentía una conexión extraña, pero a la vez sagrada, como si mi piel se fuera mezclando poco a poco con el aceite, sentía su textura entre mis dedos, su olor se fue impregnando en el aire que respiraba y su color como ya lo había dicho, para mí era el color verdoso natural de sus ojos.
–¡Yo vengo de un lugar muy lejano! –exclamó– donde los más bellos jardines de olivares dibujaban ante mi mirada una línea paralela e imaginaria, hasta donde me permitían ver mis ojos, pues su extensión era lo de menos importancia, porque eran jardines naturales tan hermosos que hasta el mismo Dios, por las noches, ponía a sus ángeles en forma de estrellas resplandecientes para que iluminaran los jardines de Jaén.
Aún más impaciente, escuchando cada palabra de Don Alejo, sin dudarlo le pregunté:
–¿Qué paso con ese lugar?
–Te lo contaré una sola vez, escucha bien porque no repito –dijo.
Acomodé mi mecedora vieja, traté de relajarme lo más que pude y decidí contemplar las estrellas mientras él empezó a contarme la historia, sosteniendo el pequeño frasco con más de un cuarto de aceite de oliva.
–Existe un lugar tan hermoso, único en el mundo llamado “Jaén”, tan único que ese lugar es mágico, adornado por los paisajes que conforman su entorno geográfico: sus llanuras, sus valles y sus superficies onduladas, comprenden los jardines más extensos de olivares. La verdad es que sólo aquellos que han tenido la oportunidad de estar frente a un árbol de olivo, han podido disfrutar de la majestad de su grandeza, acariciar su textura robusta, sus hojas delgadas y, sobre todo, han podido conocer su fruto sagrado, “las aceitunas”, que es de donde se extrae el aceite de oliva, “el oro líquido”. Todo es tranquilo en ese paraíso. Yo me encargaba de vigilar esos campos desde un lugar al que se le conoce como “La mirada de los ángeles caídos”, es majestuoso porque en el día puedes ver diversas tonalidades de colores que cambian con el trascurso del día, y por las noches aún más espectacular porque si observas su cielo te da la sensación de que miles de ángeles vigilan esos extensos campos de olivos.
Pero todo empezó a cambiar desde que un día, un grupo de científicos llegaron a Jaén, engañando a su gente diciéndole que todos los campos de olivares estaban padeciendo una extraña enfermedad, y que tenían que erradicar de raíz cada uno de los árboles de olivo, y que si no se hacía de inmediato las consecuencias iban a ser catastróficas para las personas…, pero en realidad la verdadera intención de ellos era eliminar los árboles para formar nuevos olivares, con olivos que ellos genéticamente habían modificado.
Yo de inmediato me percaté de la situación, empecé a reunir a los demás vigilantes de esos campos y los puse en alerta, sabíamos que no iba a ser fácil, pero estábamos en el deber de luchar por cada uno de los olivos que conformaban esos extensos campos.
Los días fueron pasando y fuimos convenciendo a la gente de la verdadera intención de los científicos, pero ellos tenían algo que nosotros en esos momentos no teníamos: el poder económico con que ellos estaban manejando las cosas.
Una noche me encontraba en “La mirada de los ángeles caídos” y mientras observaba detalladamente los olivares que ante mi mirada alcanzaba a ver, imaginaba que el mundo entero tenía derecho de conocer y disfrutar de lo grandioso que es tener un árbol así frente a ellos, y por ellos decidí que después que pasase todo eso, yo recorrería el mundo llevando el mensaje de lo grandioso que es tener, disfrutar y sobre todo aprovechar las maravillas que nos brindan estos árboles.
Para los científicos, los campos de olivares ya eran viejos, por ende, habían fijado una hora exacta para que sus grandes máquinas empezaran a erradicar árbol por árbol, exactamente a medianoche de ese domingo, que coincidía con la lluvia de estrellas, que esa noche en el cielo se veía. Y era la hora indicada para ellos, porque aseguraban que las personas se iban a encontrar concentradas mirando el cielo. Lo que no esperaban era que las personas ya estaban alerta y lo que habíamos logrado era grande, porque por primera vez desde que ese hermoso acontecimiento en el cielo pasaba, nos íbamos a reunir todos en los campos de olivares para ver la lluvia de estrellas.
Y así fue, el día esperado llegó, cuando el sol quiso ocultarse, gran parte de Jaén ya se encontraba por todos los olivares, fue grandioso ver cómo los niños, jóvenes, adultos y ancianos, disfrutaban de estar en medio de los árboles, sentimos un gran orgullo de lo que habíamos logrado, la verdad que hacía mucho tiempo no veíamos esto, la gente poco a poco fue perdiendo ese sentido de pertenencia hacia los olivos. Para los científicos fue una gran sorpresa encontrar tantas personas reunidas, sin embargo, su plan de erradicación seguía adelante: prendieron sus grandes máquinas y las aceleraron tan fuerte al mismo tiempo que sentíamos como si fuera el rugir de un monstruo sediento con hambre de destruirlo todo, sentíamos miedo, pero nuestra voluntad era seguir en ese lugar para evitar la destrucción de los olivares.
Cuando las máquinas dieron marcha, todos nosotros nos pusimos en la parte de adelante y nos sentamos al pie de los olivos, pero las máquinas seguían su marcha, sentíamos como la tierra se iba moviendo, no tenían intención alguna de parar, cuando de repente el cielo empezó a vestirse de luces movedizas que recorrían cada espacio ante nuestras miradas, como si fuera un río de agua cristalina que se había sumergido en el espacio, fue tan hermoso ver ese acontecimiento, aunque ya habían pasado muchos, pero ese fue el que marcó la historia en Jaén, porque sentimos que esa noche no estábamos solos, sino que miles de ángeles en el cielo nos llenaban de valor para evitar que los olivares fueran destruidos.
Las máquinas empezaron a detenerse, en ese momento algo más extraño sucedió: de repente el cielo se paralizó, las estrellas dejaron de moverse y se alinearon entre sí como si replicaran cada olivo, formando sobre nuestro cielo ese bello espejo que marcó nuestra historia, aunque cueste creer y muchos dirán que son locuras o inventos, pero esa noche vimos en el cielo de Jaén, olivares formados de estrellas.
Los científicos se dieron cuenta que no íbamos a dar marcha atrás, y decidieron irse dejando su plan tirado. Para ellos, más que ver un pueblo unido defendiendo los olivares, vieron que Dios también los protegía y aunque su punto de vista frente a la humanidad y la creación fueran diferentes al de nosotros, para ellos esa noche Dios sí existía, y los ángeles protegían cada olivo.
Al día siguiente, todo llegó a la normalidad, los científicos se fueron de Jaén, las personas formaron grupos para estar más pendiente de los olivares, los empezaron a cuidar más, y en un par de meses los olivos fueron dando más aceitunas, la producción de aceite de oliva se incrementó, lo más importante fue que el mismo pueblo de Jaén se encargó de que el mundo fuera conociendo de la maravilla de este precioso líquido, sus beneficios y sobre todo llevar por todas partes la grandeza de estos árboles.
De mi parte, me di cuenta que ya era hora de dejar ese lugar y recorrer el mundo llevando también el mensaje y sobre todo dando a conocer la importancia de los olivos, dejé como balcón turístico “La mirada de los ángeles caídos” donde por muchos años cuidé de los olivares, para aquellos que quieran disfrutar de una de las maravillas de este mundo, como lo es el jardín de Jaén.
Llené un bolso con semillas de olivos y un frasco con su aceite y emprendí mi camino, hacia esos lugares apartados del mundo, y donde iba llegando dejaba historias, cuentos, relatos y sobre todo fui sembrando ese interés por ese bello árbol, en cada paso que daba iba plantando semillas de este majestuoso árbol.
–Don Alejo, ¿por eso usted llegó a nuestra casa esa mañana? ¿No fue una simple coincidencia?
–Así es –me dijo, sonrió, y sacó de su bolso un par de semillas, las puso entre mis manos y agregó:
–Ve al campo y plántalas, cuídalas y, sobre todo, cuenta esta historia a las demás personas para que seas multiplicador de lo que es y sobre todo de la maravilla que es un árbol de olivo.
Al día siguiente que desperté, Don Alejo ya se había marchado, no me dio tiempo de despedirme y agradecerle por lo que me había contado, pero yo sabía que tenía que seguir su camino contándole al resto del mundo esa historia tan bonita sobre los olivos. Empuñé las semillas y una pala y me dirigí hacia el campo como él me dijo, fui plantándolas imaginando que algún día no muy lejano estas tierras podían parecerse a las de Jaén, un paraíso de infinita inmensidad sobre mi mirada, y sobre todo ver cómo el cielo se viste de estrellas como si fueran ángeles que cuidaran de los olivos, y dejar que las demás personas se contagien, así mismo como lo hice yo.
Muchas gracias Don Alejo, porque ha sembrado en mi alma ese sentir, que es el mismo que lo lleva por sus caminos, y muchas gracias también por hacerme creer en que los ángeles sí existen y usted es un ángel caído del cielo, que cuidaba los olivares que conformaban el jardín de Jaén.