Para Oliver no fue sencillo asumir la dirección general de La Primavera, tantos años de experiencia de Don Olivo no podrían igualarse, mucho menos superarse. Oliver tenía muy claro su norte porque dentro de las instrucciones que en su lecho de enfermo le había expresado su abuelo, estaba claramente especificado el qué hacer; lógicamente Oliver se mantuvo en constante aprendizaje con él, por lo cual cada derrotero le era familiar.
Con el paso de los meses se fue empoderando mucho más, para la primera junta directiva, los balances a presentar eran bastante esperanzadores. El incendio que destruyó gran parte de La Primavera dejó millonarias pérdidas, sin embargo, fue también una oportunidad para rediseñar y reestructurar varios procesos.
Esa mañana fueron llegando uno a uno los miembros de la familia que hacían parte de dicha junta, si bien Don Olivo Olivar siempre estuvo comandando ese barco, quiso involucrar a varios de sus hijos, nietos, nueras y yernos con la esperanza de escoger entre ellos a su sucesor.
Oliver siempre fue un estudioso de toda la industria olivarera y de todo lo que sucedía a su alrededor, no sólo desde el punto de vista industrial, sino también vigilante del tema financiero y comercial. Por el contrario, su primo Pedro Daniel, hijo único del segundo de los herederos de Don Olivo, se mantuvo atento, pero de las fechas en que recibía el cheque por los dividendos, interés que heredó de sus padres, pues solamente se les veía el día de las juntas, cita que no podían evadir pues Don Olivo se encargó de dejarlo muy claro en los estatutos: La no presencia de cualquier miembro de la junta a las reuniones les excluiría automáticamente de los abonos, entonces esa era a su parecer, razón justa y suficiente para asistir muy puntuales, por lo demás, nunca se les volvía a ver por allá.
Su primo Pedro Daniel se había dedicado al libertinaje y la buena vida, cursó estudios de economía que no finalizó, pues su pensar era que no necesitaba un título para ser nombrado gerente general de La Primavera; consideraba que Don Olivo, quien no pisó nunca un aula y demostró sus invaluables dotes para la administración empresarial, sería la excusa perfecta para abandonar sus estudios y esperar con paciencia su nombramiento oficial, esa idea se la había recalcado su madre desde muy pequeño.
Oliver nunca lo sintió como competencia: cada vez se convencía que la mejor manera de reemplazar a su abuelo era justamente acompañándolo en cada jornada, escuchando sus historias y poniendo en práctica cada método que año tras año perfeccionaba. Oliver no quiso perderse ningún detalle, por ello prefirió quedarse estudiando en la Universidad local, para que se le facilitara el dividir su tiempo entre los compromisos académicos y cada tarea que no tenía asignada, pero le motivaba hacerla, esto sobre todo en el área de innovación y desarrollo que era uno de sus fuertes, la Ingeniería Mecánica siempre le llamó la atención y en la escogencia de esta disciplina también tuvo mucho que ver la orientación vocacional que recibió de su abuelo.
Por otra parte, Pedro Daniel decidió irse a estudiar a Inglaterra, al parecer ninguna universidad del país llenaba sus expectativas, su interés se centraba en conocer personas y aprovechar los placeres mundanos que podía solventar con sus propios recursos y el patrocinio sobre todo de su madre, Carmen Sofía, quien desde su cargo como Juez de la República creía dominar el mundo y manejar el poder a su antojo. En el tiempo en que estuvo fuera nunca se interesó por lo que sucedía en la plantación, recibía su giro mensual y este era el único canal de comunicación, de hecho, las pocas veces que visitó la población, no tuvo a bien presentarse en la fábrica ni siquiera con la excusa de saludar a su abuelo. A Don Olivo este no era un tema que le preocupara, tenía más que claro que no ocuparía su lugar, este cargo ya tenía un doliente.
El día de la junta tomó la palabra Carmen Sofía, sin siquiera tener presente el orden del día, ella solía imponer su criterio y era muy difícil llevarle la contraria, solamente respetaba y aceptaba la autoridad de Don Olivo. Se refirió a la lectura del testamento de Don Olivo, ante lo cual Oliver no pudo disimular su asombro. Su padre Francisco y su madre Rosa Julia se habrían excusado pues se encontraban de viaje en la capital realizando los trámites para una cirugía porque Rosa Julia de un tiempo para acá habría comenzado a desarrollar un cáncer uterino que requería este procedimiento como medida preventiva.
Así es que Oliver se encontraba un poco desprotegido, sin embargo, esto no era impedimento para presidir con gallardía la junta. Fue entonces cuando ingresó a la sala el reconocido abogado Ezequiel González, se sentó y abrió su portafolios e inmediatamente comenzó a dar lectura: Lo que más asombro causó en Oliver fue el parágrafo en el cual se aclaraba que la gerencia general de La Primavera quedaba en manos de Pedro Daniel, se llevó las manos a la cabeza, no lo podía creer. Solicitó inmediatamente ver el documento original, quería cerciorarse que allí estaba estampada la firma y huella de su abuelo.
Leyó uno a uno sus folios, resulta que el documento sí era original, estaba notariado y con la firma y huella genuina, era de puño y letra de Don Olivo. Los demás puntos pasaron desapercibidos, en su cabeza sólo rondaba la duda y la incertidumbre, no dejaba de preguntarse por qué Don Olivo habría hecho esto, le costaba pensar que él tuviera la intención de acabar tan de repente con su sueño de toda la vida, entregando la plantación, así como si nada, a un haragán bueno para nada que solamente se interesaba en lucrarse económicamente.
Oliver se había mudado con su familia a la casa de Don Olivo, se lo habría solicitado y en esto nadie tuvo algún reparo. Ocupó cada espacio que por años su abuelo había convertido en un santuario. Lo más valioso es que desde el balcón de su habitación podía divisar aquellos arbustos que parecían sacados de un cuento de fantasía, La Primavera lucía espléndida desde su morada.
Por esos días Oliver estuvo trabajando en un proyecto que con su abuelo estuvieron gestando: Una flota de transporte que garantizara la entrega oportuna del aceite a sus clientes, pues este proceso estuvo tercerizado por muchos años y allí tuvieron muchos inconvenientes. Una vez finiquitados los detalles lo presentaría en la próxima junta, con la ilusión que fuera aprobado porque entre otras, en la última reunión a la que asistió Don Olivo se habría presentado un bosquejo y quedo claramente especificado que Oliver estaría al frente, respaldo que lo llevaba a pensar que fuera aprobada sin mayor reparo la puesta en marcha de esta nueva operación. Oliver tuvo que hacerse de los estudios económicos y de presupuesto que habría hecho su abuelo, en ello nadie lo igualaba. Su abuelo le habría dicho que él sería la única persona con acceso a sus documentos privados, para ello le indicó que la llave del escritorio permanecía pegada en la parte de abajo del mueble, en la parte interior. Oliver se dirigió a ese punto, y al buscar con su mano la llave, notó que adicionalmente estaba pegada una hoja de papel, se agachó y la despegó con cuidado, en ella decía: Oliver, revisa la información de la carpeta verde que está al fondo del tercer cajón.
Sin más Oliver sacó la carpeta, a simple vista parecían unos resultados de exámenes médicos y seguimientos que el Doctor Antolinez le venía realizando. Al revisar uno a uno los documentos de la carpeta, encontró una nota que decía: Oliver, no me estoy muriendo de viejo, me estoy acabando por el propósito de un tercero, ve con esta información que está firmada por mí y solicita una exhumación de mi cuerpo.
Oliver había visto muchas películas de terror y el día del incendio de La Primavera sintió pánico del bueno, pero esta sensación era diferente. Salió disparado para la plantación y se sentó frente al arbusto que simbolizaba la presencia de Don Olivo Olivar, no le importó que ya estuviera oscuro, solamente entre sus hojas se divisaba la luz de una luna llena en todo su esplendor. Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada le suplicó que le explicara lo que acababa de descubrir, que le diera pistas.
Pasaron 15 días desde la exhumación, el informe del forense confirmaba las sospechas de Don Olivo, su muerte se habría dado por envenenamiento progresivo y la sustancia era cianuro. Los términos del Doctor se referían a que el consumo se había dado en pequeña proporción, pero por un lapso de tiempo de por lo menos un año.
Salió más afanado que de costumbre, sabía que esto no se lo podría compartir a nadie, tendría que seguir adelante con sus averiguaciones, pero sin levantar sospechas. Se dedicó a esculcar y revisar cada rincón de la casa, necesitaba encontrar o descubrir la fuente para dar con el responsable. En la cocina sí que revolcó todo, cada utensilio y sustancia, tomaba muestras para llevar al laboratorio.
Llegó muy temprano con sus frascos, pidió a la microbióloga celeridad en los resultados. Con esa cantidad de muestras, el tiempo requerido para el análisis se extendió al siguiente día. Esa noche salió de la casa y se recostó en la base de Don Olivo, arbusto joven que aún no daba sus frutos, lo imaginaba repleto de aceitunas. Recordó uno a uno los bellos momentos vividos con él y le prometió que iba a descubrir la verdad y le haría pagar al infame que se atrevió a tanto.
Se percató que era de madrugada porque el viento helado le estaba congelando hasta el pelo. Se despidió de Don Olivo y en el camino a casa tarareó la canción preferida de los dos. No logró conciliar el sueño, buscó un abrigo y se acordó que sobre la mesita de noche Don Olivo conservaba una caja de tabacos que de vez en cuando fumaba, entonces tomó uno y lo encendió, pero más por el deseo de recordarle, enseguida lo apagó, se hizo presa de la nostalgia; no dejaba de pensar en los resultados y en sus propias hipótesis. Llegó al laboratorio y al recibir el sobre no podía controlar el temblor de sus manos, se sentó y leyó en detalle el informe: Ninguna de las muestras daba positivo para cianuro o alguna otra sustancia venenosa; ahora sí que estaba confundido.
Continúo la investigación y llegó el día de la junta. Todos presentes, comenzó a explicar cada etapa, quien estuvo más inquieta y hacía más preguntas fue Carmen Sofía, situación que le pareció curiosa pues ella, al igual que su hijo, nunca se había interesado por nada relacionado con la plantación. Al final concluyeron que se estudiaría a fondo la propuesta y le darían respuesta en la próxima junta, es decir, en tres meses. Todo lo anterior por obra y gracia de Carmen Sofía, pues Pedro Daniel tan sólo era un convidado de piedra.
Oliver no soportaba su arrogancia e incumbencia en los asuntos de la fábrica, entonces decidió ir a su despacho para increparla por su estilo y manera de interferir en las decisiones de su hijo. La encontró recostada en un sofá con un cigarrillo en la mano y sobre una mesa auxiliar una copa de wiski.
Se sentó frente a ella y le aclaró que no era a ella a quien le correspondía asumir el rol de presidente ad hoc. Mientras conversaban notó que sobre su escritorio había una caja de puros cubanos similares a los de Don Olivo, los había traído de su visita a la habana y le preguntó que, si ella los fumaba, ante lo cual le respondió que sí. Automáticamente Oliver salió de esa oficina sin mediar más palabras y se dirigió a casa de su abuelo. Algo en su intuición le decía que ese detalle se le había escapado por completo, entonces corrió nuevamente al laboratorio y efectivamente la muestra dio positivo. Tendría que pensar muy bien las cosas, no quería equivocarse y echarlo todo a perder, lo más claro en ese momento es que su abuelo tenía razón, le fueron acabando la vida lentamente y eso tendría que salir a la luz.
Llegó a la casa y ¡oh sorpresa!: la caja de puros no estaba, entonces se dirigió nuevamente a la oficina de Carmen Sofía:
-Te estaba esperando, eres muy evidente y todo un novato, dejaste la carpeta con los resultados que llevaste al laboratorio, y sí, yo envenené a ese viejo decrépito que siempre nos mantuvo a un lado, nunca tuvo presente a mi hijo en las pretensiones para reemplazarlo y eso no lo pude tolerar, así que tuve que intervenir. Unos días antes de morir lo obligué a hacer un testamento y dejar todo en manos de Pedro Daniel, que es un idiota, inútil, pero el único que podría desde ese cargo mantener nuestro estilo de vida, le dije que si no lo hacía encontraría tu cabeza colgada de uno de esos asquerosos arbustos que tanto cuidaba y que no se chamusquearon con el incendio que yo misma provoqué-.
Del cajón de su escritorio sacó una pistola con silenciador y dirigió la mira hacia la frente de Oliver.
-Ni te inmutas, es increíble todo lo que aprendiste del viejo, te convertiste en un impedimento para mis planes, por eso tendrás que ir a hacerle compañía, te prometo que plantaré un olivo con tu nombre.
-Yo no estaría tan seguro: el día que te visité cambié las cajas, los puros que te has estado fumando son los que tú misma envenenaste, aunque para acelerar el proceso le puse una más alta dosis, así es que tus minutos están contados.
Carmen Sofía cayó al suelo, no pudo de la impresión y se desplomó soltando la pistola, Oliver se acercó a ella y notó que por los síntomas estaba sufriendo un infarto, se acercó y escuchó que entre susurros Carmen Sofía le pedía que llamara una ambulancia, ante lo cual Oliver le respondió:
-Tu muerte será igualmente silenciosa, esperaría que fuera muy dolorosa pero mi maldad no da para tanto, en unos meses lograré la presidencia de La Primavera y en tu nombre, sembraré un cactus justo a la entrada del cuarto de basuras.