El niño y el olivo

Tico

Hace mucho tiempo un hombre fue padre y el día del nacimiento del hijo plantó un olivo. Al mismo tiempo que el niño, crecía el olivo. Fueron pasando los años y el niño se convirtió en un muchacho fuerte y hermoso. El olivo por igual se convirtió en un árbol grande y fuerte, con sus ramas hermosas llenas de hojas verdes y plateadas.

El olivo se llenó de frutos verdes llamadas olivas; era el olivo más elegante de la zona. El niño, que ya era un hombre, se sentía mal y se sentó a la sombra del olivo. El árbol, que lo conocía y había crecido con él, le preguntó qué le pasaba. El chico, sorprendido, se asustó de que el olivo le hablara. El olivo le contó que habían nacido y crecido juntos, así que el chico cogió confianza con el olivo y le empezó a comentar sus penas. El olivo, al oírlo, lloraba lágrimas de aceite.

El chico le dijo que no llorara, que todo en la vida es pasajero, y que algún día ambos serían valorados. El olivo le contestó que él sólo valía para dar olivas y producir un rico aceite. Entonces le propuso al chico que podría utilizarlo para venderlo, pero el chico no quería hacerlo porque pretendía utilizarlo para ayudar a gente necesitada que podría tomarlo con un poco pan cada día.

Pasó tiempo y su confianza y amistad fue cada vez mayor. El olivo no paraba de dar olivas para ayudar a su amigo. Un día el chico tuvo que partir fuera de su provincia; el olivo lo esperaba todas las tardes para conversar con él, pero su amigo no venía a verlo, ya que no le dijo que tenía que salir de viaje por un tiempo. El olivo cada día estaba más triste y añoraba la presencia de su amigo. Cada vez el olivo se iba estropeando y secándose más. El padre del chico veía que ya sólo servía para leña y decidió cortarlo y hacer leña.

Pasado mucho tiempo llegó el chico y lo primero que hizo fue ir a ver a su amigo el olivo. Cuál fue su sorpresa que el olivo no estaba, sólo quedaba del olivo una pequeña estaca. El chico cayó de rodillas ante la estaca que quedaba de su amigo y se puso a llorar. La estaca le dijo: “Te esperé y esperé y tú nunca venías”. El chico le pidió perdón y le prometió no volver a dejarlo nunca. Al mismo tiempo que el chico lloraba rociaba la estaca con sus lágrimas y el olivo fue creciendo y haciéndose grande. El chico cumplió su promesa.

El olivo iba creciendo al mismo tiempo que el chico iba envejeciendo. El olivo cada vez era más fuerte y el chico más débil. El chico seguía todas las tardes hablando con el olivo y contándole las peripecias que tuvo cuando salió del pueblo. Un día el padre del chico, que era mayor, le preguntó qué hablaba con el olivo y el chico le dijo que cosas de la vida.

Al pasar el tiempo el chico enfermó de neumonía y el olivo, al no saber nada de él, también cayó enfermo. El chico cada vez estaba peor, lo mismo que el olivo, hasta el punto de que la enfermedad se llevaba tanto al chico como al olivo. El chico en un papel escribió: “El día que yo muera quiero que mis cenizas las echen en el olivo”. Cuando el chico murió, el olivo estaba muy triste. El día de la incineración, el padre del chico le echó las cenizas al pobre olivo, que estaba destrozado y apenado. Al día siguiente, el padre del chico se dirigió al olivo y vio que se había mejorado y en una de las ramas intuyó el espíritu de su hijo, que se había mezclado con la vida del olivo. Desde ese día, ese olivo fue querido y mimado. Sus frutas fueron cada vez mayores y más sustanciosas en aceite.

El hombre se dirigió hacia el olivo y le dijo que cómo había sucedido eso. Entonces se le apareció una luz blanca muy luminosa, la cual le dijo: “Tu hijo ha sido elegido para compartir su vida con el olivo”. El hombre le dijo a la luz que por qué su hijo, y la luz le respondió diciéndole que era bondadoso, humilde y sencillo, por eso compartiría su vida con el olivo. Entonces la luz desapareció y el hombre quedó sorprendido. El olivo se dirigió hacia el hombre diciéndole que su hijo tenía un propósito: dar aceite y pan a las personas que pasaban hambre. El olivo le dijo al hombre que Dios lo había elegido para ese propósito y el hombre le prometió al olivo continuar con la intención del hijo.

El hombre reunió a todos los pobres del pueblo dándoles un trozo de pan y un tazón de aceite. Cada vez era mayor el número de pobres que venían; a los lejos había un niño que vio la multitud de gente y el agobio del hombre. El niño se acercó y el hombre le ofreció un trozo de pan. El niño le dijo que no quería pan, que lo que quería era ayudarle. Al hombre se le llenaron los ojos de lágrimas porque en el niño vio reflejada la imagen de su hijo de pequeño.

El hombre aceptó su ayuda. Ya avanzada la tarde, llegando la noche, la gente se iba. Entonces el hombre le dijo al niño que se marcharse a su casa y el niño le respondió que no tenía casa. El hombre le ofreció la suya. Allí le entregó ropa de su hijo para que se lavara y se cambiase. Ya que el niño iba vestido con trapajos y descalzo, se lavó y se vistió. El niño sollozando se abrazó al hombre, dándole las gracias. El hombre a su vez lo abrazó cariñosamente. El hombre, lloroso entonces, le comentó lo que le había pasado a él, a su hijo y al olivo. Por eso seguía los pasos de su hijo. El hombre le preguntó al niño por qué estaba solo. El pequeño le contestó que su padre era alcohólico y que lo maltrataba. Y el niño le dijo que su padre a lo único que se dedicaba era a estar de bar en bar y no llevaba comida a su casa. Un día llegó borracho a la casa y se dirigió a la habitación; allí se encendió un cigarro, se quedó dormido y se prendió fuego en la casa, muriendo el padre y la madre.

El hombre le preguntó cómo a él no le había pasado nada y el niño le dijo que fue porque él dormía en la calle. El hombre, sorprendido, rompió a llorar y le dijo que allí podía quedarse todo el tiempo que quisiera.

El tiempo fue pasando y el niño y el hombre se encariñaron cada vez más el uno con el otro. Un día el hombre le propuso al niño adoptarlo y el niño sorprendido por la sencillez y el buen trato que recibía, aceptó. Al día siguiente se dirigieron a la oficina de adopción y finalizaron el trámite.

Regresando a casa el hombre le confesó a su nuevo hijo que estaba enfermo y que no le quedaba mucho tiempo de vida, por lo que le pidió por favor que cuando muriera repartiera sus cenizas en el olivo, ya que el olivo era una parte de su vida. El niño le dijo: “Papá, te lo prometo, lo haré”. El hombre, al oír de nuevo la palabra papá, se echó a llorar y le dijo a su hijo: “Gracias, esas palabras me han llenado mucho”.

Al tiempo, el muchacho conoció a una chica que con el tiempo sería su mujer. Un día soleado, cuando el muchacho estaba recogiendo el aceite del olivo para repartirlo, oyó un golpe que procedía de la casa. Se dirigió hacia allí corriendo y se encontró el cuerpo del padre fallecido en el suelo.

El día del funeral, el muchacho recordó la promesa que le hizo al padre y así lo hizo. Repartió sus cenizas en el olivo y, de repente, se le apareció el alma del olivo dándole las gracias por cumplir su promesa y le dijo que nunca estaría solo.

Al tiempo se casó con la que era su novia. Su mujer le comentó la posibilidad de irse de allí y él le dijo que no podía irse. Ella le preguntó el porqué y él detenidamente le contó la historia del olivo y la promesa que le hizo a su padre. Ella, entre lágrimas, lo entendió y desde ese día ayudó a su marido.

Al cabo de un tiempo, ella le comento a su marido que estaba en estado y él se lanzó hacia ella llorando y abrazándola con mucho cariño y amor. Pasados los meses nació la criatura y como era de costumbre el muchacho plantó un olivo. El muchacho le presentó a su hijo al olivo para que lo iluminara y cuidara de él como lo había hecho con todos sus familiares.

El olivo, agradecido, bendijo al niño y lloró aceite de alegría. El olivo le dijo al muchacho: “Tendrás más hijos, serán fuertes, sanos y felices”. Para acabar les diré que el olivo sigue cuidado por la descendencia familiar.

Nunca hagas daño a nada ni a nadie, pues todos los seres vivos algún día podemos necesitarnos.

Así termina la leyenda del niño y el olivo.