El renacer de Don Olivo Olivar

Mary Cruz

Yacía en su lecho de enfermo Don Olivo Olivar, quien a sus 99 años le había dedicado gran parte de su vida a aquella plantación que era orgullo de su familia generación tras generación. “La Primavera” era sin duda una de las plantaciones más prósperas de la región. Se había caracterizado por la producción de uno de los mejores aceites a nivel mundial. Desde hacía por lo menos 70 años se encontraban en los primeros lugares y la exportación era uno de sus fuertes. Al principio no les resultó tan fácil el oficio, si bien el ensayo y error los llevó a semi tecnificar el proceso; pudo más el olfato empresarial y la pasión con que esta familia sobrellevó cada crisis económica y cada asonada de la competencia.

Algunos meses atrás, le había sorprendido una extraña enfermedad que ni el más prestigioso médico pudo detener. Tratamiento tras tratamiento, no se logró identificar particularmente su origen, lo que sí estaba claro es que a pesar de su avanzada edad contaba con un alto estado de lucidez y conservaba intacto el optimismo que siempre lo caracterizó. Fue muy activo y enérgico, le achacaba esta condición al consumo diario del aceite que él mismo producía, todas sus comidas desde que tenía uso de razón contaban con este fino ingrediente, era casi inevitable no incluirlo en su diario vivir, él lo llamaba “la pócima mágica”, hacía alardes de sus bondades y lo promocionaba con su propia condición, algo así como auto publicidad.

Oliver Olivar, su más joven nieto, había asumido la dirección de la empresa tras la ausencia e indefectible sucesión de Don Olivo. El estado de salud de su abuelo al principio le permitió gerenciar la planta a control remoto; sin embargo, los días pasaron y con ellos se fue apagando su llama.

Uno de sus últimos deseos fue sentarse bajo la suntuosa sombra de Oliverio, aquel viejo arbusto que por aproximadamente 135 años se había convertido en el orgullo de la fábrica; Don Olivo lo había bautizado así en honor a su padre quien, dada la relación con el campo y las labores agrícolas, decidió algún día plantar olivos, algo que le agradeció pues de ocurrírsele sembrar anones o zapotes, se hubiese llamado mínimo José Anón o Juan de los Zapotes.

Con sus últimos suspiros mandó llamar a Oliver, quería darle unas instrucciones precisas pues presentía que su deceso estaba cerca. Una vez Oliver se acercó, entre otras, le hizo prometer que no desistiría de la intención de participar en el concurso anual de producción de aceite de oliva que por muchos años le había significado el primer lugar. Oliver, no convencido de lograrlo, pero sí comprometido en cumplir este deseo, asintió, a la vez que escuchó un profundo suspiro y un apretón de manos que casi le produce una fractura.

Pasaron los días y todos en la plantación extrañaban a ese bonachón, pero exigente jefe, quien no se cansaba de escudriñar en el alma de cada uno de los olivos que en su mayoría había plantado con sus propias manos. Creció con ellos, vivió esperanzado en ellos, sentía una conexión muy profunda, tanto es así que llegó a considerarlos un hijo más, por eso, cuando le preguntaban que cuántos hijos tenía, respondía sonriente que ya había perdido la cuenta.

Todos eran especiales, pero había uno del que guardaba recuerdos muy entrañables, por ello Don Olivo pasaba gran parte de su día mimando a Doña Chela. Lo había bautizado así en honor a su esposa Graciela, quien falleció de un infarto el día que ganaron el primer concurso: fue tanto el sacrificio, el esfuerzo y el cansancio que ella no pudo con la euforia y falleció en pleno acto de premiación. Fue el primer olivo que plantó con su difunta esposa y quedó justo al lado de Oliverio, el arbusto más longevo de toda “La Primavera”.

Estaban finiquitando los preparativos para el concurso, Oliver sabía que la competencia era reñida; cada año las exigencias eran mayores. Alrededor de la plantación de Don Olivo había muchas otras que siempre fueron sus contendientes más directos y en algunas oportunidades la competencia no fue tan legal y correcta; en varias ocasiones Don Olivo tuvo que retirarse al notar que las condiciones estaban siendo desequilibradas, pero esto no lo desmotivaba del todo, pues su mayor cualidad para competir era la calidad de su producto y la honestidad con que era gestado todo el proceso desde la misma siembra.

En los meses previos todo giraba en torno al concurso, la producción seguía como de costumbre; sin embargo, todos sabían que las mejores aceitunas serían las privilegiadas para hacer con ellas el mejor aceite jamás producido, esa había sido la consigna de Don Olivo y por supuesto Oliver la hizo suya, se enfocaban siempre en aumentar las cualidades de cada lote para que uno siempre estuviese por encima del otro.

Esa noche Oliver dio un último vistazo al proceso, todo marchaba según lo propuesto; se retiraron uno a uno los operarios y Oliver salió el último como de costumbre. Pasadas las dos de la madrugada, escuchó desde su cabaña que a lo lejos los perros ladraban de manera inusual. Dejó pasar unos minutos, pero su ladrido se hizo desesperado, entonces decidió levantarse e ir a inspeccionar. Cuando se puso en pie y salió, divisó una fumarola que salía de la planta. Despertó al capataz y todos los obreros que vivían cerca, fueron a mirar y gran parte del producto que se procesaría esa mañana estaba perdido, así como una quinta parte de la plantación, a criterio de los espectadores. Oliver no podía contenerse, estaba devastado, inmediatamente vino a su mente la promesa que le había hecho a su abuelo, no le parecía justo. Ocultar su angustia, tristeza y preocupación se le hizo una tarea muy difícil.

Los días estaban contados, el concurso estaba cada vez más cerca y la decisión estaba tomada, lamentablemente este año “La Primavera” no participaría en el legendario concurso, brillarían por su ausencia, en especial aquel anciano de contextura gruesa, barriga prominente, brillantes ojos, más azules que el cielo que embellecía a “La Primavera”, barba y pelo totalmente cano, aquel que con su sonrisa y carisma iluminaba cualquier recinto. Oliver no daba crédito a lo que estaba sucediendo, en este certamen también faltaría el aceite que se producía sobre todo con ganas, entusiasmo, detalle y sincronía. Todos sabían que el secreto del éxito de la planta de producción de Don Olivo tenía varios matices, pero sin duda su liderazgo era el principal ingrediente, ese siempre fue su sello personal, convencía solamente con su actitud.

Esa noche Oliver, a pesar de haberse formado con sólidas bases y un fuerte carácter, no pudo contener las lágrimas: todo estaba preparado, pero ese voraz incendio acabó con todas sus ilusiones. Pasaron dos semanas, tiempo en el que se dedicaron a recoger los escombros y lo poco que quedó; la investigación avanzaba, pero aún no contaban con un reporte oficial, todo apuntaba a que había manos criminales tras este lamentable hecho.

Esa mañana despertó más temprano que de costumbre, algo en su ser le hizo dirigirse a la plantación, salió sintiendo en su rostro un fuerte viento que le penetró hasta los huesos; sintió temor, pero a la vez curiosidad, esos fenómenos eran inusuales y la época del año no daba para tanto, apenas comenzaba el otoño. Faltaba poco para llegar cuando notó que sobre Oliverio y Doña Chela caía una llovizna clara y recia, el cielo no estaba nubado, al contrario, el sol que apenas asomaba, daba al panorama unos visos rojizos, arreboles maravillosos que nunca se habían visto. Hacía días venía analizando un hecho misterioso: con el incendio los dos arbustos se mantuvieron en pie y con daños muy leves, fueron de los pocos que se mantuvieron firmes a pesar de las altas llamas que se levantaron devorando todo a su paso.

Al acercarse no podía dar cuenta de lo que veían sus ojos, jamás en todos los años que llevaba dedicado al cultivo y producción de aceite de oliva había contemplado unas aceitunas de tal tamaño, color y contextura, sus atributos saltaban a la vista. Tuvo que frotarse los ojos y volver a mirar, pero Rodolfo el capataz, que al escuchar los ruidos también se había levantado, le confirmó que no era un sueño, lo que estaban presenciando parecía un milagro.

Ese día trabajaron a marcha completa, vinieron refuerzos y la producción estuvo lista para el concurso. Todos a la expectativa, aún les costaba creer que estuvieran allí en primera fila esperando el resultado.

Cuando Oliver subió a la tarima a recibir una vez más el premio, no pudo contener las lágrimas, los jurados habían expresado que este aceite era por demás el mejor que en muchos años se había producido en el mundo, su exquisitez le hizo merecedor de las más altas puntuaciones, los jurados que tenían gran trayectoria y eran expertos en el tema, tampoco pudieron ocultar su asombro, las cualidades notadas les hicieron explotar en felicitaciones y palabras de adulación. Oliver y todos sus acompañantes estaban dichosos, el sabor y olor eran intachables, de acuerdo a los criterios de calificación, el aceite se encontró libre de defectos, por lo cual el premio era más que merecido.

El discurso de agradecimiento tuvo un tinte de nostalgia y emotividad, fue dedicado en especial a Don Olivo, Oliverio y Doña Chela, sin ellos esta hazaña no hubiese sido posible. Oliver se refirió a un episodio de su infancia en el que, recostado bajo la sombra de Oliverio, le preguntó a Don Olivo si creía en la reencarnación, ante lo cual éste, con una sonrisa, le contestó: “Si no fuera por eso no abrazaría cada mañana a Doña Chela, ni le dedicaría canciones, no la regaría yo mismo, no la podaría ni recogería sus frutos, no produciría con sus aceitunas el mejor aceite, el que nos ha hecho merecedores de todos los reconocimientos que reposan no sólo en el estante y las paredes de la casa, sino en mi alma y en mi corazón; es su magia la que permite que de cada una de sus aceitunas se obtenga el más preciado y codiciado ingrediente para elaborar el fino bálsamo que cada vez que se diluye en mi paladar me transporta al escenario en el que me entregaba con ella, bajo los efectos del romanticismo, a la melodía de nuestro idilio”.

Desde ese día el aceite Renacer de Don Olivo se convirtió en el mejor del mundo, el más apetecido y comercializado, aceite de grandes matices que logra en las papilas gustativas de cada comensal sensaciones dulces y agradables. Este aceite fue declarado fuera de concurso y de ahí en adelante “La Primavera” se convirtió en ejemplo para muchas industrias, además de un sitio turístico, pues escondía esa magia a la cual se refirió Oliver en su discurso, despertaba la curiosidad de sus miles de visitantes al año, su historia se hizo tan popular que propios y extraños querían experimentar la sensación de ser arrullados por la brisa y el aroma que brotaba de cada uno de sus arbustos. El paisaje, la hospitalidad y las delicias que se producían con este aceite hacían que quien pisara este suelo quedara hipnotizado, con deseos de volver y con la necesidad de recorrer cada uno de los espacios de aquella suntuosa fábrica, no por lo extensa y lujosa, sino por la grandeza de su naturaleza y por el arte con que se narraban los fenómenos extraordinarios que continuaron sucediendo.

Cada mañana se podía divisar sobre Oliverio y Doña Chela esa lluvia que había sido la vitamina para que sus aceitunas crecieran fuertes, vistosas y de excelente calidad. Los huéspedes de “La Primavera” se levantaban cada mañana para presenciar ese espectáculo, igualmente el sol hacía lo suyo. Era impactante ver cómo la naturaleza se confabulaba y ofrecía a propios y a turistas un paisaje de tal magnitud cuyos protagonistas eran aquellos olivos sembrados contiguos y que daban la impresión de estar tomados de sus ramas y abrazados por el viento.

Oliver continuó con la tradición de sembrar olivos y bautizarlos. Don Olivo quedó plantado junto a Doña Chela y delante de Oliverio, esperaba día a día su evolución y estaba seguro que se convertiría en aquel gran arbusto con esas enormes raíces y ese frondoso follaje que hacía parte de la historia de “La Primavera” y ya ocupaba un lugar privilegiado en el álbum familiar, registro que le deleitaba y compartía gustoso no sólo con sus hijos Jaén y Oliver Junior, sino con todos aquellos que le manifestaran su curiosidad e interés.

Oliver aspiraba a superar los 99 años de su abuelo y a mantenerse así de vigoroso y entregado al sembrado, confiaba en que las propiedades del aceite de oliva que producían le permitiera disfrutar por muchos años más de la inmensa satisfacción que le causaba el compartir cada respiro de su existencia con quienes hicieron de él el mejor productor de aceite de oliva de la historia. Oliverio, Doña Chela y el ahora crecido y fuerte Don Olivo eran su inspiración, su orgullo, y con ellos esperaba ocupar un lugar en “la Primavera”, porque había entendido que así como ellos tomaron vida y se mantuvieron firmes ante la adversidad, sacaron de sí lo mejor y demostraron que juntos podían perpetuar la tradición, él asimismo deseaba dejar huella y marcar una época de esta historia que parecía no tener fin, porque era casi imposible borrar la impronta que a pulso y con minuciosa entrega cada generación venía escribiendo en el libro de la industria olivarera mundial.

Pidió a sus hijos que se aferraran a esa historia fantástica llena de episodios edificantes, de capítulos sublimes y de momentos inolvidables, para que una vez dejara este mundo terrenal, hicieran de él el mejor Olivo de todos los tiempos.