Entre olivos

Gethsemane

Los olivos son la herencia que me dejaron mis antepasados, todo lo que tengo, lo que puedo decir que es mío, es mi olivar, mis olivos en línea recta, bien alineados como mi primer día y otros tantos más en el colegio, recuerdos de mi niñez. Me viene a la mente un patio del colegio, los niños con su uniforme a cuadros y una camisa blanca, todos en línea recta. Entrábamos en clase y tras los cristales límpidos allá a lo lejos, se veían los olivos también en línea recta, bien formados, meciendo el vientecillo que venía del Poniente hacia sus fuertes ramas.

Recuerdo las lecciones que me hacían repetir de memoria, los ríos y afluentes de mi querida patria, de mi insuperable España. Recuerdo los versos de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Azorín, Pío Baroja, incluso Valle-Inclán. Me viene a la mente un poema que se quedó grabada en mi mente como fuego eterno:

 

Vino, primero pura,

vestida de inocencia;

y la amé como a un niño,

luego se fue vistiendo

de no sé qué ropajes;

y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina

fastuosa de tesoros…

¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!

Mas se fue desnudando

y yo le sonreía

se quedó con la túnica

de su inocencia antigua.

Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica

y apareció desnuda toda

¡Oh pasión de mi vida,

poesía desnuda, mía para siempre!

 

También recuerdo los juegos de mi niñez en el patio del colegio, los gritos del maestro enfadado por no atenderlo en clase. Recuerdo el camino que me conducía hasta mi casa recitando una y otra vez calladamente para que no se me olvidara los versos del autor de turno. Recuerdo a mis padres recogiendo las aceitunas, vareándolas, extendiendo bien los fardos para obtener ese aceite oleoso con cuerpo que caracteriza a los olivos de Jaén.

Jaén, tierra de olivos, de buena gente. Todos mis recuerdos están adormecidos, sólo basta espabilarlos para que aparezcan nítidos, como recién creados. Recuerdo, especialmente, mi primer día de trabajo. Tenía tantas ganas de trabajar en lo que era nuestro día a día… Apenas contaba quince años. Cogí la vara de mi padre sacudiendo con fuerza los olivos más tardíos, los que eran de mi estatura. Mis manos estaban encallecidas por el trabajo diario. Era duro madrugar, recoger las aceitunas esparcidas por el suelo en el rocío de la noche, quedándose manos gélidas e hirientes, pero no me importaba porque me esperaba un fuego que ardía lentamente y un plato de comida caliente en la mesa. Mi abuelo presidía la rústica tabla de madera. Todos alrededor de ella, mis tíos, mi abuela y mis padres, todos en torno a ella. Mi abuelo bendecía la comida que nos habíamos ganado con el sudor de nuestra frente y después de comentar cómo nos había ido el día, de las ganancias y pérdidas. Unas veces porque el tiempo estaba a nuestro favor, llovía copiosamente, cosa que los olivos agradecían y otras veces, la sequía en la que los días se hacían eternos sin ver que el cielo no provocaba a que las nubes lloraran en forma de gotas de agua, permanecía tranquilo sin atraer a la tormenta.

Éramos una familia unida donde cada miembro era importante haciendo cada uno su labor.

Me viene a la mente ese olor penetrante al destapar una garrafa de aceite metiéndose a través del sentido del olfato. Era cautivador su aroma, hipnotizante. Era el aroma de nuestro hogar. Los olivos eran nuestra fortaleza, nuestro estilo de vida nuestro sustento.

Nací entre olivos. Mi padre estaba en el olivar como de costumbre, era el día a día de nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro estilo de vida. Ese día, según cuenta mi abuelo, mi madre había salido de cuentas, así que mi padre dejó aparcado su trabajo antes de lo acostumbrado. Pasó el umbral encontrando a mi madre que había roto aguas tendida en el suelo. Inmediatamente, mi padre cogió lo necesario ya preparado meses antes, pensando en este momento. Acto seguido, mi padre cogiendo a mi madre entre sus brazos la llevó hasta donde tenía el coche. En ese mismo instante, mi madre tenía dolores muy fuertes e intensos. Mi padre no pudo contener la rabia, estaba nervioso sin saber qué hacer. De repente, impulsivamente pensó recostarla al pie de un olivo y sin pensarlo dos veces, ayudó a mi madre a traerme al mundo. No había ni un solo ápice de cobardía en mi padre, era fuerte, valeroso, se enfrentaba a lo desconocido con valentía. Por este motivo, nací entre olivos. Ese mismo día, llamaron al médico tranquilizando a todos los miembros de la familia asegurando que era una niña sana. Mi padre en ese instante tormentoso había acertado ayudando a mi madre a traerme al mundo de una forma inusual donde me esperaría una vida plena de vivencias acompañada de los míos.

Era feliz entre olivos. Me gradué en la Universidad como Ingeniera Agrícola para así sacar más provecho a los olivos, cuidándolos, mimándolos como a un niño de pecho. Me doctoré en Agronomía y poda del olivar y mi trabajo se basó en la aplicación de técnicas racionales de cultivo con el diseño de plantaciones en las que se contempla la elección de variedades, laboreo y no laboreo, control de plagas y sistemas de poda, con el máximo respeto al medio ambiente.

Mi familia estaba orgullosa de mí: era el primer miembro con título universitario. Los conocidos los felicitaban porque según ellos, había llegado muy lejos.

Hubo tiempos buenos en los que nos sonreía la fortuna de tener la mejor cosecha de los alrededores. No obstante, y sin esperarlo, llegó una plaga que no sabíamos cómo atajar.

Puse en marcha todos los conocimientos que durante años había obtenido en la Carrera y el Doctorado y gracias a mi amor por los olivos, logré erradicar el virus que se había apoderado de los olivos. Fue un trabajo arduo, trabajando sin descanso día y noche para salvar a mi olivar, pero al final lo conseguimos. Los olivos eran todo lo que teníamos, nuestra dedicación y esfuerzo, nuestra forma de vida. Mi familia se sentía orgullosa de mí, protegida. Aseguraban que era la piedra angular que sostenía a la familia. Entre todos formábamos un círculo ayudándonos los unos a los otros. Los problemas de uno los hacíamos nuestros, resolviéndolos de la mejor manera para permanecer unidos ante las adversidades de la vida.

Nací entre olivos formando parte de ellos, me sentía tierra, el brazo del olivo arraigado a ella echando las más profundas raíces, sintiéndome segura cerca de ellos. Me inspiraban tranquilidad y paz interior.

Ahora, que habían pasado infinidad de generaciones, me encuentro sola con mis olivos, echando raíces junto a ellos. Forman parte de mí al igual que ellos. Todo mi mundo gira alrededor de ellos. No me encuentro desamparada estando junto a ellos. Me han acompañado desde mi nacimiento hasta el día de hoy. Estarán siempre ahí, dándome sombra, compañía, ganas de vivir.

Para mí, lo más importante en este momento son los olivos, pero presiento que me falta algo en mi vida, una familia como antaño reunida alrededor de la mesa, escuchando las voces y risas de los más pequeños, el sonido de los cubiertos envolviendo el ambiente. Mi soledad se hace más patente cada día. Me refugio en mi trabajo. Tengo varios empleados a mi cargo y hoy recibiré a mi nuevo capataz que se encargará de todo lo concerniente al trabajo personal y profesional de los trabajadores.

Me desperté de mi aletargo, unos golpes secos en la agrietada puerta de entrada a la vivienda llenándose de una luz áurea la estancia donde me encontraba. Era un joven de nacionalidad austríaca, de rasgos bien definidos, de tez clara, ojos rasgados, azules como un amanecer, cuerpo atlético, cabello claro y una voz que se metía en el alma. Era tan dulce como cuando te acaricia los tímidos rayos de sol sintiéndome aturdida. Se metió muy adentro, en lo más profundo de mi ser. Más tarde supe que estaba casado, tenía dos hijos y su mujer estaba esperando su tercer hijo. Todo se derrumbó ante mí, quise huir de mi yo interior, escapar de las sombras que me acechaban. Era tanto el dolor que sentía que me impedía respirar hasta el punto de que enfermé. No tenía ganas de vivir. Un sueño fue el que me hizo despertar enfrentándome a la realidad, era mi padre que me daba la mano sintiendo una energía interna que hizo que me enfrentara a mis miedos viviendo con ese amor que sentía porque no podía apartarlo de mi pensamiento, sólo durmiendo borraría su imagen, desaparecería su voz, no vería sus ojos, no sentiría sus manos.

Él era el pozo donde había caído, empapándome de su agua, un pozo profundo donde ahogar mi dolor, pero mi padre me elevó volviendo a la vida. Ahora no sentía dolor, sólo me dejaba llevar por su recuerdo.

Un día se fue así como llegó. Le dejé irse, sin reproches, sin mirarle a los ojos. Se fue de noche. El día me lo trajo y la noche se lo llevó. Ahora estoy otra vez sola. Los olivos me ven llorar repitiendo su nombre en silencio. Sé que están tristes porque me vieron nacer. Echo tanto de menos a mi familia…, daría todo lo que soy por tenerlos cerca de mí.

Me desperté al alba, amaneció un día lumínico, lleno de luz. Su claridad me cegó los ojos y sus tímidos rayos de sol calentaron mi rostro. Como de costumbre, me fui al olivar, cuál fue mi sorpresa cuando me encontré a un niño recién nacido envuelto en un chal blanco con una nota en la que decía que me encargara del bebé pues la madre había fallecido en el parto y el padre no quiso saber nada de él. Me ilusioné con el niño hasta tal punto que lo adopté. No sé si era casualidad o si era mi imaginación que veía los mismos ojos, el mismo color de piel, la misma mirada en el bebé. Por un instante pensé que podía ser hijo del hombre que tanto amé, algo me decía que era posible. Mandé a un detective a que investigase el lugar donde podría encontrarse. Quería conseguir su DNA. Quería saber todo de él, si era hijo suyo o, por el contrario, estaba equivocada. De todas formas, quería a este niño como si fuera hijo mío. No lo querría más si fuera su madre biológica. Efectivamente, mis sospechas eran ciertas, era su hijo, el hijo del hombre al que amaba. Al morir la madre de la criatura sintió tanta frustración, tanto miedo, tanto dolor que lo abandonó en el olivar y a los otros dos niños los dejó con sus abuelos maternos. Fue cobarde su acción. No sé como me pude enamorar de un hombre así. Esto me sirvió para que su imagen se borrara de mi mente, aunque, en ocasiones, la viese en su hijo. Ya no sentía dolor. Creció y se graduó como Ingeniero Agrícola siguiendo mis pasos. Al final de mis días, heredará mi patrimonio y así, el eslabón no se terminará, será mi sucesor entre olivos.