La abuela Antonia

Rosa Mari

La abuela Antonia siempre que venía a casa nos contaba historias muy interesantes y divertidas, sobre todo del cortijo y también del pueblo, allí donde ella vivió con su familia cuando era pequeña.

La abuela Antonia siempre vestía de negro, cuando le preguntábamos “Abuela, ¿por qué siempre vistes de negro?”, nos decía que desde jovencita se le fueron muriendo parientes y allí en el pueblo, por respeto, se vestían todos de negro, incluso a las niñas y a los niños les cosían un brazalete negro en la camisa y el que tenía chaqueta, pues también. Después, cuando fue creciendo, como se seguían muriendo familiares, aunque no fuesen cercanos, seguían vistiéndose de negro y poco a poco se acostumbró y siguió vistiendo de negro.

La abuela Antonia siempre estaba muy repeinada con su moño en la nuca y su limpio y brillante pelo blanco, porque la abuela Antonia a pesar de sus muchos años era muy limpia y presumida. La abuela Antonia siempre llevaba sus zapatillas negras que además eran de tela muy relucientes.

A mis hermanas y a mí, cuando regresábamos del colegio, nada más entrar salía a recibirnos, nos dábamos un beso y seguidamente siempre nos miraba las manos y los zapatos mientras nos decía:

-Limpiaros esos zapatos antes de entrar, que están llenos de polvo.

Y seguidamente nos decía:

-Y esas manos hay que lavarlas enseguida que vuestra madre ya os tiene preparada la merienda, y el pan no se debe tocar con las manos sucias, que el pan es sagrado.

Si alguna vez veníamos del colegio con alguna amiguita y la abuela Antonia estaba pasando unos días con nosotros en casa, le decíamos: “En cuanto la abuela Antonia nos vea, nos dirá que nos limpiemos los zapatos, y después que nos lavemos las manos”.

-Cuando yo era pequeña, como no había esas cosas que hoy tenéis para darle lustre al calzado, cogíamos un tizón de la lumbre y lo frotábamos sobre nuestras alpargatas, porque se puede ser pobre, pero no sucia.

-Abuela, abuela, cuéntale a nuestra amiga por qué hay que lavarse corriendo las manos cuando llegas a casa

A nuestras amigas también les gustaba escuchar las historias de la abuela Antonia.

Ya con las manos limpias nos sentábamos a su lado en la mesa de la cocina con una rebanada de pan bañada con aceite puro de oliva virgen. Siempre nos traía una botella del olivar que seguía teniendo en Jaén para merendar. En ocasiones le añadíamos un poco de azúcar por encima y junto con un vaso de leche fresquita, solía ser nuestra merienda cuando la abuela Antonia nos visitaba en casa.

Mientras merendábamos, pendiente de que nos comiésemos todo sin manchar, nos contaba diferentes historias.

-En una ocasión, cuando era pequeña, en el cortijo cerca del molino donde trituraban las aceitunas para extraer el rico aceite de oliva que estáis merendando, mi madre me mandó sacar a pastar las tres ovejas que teníamos. Esas ovejas nos daban leche con la que mi madre también hacía queso…

-¡Abuela, abuela, cuéntanos otra vez lo que pasó con las ovejas!

-Pues… ah, sí: que yo estaba con las ovejas en el campo con mi palo, cuando de pronto las ovejas se pusieron muy nerviosas y vi a lo lejos un lobo que venía despacio, muy despacio hacia donde estábamos las tres ovejas y yo. Me asusté tanto que comencé a correr hacia mi casa y a gritar: “¡Mamá, papá! ¡Que viene el lobo, que viene el lobo!”, yo gritaba mucho y corría también mucho, unas veces me caía, me levantaba, me caía otra vez y me levantaba llorando y gritando mucho, ¡Mamá, papá, el lobo!…

-¿Y qué pasó?, abuela, ¿qué pasó?

-Pues que mi padre salió corriendo con un palo y también otros vecinos con sus palos, salvaron a las tres ovejas y el lobo se fue huyendo muy asustado. Mi madre me lavó las manos y las rodillas porque al caerme me las había raspado y ensuciado, pasándome unas gotitas de aceite de oliva. Cuando se me pasó el susto, me dio un gran vaso de leche fresquita y una rebanada de pan de hogaza, más grande que el vuestro, bañado con el rico aceite de oliva de nuestro olivar, que además tiene muchas vitaminas.

-¡Abuela Antonia, cuéntanos otra de tus historias!

-Cuando terminéis los deberes del colegio, que tenéis que aprender muchas cosas, para cuando seáis mayores no os engañen y podáis cuidar y conservar el olivar…

En ese momento sonó el timbre de la puerta. Mamá la abrió, después de mirar por la mirilla. Eran Pili y Luisa, compañeras y amigas, con las que habíamos quedado para hacer un trabajo del colegio.

Corriendo, mi hermana pequeña salió a recibirlas, mientras decía:

-¡Mamá, mamá!, Pili y Luisa vienen a hacer un trabajo del cole que tenemos que entregar mañana.

-¡Vale, vale! Pasen, pero no hagáis mucho ruido.

La abuela Antonia, cuando entraron en el salón, rápidamente les miró los zapatos y sin dudar, le dijo a mi hermana pequeña:

-Trae un trapo para que vuestras amigas se limpien los zapatos y acompáñalas para que puedan lavarse las manos, seguro que en el colegio no les ha dado tiempo a lavárselas.

Pili y Luisa sonrieron de alegría cuando vieron que estaba la abuela Antonia, saludándola cariñosamente después de limpiarse los zapatos y lavarse bien las manos, porque ya conocían a la abuela Antonia, incluso en alguna ocasión escucharon la historia de cómo llegaba el aceite puro de oliva virgen a las botellas, porque muchas de nuestras compañeras solo veían en el supermercado las botellas de aceite cuando acompañaban a sus mamás. ¡Claro! Eso era porque no tenían a la abuela Antonia, que sabía tanto del campo.

-¡Hola, abuela Antonia! ¿Nos contará usted hoy alguna bonita historia? -preguntó Luisa con su sonrisa.

-Cuando terminéis los deberes, que eso es mucho más importante para ustedes.

Rápidamente las cinco nos pusimos con nuestros cuadernos, lapiceros y libros. La abuela Antonia, que a pesar de sus más de mil años veía muy bien sin gafas (bueno, quizá tenía algunos años menos de mil, pero veía muy bien sin gafas), sacó del costurero aguja e hilo y varios calcetines negros, que enseguida se puso a remendar, porque la abuela Antonia se ponía calcetines por la noche para dormir y nos decía que se le quedaban “los pies arrecíos”.

Al vernos mamá tan atareadas con los deberes, le dijo a la abuela Antonia que tenía que salir a hacer unas compras, y la abuela Antonia asintió con la cabeza mientras le decía: “No tardes que se está nublando y seguro lloverá”.

Miramos nosotras cinco hacia la ventana al escuchar la palabra lloverá, porque la abuela Antonia solía acertar.

-Ustedes a lo vuestro, para que pronto puedan terminar. Y si da tiempo, una historia les podré contar -nos dijo la abuela Antonia.

Los truenos no tardaron en resonar y pronto la lluvia apareció.

-¿Veis como la abuela Antonia no se equivocó? –dije yo.

Sonriendo replicó:

-Es que en el campo se aprenden cosas que a veces no saben todos los de la ciudad.

Pili, a quien parecía que le sonaban un poco las tripas, preguntó:

-Abuela Antonia, ¿esta vez también les ha traído usted una botella de ese aceite de oliva tan rico de su olivar?

Sonriendo, la abuela Antonia le contestó:

-¡Ay, pillina! ¡Que desde aquí tus tripas escuché sonar! ¿Quieres probarlo otra vez?

Poniéndose roja como un tomate, con la cabeza agachada respondió:

-Es que hoy no merendé y está tan bueno ese pan con aceite de oliva, con un poquito de azúcar por encima, que desde que la he visto he estado acordándome de cuando lo probé.

La abuela Antonia dejó los calcetines pinchados con la aguja y el hilo, se levantó y a la cocina en silencio se dirigió, regresando enseguida con dos pequeñas rebanadas de pan, dos vasos pequeños de leche fresquita y dos servilletas sobre dos platitos.

-No los traigo más grandes para que después no se les quiten las ganas de cenar en sus casas.

-Gracias abuela Antonia. ¡Qué rico que está y qué bien huele!

-¿Nos podría contar una de sus historias?

-Como se portaron bien, les contaré cómo llega el aceite de oliva a las botellas. Les contaré lo principal, porque es un proceso largo, efectuado por personas fuertes y trabajadoras. En unos árboles llamados olivos, crecen unas frutas llamadas aceitunas. Crecen muy pequeñitas y amargas, el sol las hace crecer y cuando es el tiempo, muchas mujeres y hombres salen con unas varas, cestas y paños blancos de tela al campo, los paños los colocan debajo de los olivos y con las varas dan con cariño a las ramas para que caigan sus frutos, que después ponen en cestos y descargan en carretillas o camionetas para llevarlas al molino, donde limpian y trituran las aceitunas extrayendo el rico aceite que cae sobre unas grandes tinajas… Ahora ha parado de llover, pueden irse corriendo a sus casas antes de que comience otra vez. Otro día terminamos la historia de cómo llegan a las tiendas las botellas del rico aceite de oliva.

Les decía esto en el momento que mamá regresaba con las compras a casa.

La abuela Antonia siempre hablaba de usted a todas las personas y contaba muchas bonitas e interesantes historias.