Luis era un rico empresario que vivía en la capital. Su esposa había enfermado repentinamente hacía unos meses, ya habían probado todas las medicinas y técnicas posibles para que sanara cuando, una mañana mientras tomaba un café en la cafetería del hospital, un anciano se hizo consciente de su presencia en aquel lugar. Al ver su desesperanzado semblante, el anciano se acercó a él y le preguntó la causa de ese estado. Iniciaron una larga conversación en la cual Luis le contó su historia. El anciano, en un intento de dar esperanza a aquel hombre que acababa de conocer, le contó los rumores que corrían por los pueblos de la comarca ante la existencia de un “olivo mágico”.
Luis, ante las palabras de aquel buen hombre, no pudo evitar quedarse atónito, lo cual le supuso poner cara de asombro e incredulidad. Al ver la reacción de Luis, el anciano le contestó con una sonrisa: “No tienes nada que perder, pero sí algo que ganar”. Esa frase, acompañada de esa sonrisa alentadora y finalizada con aquel guiño de complicidad, le caló en lo más profundo del corazón a Luis; “¿Y si no lo intento y mi amada esposa fallece? Viviré con la duda eterna y la culpa de no haberlo intentado”. Así que, con las indicaciones que le había proporcionado el anciano en la mano, se puso en marcha para su búsqueda.
Durante el trayecto, el cual duró un par de horas, Luis se repetía: “¿Cómo voy a saber cuál es? A mí me parecen todos iguales”. Esa idea se reforzaba cuando pasaba por caminos con campos llenos de olivos a ambos lados, fue al tiempo cuando divisó una gran casona antigua entre medio centenar de olivos. Se acercó todo lo que pudo, frenó el coche y, con los latidos de su corazón acelerándose y un sudor frío recorriéndole el cuerpo, se dirigió a la puerta de la casona dispuesto a hablar con el propietario.
Una vez hubo llamado a la puerta, un hombre de rostro humilde y risueño salió a recibirle:
–Buenos días, buen hombre, ¿en qué puedo ayudarle?
–Buenos días. Permítame que me presente. Mi nombre es Luis y me gustaría hablar con el propietario del olivar. Estoy interesado en comprar un olivo en concreto.
–Lo tiene delante suyo. Bueno, uno de los muchos, el olivar pertenece a todos los miembros de mi familia. Yo soy Antonio, pero dígame, ¿qué olivo busca? –Antonio sonreía con picardía, Luis no era el primero que acudía buscando “el olivo” y atisbaba su respuesta.
–Busco el olivo mágico. He hecho un largo camino hasta aquí y es mi última esperanza, dijo en un tono melancólico.
–¿Le apetece acompañarme a dar una vuelta por el olivar? Así podrá contarme su historia y le enseñaré el olivo que busca.
Luis le contó cómo había enfermado repentinamente su esposa mientras daban ese paseo rodeados por los frondosos olivos. Antonio se percató de que Luis en pocas ocasiones levantaba la mirada al frente, veía realmente afectado y abatido a aquel hombre que vestía un traje caro y calzaba unos zapatos de piel. Antonio se paró y le preguntó:
–Disculpe mi curiosidad, pero, ¿en qué momento enfermó su esposa? ¿Su relación estaba bien en ese momento?
–Nosotros siempre nos hemos amado y nunca hemos tenido crisis alguna, pero es cierto que desde que abrí las dos sucursales nuevas fuera de la capital apenas hemos pasado tiempo juntos, ya que tengo que viajar constantemente y mis pensamientos están ocupados casi siempre en los negocios.
En ese momento, después de lanzar un suspiro al aire mientras levantaba la cabeza, se percató de la presencia de lo que parecía un olivo no muy lejos, rodeado de otro tipo de árboles, en lo alto de una pequeña colina.
–¿Es ese?! –gritó mientras dirigía su mirada ilusionada a Antonio.
–Venga, se lo enseñaré. Sólo le pediré una cosa: respeto por él.
Cuando llegaron al olivo, Luis no podía creer lo que veían sus ojos. Era un olivo que parecía enfermo, y con el tronco retorcido. “Es horrible” pensó. Acto seguido se acordó de su esposa y de que ese árbol podía ser su última oportunidad de recuperarla:
–Dígame Antonio, ¿cuánto quiere por él? Le daré lo que me pida.
–Sólo le he pedido una cosa Luis: respeto. Decir eso delante de él es una falta. Este olivo es un miembro más de la familia, es nuestro mejor amigo y lamentándolo mucho: no está en venta. ¿Vendería usted a un ser querido?
–No, supongo que no –contestó Luis titubeando y perplejo ante la respuesta. ¡Pero es un olivo! ¡Un olivo mágico! ¡Y ya no me quedan más opciones para salvar a mi esposa!
La desesperación empezaba a aflorar en él. Antonio se percató de ello y quiso tranquilizarlo.
–Venga, siéntese aquí conmigo.
–¿Aquí? ¿Debajo del olivo? ¿En la tierra húmeda? ¡Se me estropeará el traje!
–Por un momento, amigo mío, deje de pensar en las cosas materiales. Siéntese, aprecie la hierba, inspire el olor fresco, déjese acariciar por los últimos rayos de sol en el día de hoy. Ahora quiero compartir yo mi historia con usted.
–Está bien, supongo que podré comprarme otro si este se estropea.
Puso la americana tendida en la hierba, se sentó sobre ella y recostó su espalda en el tronco del olivo.
–Verá Luis, como le he comentado antes, el olivo es un miembro más de nuestra familia. Lleva en ella tantas generaciones que he perdido la cuenta. Cuando un antepasado mío lo encontró aquí separado del resto, los vecinos le dijeron que lo trasplantara con los demás o se echaría a perder en poco tiempo. Mi antepasado creyó que, justamente por el motivo de estar alejado y de tener esta forma tan inusual, este olivo era especial. Y así fue. Durante años, junto a él hemos celebrado los momentos más importantes de nuestra familia: las bodas, los bautizos, nuestros primeros besos, las charlas más importantes con nuestros padres e hijos, etc.
Gracias a él mis abuelos se conocieron, y gracias a él también conocí yo a mi esposa (ambas, al igual que usted, vinieron aquí por los rumores de su magia). Mi abuelo siempre nos contaba que, hace muchísimos siglos en la Antigua Grecia, los olivos eran un símbolo sagrado al que nadie podía hacerles daño o lo pagaban con la vida. Cuenta la historia que Atenea, diosa de la justicia y de la sabiduría, ganó el concurso que Zeus propuso entre ella y Poseidón plantando un olivo en lo alto de la Acrópolis. En dicho concurso el regalo era la propia tierra de Atenas. Este olivo fue interpretado como un regalo a los mortales, y desde entonces fue venerado.
Este árbol no tiene poderes mágicos. Su “magia”, por la cual es conocido, radica en que cada vez que lo vemos, nos acordamos de él, o estamos junto a él, nos hace ser conscientes de todas las cosas buenas que tenemos en nuestra vida, de lo importante que son los seres que amamos, los valores que transmitimos a nuestra descendencia y a nuestro prójimo, la gratitud sincera por todo lo que tenemos en nuestra vida, el amor con el que hacemos y decimos las cosas.
El poder de las palabras y los actos llenos de amor, son mágicos. Y esa es “la verdadera magia del olivo”. Por todo esto, nunca vendería a nuestro olivo, porque simplemente es uno más de mi familia.
Amigo mío, vuelva junto a su esposa. Deje de dar más importancia a las cosas que puede comprar que a las cosas que no se pueden sustituir. Hay un dicho por estas tierras que dice: Era tan pobre que lo único que tenía era dinero.
Dígale todo aquello que le diría si fuera el último día a su lado, tenga con ella todos aquellos gestos de gratitud y amor de los cuales puede arrepentirse mañana por su falta. Dedíquele tiempo y amor. ¡Hágale saber que la ama!
Luis, pensativo ante las palabras que le había referido Antonio, se hizo consciente de cuánto había antepuesto los negocios a su esposa, cuántas veces no había apreciado todos los detalles de su mujer, aunque estuviera cansada, cuántas cosas había dado por sentadas… Levantó la cabeza y se fijó en el rostro de Antonio; era un rostro que desprendía amor y sinceridad, y el cual abarcaba una sonrisa risueña todo el tiempo. Se lanzó a ofrecerle un abrazo, de esos que duran y de los que transmiten gratitud. Antonio se lo devolvió de igual manera y se despidieron.
Al cabo de unos meses, Antonio recibió una carta de Luis:
“Querido amigo mío:
Nunca podré agradecerte lo que hiciste por mí. La magia de tu olivo y la tuya propia me abrieron los ojos.
Desde que volví a la capital he pasado con mi esposa cada momento. Seguí tus consejos y desde entonces ¡todo ha cambiado! Supongo que no era consciente de cuán necesario es un “gracias”, o los detalles diarios de hacer la comida u ordenar el cuarto.
Hablé con mi esposa, nos sinceramos, le pedí disculpas por no apreciarla como debía, y me he convertido en un hombre mejor, en la mejor versión de mí.
Sara está radiante todos los días y, aunque no se ha recuperado del todo, ya está en casa y parece mejorar cada día.
Ahora yo también puedo decir que mi vida fue bendecida con “la magia del olivo”.
Muchísimas gracias amigo.
FDO: Luis”.