Era de noche, intenté dormir durante largo rato y no logré cerrar los ojos ni un solo instante. Miré por la ventana. El cielo monumental resplandecía con una luna de cuarzos que se reventaba por dentro. Me deleité con el paisaje que se dejaba admirar como un lienzo bajo el crepúsculo. Decidida, me vestí cómodamente para salir a endulzar mis pisadas en la espesura del parque en esa noche de insomnio.
No pude dejar de admirar el color plata sublime que dejaba escarchado todo ser viviente del bosque de Jaén. Caminé largo rato y me deleité con la belleza de los olivos cuyos troncos gruesos se entorchaban deformes y retorcidos coronándose con una enorme antorcha verde de hojas vivas.
La fragancia era tan profunda y celestial; tan ancestral y divina, que cualquier ángel caído diría que se había derramado de las alturas, el mismísimo perfume de los dioses. La espesura de los aromas podía conectar al más mísero mortal con las deidades de todos los cosmos.
Mi vestido mostaza pálido, se llenó de vida con los destellos de plata que manaban del firmamento. De pronto, en medio de una sombra, divisé la silueta de un desconocido.
Me aproximé silenciosa hasta un lugar desde donde pude verlo con mayor claridad. Se encontraba de espaldas a mí. Era alto, de cabello oscuro. Su traje negro abrazaba apasionantes gotas de luz de luna y su sombrero negro de copa corta se acentuaba en la imagen que aparecía ante mis ojos.
Me acerqué lentamente, bañada de nervios y me detuve cerca de aquel grueso y particular árbol en el que el extraño se encontraba.
—¿Quién eres? —Pregunté sin poder disimular mi falta de aliento, pero mi respiración entrecortada y cargada de espasmos no pasó inadvertida ante su aguda percepción. Sin voltear su rostro hacia mí, me habló lleno de calma.
—¿Asustada?
Al escucharlo, quedé paralizada. Inmediatamente sentí una cadena de espasmos, ansiedades y mortificaciones en los órganos abdominales y colapsos de dolor en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. Un dolor frío se disparó en mi cuerpo y los temblores fueron incontrolables. Me invadía el impulso de salir corriendo, pero a la vez de permanecer allí. La voz de aquel misterioso hombre se me hizo tan familiar, tan conocida que se convirtió en un eco latente en mi mente. Como una película su voz comenzó a pasear recuerdos en mi memoria. Recuerdos que no sabía que tenía.
Un manantial de lágrimas se acumuló dentro de mis parpados abiertos y así, con los ojos rebosados y el cuerpo tembloroso contemplé, nuevamente la espesura del bosque y vi los olivares recordando que antes ya había estado muchas veces allí. El olor de las hojas y de los frutos entró a mi cuerpo dosificándose gradualmente por cada parte de mi ser. Sentí que respiraba el aliento del pulmón más puro del universo. De pronto, una calma inimaginable se apoderó de mi espíritu y mis lágrimas se secaron sin haber derramado una sola gota.
Esa fragancia fascinante me hizo vivir la extraña sensación de combinar la realidad y los recuerdos. Mágicamente se duplicó la intensidad de los aromas, del albor nocturno y de mi emoción.
—¿Los reconoces? ¿Reconoces este lugar? —me dijo.
Yo sabía que los árboles tenían un significado trascendental para mí. Pero cargada de dudas y de miedo preferí decir otra cosa.
—¿Quién es usted? Por qué no se pone frente a mí para verle el rostro. Siento como si hablara con una sombra.
Sosegado y pausado, mantuvo su postura y escuché nuevamente su voz.
—Yo, en cambio, no necesito mirarte para saber tu nombre. Tu belleza interior es más grande que la madurez de esta noche. El color mostaza de tu vestido fue una buena elección.
Al oír esas palabras, de inmediato pensé ¿Cómo podía ese hombre saber el color de mi vestido si ni siquiera se había volteado a mirarme? Mágicamente, como si mi pensamiento hubiera podido ser escuchado, acomodándose el saco me dijo:
—¿Crees que no te miro? Sé más de ti que tú misma, sé también cómo te sientes ahora, y tú también sabes quién soy, te estaba esperando.
De pronto se dio vuelta y pude reconocer su rostro. Sus ojos se posaron dulcemente en los míos que no dejaban de asombrarse ante la cosa más extraordinaria que estaba ocurriendo en mi vida.
Miró el cielo, y como si atrapara un pedazo de luna en sus pupilas, volvió a mirarme para mostrarme un brillo perlado en la redondez de sus ojos. Me atrevería a jurar que él estaba metido dentro de mí y podía sentir mis espasmos.
Una lluvia de sudor comenzó a recorrer mi cuerpo desde el cráneo hasta los pies. En medio de mi sudoración incontrolable, escuché nuevamente esa voz única y particular que solo le podía pertenecer a ese cuerpo.
—Sólo tienes que aceptarlo Pilar —me dijo con una sonrisa que resplandecía en su rostro y, luego de ver sus dientes ordenados tan blancos como el cristal del cielo, dejé de sentir miedo.
—¡Óliver, eres tú! —Exclamé con emoción.
—Cierra los ojos —me dijo. Pero no quise hacerlo.
—¿Qué puedo hacerte? ¿Acaso no soy tu protector?
En ese momento creí que estaba en una especie de delirio provocado por los fascinantes aromas. Óliver era mi protector en las historias que vivía cada noche en la profundidad de mis sueños.
—Cierra los ojos —insistió. Pero nuevamente me negué a hacerlo.
—No seas testaruda, ¿acaso no pediste que esta vez fuese diferente? Pediste encontrarme ¿Lo olvidas? ¡Mírame, estoy aquí! Se cumplió tu deseo. Esto es un milagro.
Yo estaba asombrada. Era el mismo hombre de mis ensueños. Su voz, su rostro, su estatura, su mirada, sus palabras.
—¡Esto es sorprendente! —fue lo único que mis palabras pudieron pronunciar.
—Lo sorprendente fue tu Fe —me dijo, mientras daba un par de pasos hacia mí.
Lo miré directo a los ojos y como un impulso inevitable, en una misteriosa levitación nuestros cuerpos se acercaron hasta quedar a pocos centímetros de distancia. Mis ojos se cerraron en el acto y en mis pensamientos encontré todas las respuestas.
Los mágicos encuentros oníricos con Óliver habían sido un sendero de enseñanzas para entregarme el sagrado conocimiento y los dones de la sabiduría antigua.
Óliver habló largo rato dentro de mí, como si su voz no saliera de su cuerpo sino de su mente y yo lo escuchaba con más claridad.
—Ya puedes comprenderlo— me dijo. Y después de recorrer en mis recuerdos cada uno de los ensueños, supe que Óliver, era mi guía. Diariamente, al despertar no podía recordar los eventos oníricos pero su rostro y su aroma de hojas frescas permanecían en mis pensamientos inquietándome durante cada día.
—Pilar, eres portadora del poder de la unción, fuiste elegida por los ancestros de todos los tiempos para preservar la gracia de la «oleo sanación». Eres uno de los retoños del tronco de Isaí. Portadora de la verdad. Caminarás por los pueblos sanando con las lágrimas que broten de tus ojos de compasión.
—Pero soy una mujer común. Una simple mortal con una vida sin sentido. Ni siquiera pertenezco a una iglesia —exclamé abriendo los parpados con los ojos inundados de lágrimas.
Óliver sacó de su bolsillo un pequeño frasco y recogió con delicadeza las lágrimas que manaban de mis ojos.
—Tus palabras solo son fruto de la humildad cultivada. Recuerda que eres portadora del bálsamo bendito, cada gota de lágrima libera un milagro para salvar de la enfermedad. Tu humildad y sencillez son tan valiosas como la pureza de esta brisa fresca que nos envuelve. Fui tu maestro, enviado a tus sueños para enseñarte el uso del oro líquido que mana de ti, a prepararte para ser consagradora de paz y purificación. Por eso recuerdas estos olivos. Porque en cada sueño viniste aquí. Ya llegué al final de mi camino. Ahora tú debes andar tu nuevo destino.
Óliver, besó mi frente y se hizo a un lado. Por instinto caminé hacia el olivo que se encontraba frente a mí. Sentí que mis pasos no tocaban el suelo, sino que volaba en un misterioso aire lleno de rubores de luna. Los pájaros comenzaron a volar. Llevaban en su canto el rito sagrado del corazón de la tierra y las cigarras dieron revoloteos abrillantados sobre la arboleda. Me detuve frente al grueso y contorsionado tronco. Lo toqué como si acariciara la vida entera del bosque. Sentí que por mis manos corría la savia más profunda del árbol, una savia tibia que circuló por todo mi cuerpo. Misteriosamente mi cabello cambió de color volviéndose blanco y mi vestido se tornó de color verde sagrado. La luna se escondió llevándose sus cristales luminosos y el sol emergió como un océano de luz resplandeciente que iluminó todo a mi alrededor. Un volcán de imágenes me hizo evocar el pasado y recordarme en el monte de los olivos, sanada por el aceite divino.
Entendí que no pertenezco a una iglesia, porque el templo divino es el entorno de amor, honestidad y buena Fe que cultivamos con todo ser viviente. Este es el principio de la verdad revelada.
—Soy Pilar, mis lágrimas son una fuente de vida y en ellas conservo la sabiduría y los misterios de la oleo sanación. Ahora el mundo destella un universo de sentidos para mí.