El sol alumbra toda la oficina y quiere ser el protagonista en la pantalla de mi ordenador. Hace un día de esos en los que te apetece desaparecer y sentarte en el suelo sintiendo como acaricia tu rostro mientras lees uno de tus libros favoritos.
Decido levantarme para bajar un poco la persiana y poder continuar con la monotonía de mi trabajo en la cooperativa. Resoplo a la vez que me retiro de la mesa, me levanto y me dirijo hacia la ventana. Durante un instante se pierde mi mirada ante un paisaje de olivares.
Al girarme, para volver a mi mesa, algo me hace tropezar y caer de bruces contra el suelo. Enfadada, y sin saber el motivo exacto de mi caída, dirijo mi mirada hacia el frente y veo cómo ruedan dos aceitunas hacia mí. “¿Hasta aquí llegan?”, me pregunto mientras intento levantarme sin mucho éxito.
–¿Y esta es la que nos tenemos que llevar?
–Pues eso dicen…
–Apañados estamos si es igual de torpe en nuestro pueblo ¡Si es un desastre por ella misma!
Incrédula, mi mirada se posó sobre las dos aceitunas que vi venir rodando hacia mí. Estaban paradas justo al lado de mi rostro, no había nada más en la oficina y volviendo a intentar levantarme, sin éxito, me digo a mi misma en voz alta “Ya hasta escuchas conversaciones que no existen, te estas volviendo completamente loca.”
–No estás loca, nos has escuchado a nosotros hablar.
–Pero que… –dije a la vez que intentaba levantarme, de nuevo inútilmente, del suelo.
–Estamos apañados, ni levantarse sabe…
–¡Cállate ya! Es la persona que nos han dicho que debemos llevar, nos guste o no.
–Bueno, igual ha habido un error…
–¿Sois dos aceitunas hablando de mí? –Me eché a reír pensando en lo que me había afectado la caída.
–¡Échale ya la poción!, antes de que consiga levantarse de verdad.
Justo en ese instante sentí cómo algo mojaba levemente mi rostro y mi cuerpo se iba transformando en algo redondo, a la vez que mi tamaño reducía, llegando a tener el mismo que el de los dos individuos, con forma de aceituna, que se dirigieron, a mí, a toda velocidad.
–No te asustes, ahora eres una de nosotras y…
–¿Qué me habéis hecho? –grité histérica.
–¡No grites! –Me gritó más fuerte aún de lo que yo lo hice, la segunda aceituna.
–¿Cómo no quieres que grite si no sé lo que me habéis hecho? –digo un poco más calmada mientras observo mi nuevo cuerpo. Dos palitos como piernas y otros dos como brazos acompañan a un cuerpo completamente redondo.
–Si me dejas explicarte…
–¿Pero para qué le vas a explicar nada? Si no creo que se entere de nada.
–¡Quieres dejar de ponerme más nervioso!
Discutían entre ellos mientras yo seguía sin saber lo que había pasado y si todo lo que estaba viviendo solo era uno de esos sueños que te hacen creer estar en una película siendo la protagonista de una historia increíble.
–¡Dejad de discutir entre vosotros y decidme quién sois y que queréis de mí!
Por un segundo, el silencio hizo presencia ante nosotros tres.
–Me parece increíble que tenga que ser ella la que esté calmada y nosotros histéricos –le decía una de las aceitunas a la otra.
–Te explicaré lo que sucede. Primeramente, nos presentaremos, yo me llamo Oluy y mi amigo Arbil. Somos dos aceitunas, que es como vosotros nos definís en tu mundo, en mi mundo sólo somos Oluy y Arbil. Venimos porque nos han mandado a recogerte de extrema urgencia. No podemos decirte el motivo por el que debes venirte con nosotros ya que carecemos de ese conocimiento.
–¡Qué bien! ¿Y si me niego a ir con vosotros? –dije con tono enfadado.
–Podrías haberte presentado y dejar de poner tantos inconvenientes –me recriminaba la aceituna más rebelde, Arbil.
–No te podemos dar esa opción, si no regresas con nosotros nos meterás en un buen lío y no podemos permitirnos eso –me contestó Oluy con calma y haciéndole un gesto a su amigo para que se callara.
–Me dices que me presente como si no supieses ya mi nombre –me dirijo con gesto de enfado hacia Arbil–. Pero me presentaré, por si os habéis equivocado de persona, como has dicho antes tú mismo. Me llamo Laura.
–Deberíamos irnos ya si no queremos que alguien nos pise -dijo de pronto Oluy.
Arbil me agarró de uno de mis nuevos brazos en forma de ramita y, sin darme apenas cuenta, me encontraba sentada en una especie de trono hecho con un par de hojas de olivo. Delante de mí se encontraban ellos dos. Parecía una especie de nave, pero carecía de puerta, techo y ventanas. Lo único que nos mantenía era un suelo hecho a base de madera de olivo.
–¡No he dicho que quiera ir! –dije con enfado, pero sin intenciones de bajarme de aquella especie de nave.
–No tenemos tiempo para discutir, debemos marcharnos ya.
La nave hizo un movimiento brusco y se levantó en el aire, pasamos por delante de mi ordenador y salimos por una ranura que había abierta en la venta en la que me había asomado instantes antes.
–Como nos vean nos van a confundir con una mosca y nos van a dar un manotazo y adiós excursión –dije a la vez que soltaba una carcajada.
–No digas tonterías, esta nave se mimetiza con el ambiente y es imperceptible al ojo humano –me respondió enfadado Arbil.
En ese momento decidí callarme y mi mirada se centró en el paisaje, pasamos por cientos de olivos, empecé a verlos con un detalle con el que jamás antes había podido verlos. Todo se intensificó a esa distancia.
A pocos minutos de salir de las oficinas, Oluy, que era el piloto, redujo la velocidad y entramos a través de un hueco que había en uno de los troncos más grandes que he visto nunca, de olivo. La nave se paró en lo que parecía una especie de sala en la que había otras dos naves idénticas a esta.
–Ya hemos llegado, debemos llevarte con nuestro Turey –me dijo Oluy a la vez que descendíamos de la nave y nos aproximábamos a una especie de ascensor.
Yo no dejaba de estar sorprendida con todo lo que había a mi alrededor, el ascensor estaba hecho de madera, como todo lo que se podía ver ahí dentro. Ascendimos hasta un segundo piso y al abrirse las puertas pude ver a dos aceitunas esperando nuestra llegada.
–Ya era hora de que llegarais, estábamos ya preocupados.
–Lo siento Zior, nos costó llegar hasta ella y no ha sido fácil conseguir que viniera hasta aquí –contestó con miedo Oluy.
–Está bien, podéis marcharos –les dijo a Oluy y Arbil.
-–ienvenida a Livatuna, Laura. Yo soy Zior, digamos que soy equivalente a lo que en tu mundo se le llama rey. Aquí no usamos esos términos, pero así podrás situarnos mejor. Yo velo por todas las citun que viven en Livatuna…
–¿Qué es citun? –corté de golpe a Zior para no perderme más de lo que ya estaba entre sus palabras.
–Son todas las aceitunas que crecen, viven y mueren en Livatuna –me contestó con una leve sonrisa–. Comprendo que haya términos con los que te pierdas, pero no puedes estar cortándome cada vez que no entiendas algo, yo intentaré explicarte las cosas lo mejor posible –asentí con la cabeza y prosiguió con su explicación–. Te he hecho venir porque necesitas nuestra ayuda.
–¿Que yo qué? No me diga chorradas –dije soltando una carcajada.
–Comprendo que te rías de algo así, es normal, no pretendo que entiendas el por qué nos necesitas, yo no puedo decírtelo ni tú lo entenderías. Es algo que deberás descubrir por ti misma. Nadie debe decirte como debes ver el mundo, tu mundo. Pero sí podemos hacer que veas otras formas de vida, otras maneras de ver la vida. Estarás aquí durante dos días, te asignaré un guía, él se encargará de explicarte las cosas que suceden en nuestro mundo.
–¿Dos días? ¡Pero mis amigos y familiares se van a preocupar por mí!, yo no puedo estar aquí durante todo ese tiempo.
–No te preocupes por eso, déjalo todo en nuestras manos –me dijo a la vez que posaba una de sus manos en forma de ramita sobre lo que se suponía ser mi espalda–. Haré llamar a Oluy, ya os conocéis y será más fácil para los dos.
Antes de darme cuenta ya estaba Oluy a mi lado, maldiciendo por haberle tocado cargar conmigo durante dos días. Zior no le dejó decir más de dos frases y con una severa orden hizo callarlo y, con un gesto, me indicó que le siguiera.
Nos introdujimos en el ascensor y descendimos una planta, al abrirse las puertas había un pasillo por el que nos adentramos. Tanto a un lado como al otro había una hilera de puertas numeradas, todas muy juntas. De golpe nos paramos.
–Esta es tu habitación, la número 11, en esta habitación encontrarás todo lo que necesitas para pasar aquí estos dos días. Tienes una hora para descansar, después vendré a por ti y empezaré a explicarte cómo funciona nuestro mundo –me dijo con amabilidad.
Se marchó por donde habíamos llegado y yo me encontraba frente a la puerta con miedo a abrirla, no sabía lo que me iba a encontrar al abrirla. Un minuto después de que Oluy ya hubiera desaparecido, me decidí a entrar. Era una habitación pequeña, había una especie de cama y frente a ella un recipiente con lo que parecía agua. Me acerqué a él y mojé en ella mis nuevas manos de ramita y me las llevé a la cara. Estaba cansada y decidí tumbarme en esa especie de cama en la que había una hoja como sábana y cuatro palitos haciendo las veces de patas.
Después de la hora de descanso me encontraba, de nuevo, con Oluy en el ascensor.
-Vamos a bajar a la planta de nacimientos o como vosotros lo llamáis, las raíces. Les ponéis unos nombres muy raros a todo ¿sabes? –me dijo con una sonrisa en los labios.
–Bueno, y vosotros también, ¿eh? –le contesté acompañándolo en la sonrisa.
Nos adentramos en una sala circular repleta de ventanas por las que podía observarse como se nutrían del suelo las raíces de aquel olivo.
–Aquí comienza nuestro ciclo de vida, sin ellas no podríamos vivir en Livatuna. Es lo que nos mantiene vivos y nos permite poder renovar la población año tras año.
Me quedé embobada mirando fijamente a esas raíces y viendo cómo absorbían todos los nutrientes que necesitaban de la tierra y lo hacían ascender hasta que se perdían de mi vista.
–Laura, debemos continuar, no podemos quedarnos aquí por más tiempo –me dijo Oluy dándome un toque en la espalda.
–Vale, vamos –le conteste dándome la vuelta hacia él.
Llegamos a la planta uno de nuevo, pasamos de largo por la puerta de mi habitación. Al llegar al final del pasillo había una puerta verde con una ventanita cuadrada. Nos paramos justo frente a ella.
–No podemos entrar en esta habitación, puedes asomarte por la ventanita –dijo a la vez que acompañaba sus palabras señalándola.
Me acerqué a ella y se podía ver cómo era la evolución desde que se inicia la aparición del fruto hasta que el fruto está completamente maduro para ser recogido.
–Como puedes ver, es nuestro ciclo de vida representado paso a paso, nacemos, crecemos y, en nuestro caso, nos transformamos al morir. Todo ello en tan solo un año. Nuestro mundo es este olivo y de él nos alimentamos para sobrevivir hasta que llega la hora de desprendernos de él.
–¿Solo vivirás un año? –le dije sorprendida.
–Sí, desde que se inicia el ciclo hasta que se termina.
–Pero entonces… –preferí guardar mis palabras y simplemente dejar que el silencio fuese protagonista de nuestros pensamientos.
Después de aquello me fui a mi habitación a descansar hasta la mañana siguiente, sería mi segundo y último día allí y aún me quedaba algo por ver, según me dijo Oluy.
Un golpe seco en la puerta me despertó sobresaltada. Me dispuse a levantarme de un salto con tan poco control de mi nuevo cuerpo que caí de rodillas al suelo. Acto seguido se abrió la puerta y, ante mí, apareció Arbil.
–¿Pero qué haces? Tenemos prisa, tengo que llevarte a la última estancia y tú jugando en el suelo –me dijo con el mal genio que le caracterizaba.
–No estoy jugando, me he caído –le contesté enfadada.
–Pues levántate, tenemos que irnos.
–¿Dónde está Oluy?
–Supongo que ocupado, a mí me gusta igual de poco que a ti que estés aquí. Te doy cinco minutos para que salgas e irnos. Date prisa.
Ascendimos hasta una especie de balcón donde podía verse todo un paisaje lleno de olivos cargados de aceitunas. Nunca había visto algo tan bonito, se apreciaba todo con gran detalle y parecía muy inmenso. “Nunca olvidaré esta imagen, se quedará grabada en mi mente para siempre”
–Este es el punto final de tu excursión. Disfrútalo y que te podamos llevar cuanto antes a tu mundo.
–¿Pero por qué eres tan borde conmigo? Yo no te he hecho nada –le dije sin apartar la vista del paisaje.
–Porque le pasa lo mismo que a ti –dijo una voz detrás de nosotros.
Al darnos la vuelta vimos que se trataba de Zior, que acababa de llegar justo en ese momento.
–Ya está aquí el listo de la familia –dijo Arbil en voz tan baja que Zior no llegó a escucharlo.
–No sabéis apreciar lo que tenéis y no os permite disfrutar de todo lo que hay a vuestro alrededor –dijo Zior.
–¿Te refieres a la vida? ¿A estar vivo? Yo sí aprecio estar viva.
–No, me refiero a vivirla. Te estás centrando en el miedo de lo que sabes que pasará, de lo único cierto que hay en el estar vivo, la muerte. Te estás quitando la posibilidad de disfrutar de cada pequeño detalle que acontece en tu vida. Vives encarcelada esperando un futuro que sabes que es cierto y olvidas que cada amanecer sabe que anochecerá y aun así no deja de salir para iluminar con más fuerza cada día.
–Pero eso es inevitable, no puedo dejar de pensar en que algún día todo terminará.
–No pierdas el tiempo en explicarle nada, él nunca lo entenderá –dijo Arbil, que había permanecido al margen hasta ahora.
–Arbil sabe que pronto todo se apagará en él, nosotros nos transformaremos en lo que llamáis en vuestro mundo, oro líquido. Seremos el aceite que acompañe vuestro día a día. Yo en ello veo felicidad, pero vosotros no dejáis de ver tristeza en el final que tendrá vuestra existencia –dijo mientras se aproximaba al balcón y miraba hacia el paisaje de olivos.
–¿De qué te sirve esperar algo que sabes que llegará? –siguió hablando sin apartar la mirada del paisaje–. ¿No creéis que es más bonito disfrutar de lo que estás viviendo sin pensar en que todo quedará en olvido?
–Ya está la clase de filosofía dada –dijo Arbil soltando una carcajada.
–Quizá lleves razón Zior, tenemos tanto miedo en que llegue lo inevitable que culpamos a la vida que nos negamos vivir –le dije ocultando una lágrima que se deslizó por todo mi cuerpecito redondo.
Por varios minutos nos quedamos los tres mirando al paisaje y permanecimos en silencio.
–Debemos irnos ya, no puedes permanecer por más tiempo aquí –dijo, cortando el silencio, Zior.
Sin darme cuenta ya estaba de nuevo en mi oficina, sentada frente a la pantalla de mi ordenador sumergida entre cuentas y pensando en las palabras de Zior. Me levanté y me quedé mirando por aquella ventana y no pude evitar sonreír y pensar en el poco valor que, hasta ahora, les había dado a aquellas sonrisas.
Nos cegamos en buscar la felicidad de ensueño en un pulso contra el tiempo y olvidamos que cada sonrisa es una batalla ganada a tiempo.