Lo que el aceite esconde

PiLuca

El repiqueteo del agua apenas le permitía oír la tele, donde una multitud de corresponsales narraba la llegada de los comisionados de los distintos países y organizaciones internacionales, en una suerte de letanía que sólo configuraba un ruido de fondo. Se dejaba acariciar por los chorros helados mientras bendecía a su padre, eterno contador de historias, recordando la que le contó cuando apenas tendría cuatro o cinco años.

—¿Queréis que vayamos a un castillo?

—¿Con princesas? —dijo mi hermana, abriendo los ojos todo lo que era capaz.

—Con princesas no, con cosas más interesantes.

Y nos montamos en el coche para llegar a un sitio espectacular. Desde fuera era un castillo raro, distinto a los de las películas que había visto, pero al entrar y ver la primera armadura en el pasillo tuve que darle la mano a mi madre para seguir avanzando.

Sentados en un salón que sí podría haber sido cualquiera de los que aparecían en los cuentos, mi padre empezó a hablar:

—Dicen, cuentan… que hace muchos años llegó a esta tierra un señor muy importante, un condestable de Castilla. Conoció a una chica, que resultó ser no menos importante, y se enamoraron. Pero la gente que no ve más allá de su nariz, que es mucha, no veía bien que cristianos y musulmanes pudieran vivir una historia de amor así que, aprovechando un día que el condestable estaba fuera de la ciudad, mataron a la chica en este mismo edificio, en la que ahora es la habitación número veintidós del parador. Desde entonces, todo el que ha pasado por aquí se queja de oír ruidos que no se escuchan fuera de la habitación, de que alguien cambia las maletas de sitio, de que llaman a la puerta en mitad de la noche y al abrir, no hay nadie… Y todos piensan que es el espíritu de la chica, que sigue vagando entre las cuatro paredes donde fue cruelmente asesinada. De hecho, este parador fue el primer establecimiento en recibir una reclamación por la existencia de fantasmas. ¡Venid! Os voy a enseñar la habitación donde ocurrió todo…

Helena sabía que, durante un tiempo, esta habitación estuvo muy solicitada por buscadores de emociones o de fantasmas ¡vaya usted a saber! Pero también sabía que hacía años que la vida en Jaén había cambiado, y mucho. Tras un largo periodo en el que nadie comprendía cómo una región tan rica en lo que respecta a producción y calidad de aceite de oliva no fuera capaz de explotar la riqueza con la que contaba, pasó a ser una de las zonas más ricas del planeta gracias a una demanda que crecía exponencialmente sin que hubiera mediado una mejora significativa en la gestión o mercantilización del producto. Pero ella sí sabía por qué había pasado esto. Había dedicado toda su vida a intentar comprender qué pasaba, sin otra motivación que el saberlo. A pesar de ver cómo la gente que la rodeaba se dedicaba simplemente a sacar partido y a enriquecerse, aprovechando coyunturas y subiéndose al carro de conseguir dinero fácil, ella se centró en analizar el porqué. Y lo consiguió.

Lo primero que le sorprendió fue saber que la mayor parte de la demanda de aceite no iba destinada al consumo tal como se conocía hasta el momento, sino que se almacenaba en tanques donde acababa deteriorado, sin que mermara el volumen, pero convirtiendo el preciado oro líquido en otro, viscoso, que acabó invadiendo el mundo como otro residuo más con el que no se sabía qué hacer. El incremento de demanda aumentó la mano de obra, tanto en producción y recolección como en comercialización, lo que convirtió a Jaén en una megalópolis centro del poder económico mundial.

Muchos estudiosos achacaban la situación a los caprichos del mercado, siempre imprevisible, pero ella logró profundizar en la causa. Se dedicó al estudio del nuevo residuo con la excusa de intentar conseguir alguna utilidad en la gestión del mismo, tarea que, por otro lado, le reportaba los exiguos ingresos que le permitían subsistir, procedentes de una beca de la Comisión Europea de Protección del Medio Ambiente.

Fue así como se dio cuenta de que los hechos inexplicables que se producían en los alrededores de los distintos lugares donde se ubicaban las acumulaciones de aceite de oliva que habían surgido por todo el mundo, seguían un patrón. Sucedidos curiosos que se repetían (ruidos, sombras, objetos que se movían sin explicación aparente…) y que tenían su culmen en Jaén, donde se habían registrado multitud de sucesos paranormales a los que nadie prestó atención en sus inicios, estando tan entretenidos como estaban en vender y contar ganancias pero que, con el paso del tiempo, habían hecho cundir el pánico a lo desconocido entre sus habitantes, que comenzaron a abandonar la ciudad como ratas en un naufragio.

Por eso se conmovió cuando le comunicaron que el Comité para la Organización Mundial, ante el que tendría que contestar a multitud de preguntas en menos de diez horas, se reuniría en Jaén, donde ella había vivido su infancia. Dada la expectación que había levantado en todo el mundo la reunión del Comité, la ciudad era un hervidero de periodistas y curiosos que habían ocupado todas las plazas hoteleras. Todas menos la habitación veintidós del antiguo parador, que había caído en el olvido hasta del actual gerente, donde Helena salía de la ducha y se tumbaba en la cama, con el pelo aún mojado, sin prestar mucha atención a la tele que ahora sí podía oír.

Cogió el ordenador para repasar los datos de su informe, pero, antes de abrirlo, cambió de idea. No necesitaba volver a leerlo, se lo sabía de memoria. Prefirió llamar a Óscar. No sabía nada de él desde hacía una semana, cuando le dijo que acababa de llegar a Jaén y que había tenido que dejar su autocaravana a más de diez kilómetros de la ciudad.

—¿Dr. Sanjuán?

—Hola, Sra. Montenegro, ¿ya te arrepientes de haber declinado mi invitación?

—¡Qué va! Estoy en la única habitación libre que quedaba en la ciudad. He tenido que esperar un buen rato para que la acondicionaran, parece que llevaba años sin saber lo que es un huésped, pero ha merecido la pena. Espartana a más no poder. Te gustaría.

—¿Eso es una proposición?

—Olvídate. ¿Qué, estás preparado para lo que nos espera mañana?

—Por supuesto, lo mío es fácil. A la que van a saetear es a ti.

—¿Tú crees? Si después de haber leído mi informe han montado este espectáculo es porque creen lo que digo.

—Son políticos, Helena. Lo único que pretenden es salvar su culo. ¿De verdad piensas que les importa el tuyo?

—Confío en que estén a la verdad de lo que está pasando y no a culos.

—Yo de ti, no confiaba tanto. Nos vemos mañana.

Habían montado el show en la sala de usos múltiples del Museo Íbero, el sitio cubierto con más aforo de la ciudad. Helena decidió ir dando un largo paseo matinal y, contra todo pronóstico, estaba en los aledaños una hora antes de su cita. Aún le quedaban unos cientos de metros para llegar cuando se encontró en medio de una marabunta de gente en el Paseo de la Estación que le impedía avanzar. Intentaba abrirse paso, pero empezaba a pensar que no lo conseguiría cuando alguien la cogió de la mano. Era Óscar, que comenzó a tirar de ella, gritando: ¡Es la Sra. Montenegro! ¡Por favor, dejen paso! A ver, ¡apártense! Por favor, disculpen. ¡Por favor!

A las ocho menos cuarto, enseñaban sus acreditaciones a la seguridad de la puerta del edificio.

—Resulta increíble tu capacidad para moverte entre la gente, Dr. Sanjuán. Muchas gracias.

—Lo verdaderamente increíble es tu ineptitud, Sra. Montenegro. De nada.

Ya en el interior de la sala, Helena se sentía como si estuviera sentada en el banquillo de los acusados, ante un tribunal compuesto por doce hombres y presidido por una mujer. ¿Dónde quedó la tan cacareada paridad?

—Sra. Montenegro, dadas las circunstancias, espero que sea capaz de perdonarnos la falta de formulismos, más allá de agradecerle su comparecencia ante esta comisión. ¿Podemos comenzar ya con las cuestiones que surgen tras la lectura de su informe?

—Por supuesto.

—Bien ¿está intentando convencernos de que estamos rodeados de una suerte de espíritus alienígenas que se beben el exceso de producción de aceite de oliva?

—¿Co… cómo? ¡No! Lo que digo es que no existen tales fenómenos paranormales. Ruidos, sombras, presencias… todos estos acontecimientos que han proliferado últimamente tienen una explicación muy distinta a la que cada cultura ha sido capaz de articular, fundamentada en sus creencias. Todos esos hechos siguen un mismo patrón, que conseguimos aislar para estudiar sin ninguna idea preconcebida. Así, llegamos a identificar un mismo tipo de energía. Una energía distinta a las anteriormente conocidas, capaz de ponerse de manifiesto de muchos modos distintos: telepatía, telequinesia, telemática… sólo es la forma que tienen de interactuar con nosotros.

—Que tienen ¿quiénes?

—La energía a la que me he referido en realidad es…, en realidad son… seres vivos. —La voz apenas le salía del cuerpo.

—¿Cómo dice?

—Son seres vivos, Sra. Presidenta.

Ahora la pudo oír todo el mundo. Mantenía la mirada de su interlocutora mientras en la sala se levantó un murmullo ensordecedor. Ya se había filtrado la mayor parte de su informe y las distintas televisiones en todo el mundo llevaban días con programación especial, entrevistando a multitud de supuestos expertos y desvariando sobre la posible existencia de vida desconocida hasta la fecha. Pero oírlo allí, le daba una formalidad de la que carecían los medios de comunicación.

—¡Silencio, por favor!… ¡Por favor, guarden silencio! —Le costó unos minutos, pero al final, consiguió hacerse oír—. Sra. Montenegro, cuando dice seres vivos ¿se refiere a personas o animales con… poderes sobrenaturales?

—No, no son personas ni animales. Cuando comprobamos que todo el aceite almacenado que acababa deteriorándose sin que nadie lo consumiera procedía de pedidos online, intentamos seguirles la pista, pero solo encontramos un entramado de direcciones IP que no nos llevó a ningún sitio. No tenía sentido. Al analizar los residuos, comprobamos que todo el aceite acumulado había perdido por completo el ácido oleico convirtiéndose en un líquido formado solo por agua, triglicéridos y fosfolípidos. Tampoco tenía sentido.

—Todo caduca. El frío, el calor, la humedad… ¿no hay nada que deteriore el aceite?

—Por supuesto, las características organolépticas del aceite se pueden ver alteradas por muchos motivos. Los que usted ha enunciado o incluso la luz, pero ninguno hace que desaparezca el ácido oleico. Además, encontramos el mismo deterioro en depósitos localizados en sitios tan distintos como la tundra siberiana, el desierto de Tabernas o la selva amazónica. —¿En serio pensaba que podría tratarse de aceite caducado sin más? — Entonces fue cuando apareció el Dr. Sanjuán, poniendo nuestra atención en la proliferación de sucesos en las zonas próximas a los depósitos de aceite, que solo parecían encontrar explicación en la superstición humana. Como sabe, es un lingüista de reconocido prestigio, experto en comunicación extrasensorial y se encuentra aquí mismo por si necesitan alguna aclaración. —Al mirarlo, él le guiñó un ojo al tiempo que levantaba los pulgares.

—¿Alguna aclaración? Primero, termine usted su relato —dijo lanzando una mirada de desaprobación a Óscar.

—Bien. La vida, tal como la conocemos, se originó en un medio acuoso y caliente, lleno de moléculas que, por la acción del calor, acaban ensamblándose en moléculas más complejas. Así se formó el ARN, después el ADN, microorganismos simples, otros más complejos y, tras millones de años de evolución, aquí estamos nosotros. Eso es cierto, pero parece tonto pensar que fue lo único que ocurrió. Parte de las primeras moléculas complejas se desarrolló en un medio graso, dando lugar a otro tipo de vida, sin cuerpo, sólo energía. No son extraterrestres, se originaron en la tierra como nosotros. Y son seres vivos: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Para su nacimiento y crecimiento, necesitan el ácido oleico. En un principio se abastecían de la naturaleza, pero al igual que nosotros, sufren una sobrepoblación que les ha llevado a buscar otros métodos de obtención. El más fácil, directamente de nuestro aceite de oliva.

—¿Viven con nosotros? ¿Están en esta sala?

—Viven en la tierra, en una suerte de universo paralelo y, en su evolución, han conseguido interactuar con nosotros, pero solo por necesidad. No tienen ningún interés en establecer otro tipo de relación distinta a la que ya han conseguido.

—¿Y cómo sabe usted eso? ¡No me diga que habla con ellos!

—Yo no lo he conseguido. Ellos son capaces de captar todo lo que pienso, bueno, lo que pensamos los humanos, pero yo no puedo captar lo que ellos intentan trasmitirme. Sólo algunas personas tienen la mente tan abierta que son capaces de recibir la información que emiten. Lo que ocurre es que la mayoría solo percibe la energía sin saber identificar correctamente de qué se trata y acaban achacándolo a una conexión con el más allá, con nuestros ancestros, con muertos… Son los típicos visionarios, médiums… llámele como quiera, que proliferan últimamente. Quien sí ha conseguido establecer una comunicación consciente ha sido el Dr. Sanjuán. Gracias a él, hemos conseguido saber muchas cosas. —El murmullo de la sala volvió a ganar decibelios.

—¡Por favor! Si no guardan silencio me veré obligada a desalojar la sala. —De pronto, de nuevo el silencio—. Sra. Montenegro, muchas gracias por su exposición. Puede retirarse. Dr. Sanjuán, por favor, ocupe el lugar del declarante.

Al cruzarse con Óscar, éste le cogió la cara entre las manos y acercó su frente a la de Helena al tiempo que le decía:

—Lo has hecho muy bien, Sra. Montenegro. A mí solo me queda contarles lo fácil.

Y se sentó en la silla que había ocupado Helena, abriendo las manos en actitud receptiva. —Disparen.

—Dr. Sanjuán ¿realmente puede usted hablar con los seres que nos ha descrito la Sra. Montenegro?

—Sí. —Óscar se volvió hacia Helena, articulando sin emitir sonido: ¡Fácil!

—¿Se comunica con ellos igual que puede hacerlo conmigo?

—Sí. —De nuevo hacia Helena: ¡Esta también me la sabía!

—¡Dr. Sanjuán! Le ruego un poco de respeto hacia este Comité. Puede que a usted le resulte divertido, pero nosotros…, ¡todo el mundo!… necesitamos que se centre en contestar a nuestras preguntas.

—Perdone, su señoría ¿cuál es la siguiente pregunta?

—No es necesario que me llame… ¡déjelo! ¿Puede decirnos algo de estos seres que no nos haya contado ya la Sra. Montenegro? Según ella, han estado viviendo entre nosotros desde el principio de los tiempos, compartiendo nuestro planeta, usando nuestros ordenadores, comprándonos aceite de oliva… ¿Cómo es posible que haya ocurrido todo esto sin habernos enterado? ¿Qué es lo que pretenden?

—Sra. Presidenta —Óscar se puso serio—, en verdad, no nos enteramos de casi nada de lo que ocurre a nuestro alrededor. Estamos tan ocupados en mirarnos el ombligo que no prestamos atención. Nos creemos tan importantes como para pensar que somos el eslabón más evolucionado de la única vida que ha sido capaz de desarrollarse en la tierra. ¿Nuestro planeta? ¿Por qué ha de ser nuestro? Vivimos aquí, sí, pero no somos los únicos. Y no lo compartimos solo con estos seres (como usted les llama), de cuya existencia hemos tenido constancia porque se han visto obligados a contactar con nosotros para subsistir. Existen multitud de vidas distintas en la tierra: nosotros, estos seres y muchas más que no somos capaces de imaginar. ¿Usted cree que cualquier amapola, en mitad del trigal que constituye su mundo, es consciente de que nosotros existimos? ¿Que las orugas saben que existen otros seres que, a veces las pisan y otras veces las fumigan? ¿O piensa que ellas solo saben que, a veces, pasan cosas a las que no encuentran explicación? Hemos tenido la gran fortuna de que otra forma de vida contacte con nosotros y ¿qué nos preocupa? ¡Saber lo que pretenden! Pues vivir, señoría, ni más ni menos que vivir.

A estas alturas del discurso, la sala era un completo alboroto. Óscar se levantó, consiguió llegar hasta donde estaba Helena y salieron juntos a la calle.

—Pues sí que ha sido fácil lo tuyo.

—Te lo dije.

—¡Vamos! Te voy a enseñar mi habitación, pero tienes que prometer que me prestarás más atención a mí que a cualquier otra existencia que te encuentres por allí.

—Hecho.