Olvidar lo inolvidable

Margot Marcé

Un tiempo para nacer y un tiempo para morir….

Un tiempo para destruir y un tiempo para construir.

Eclesiastés 2.3

Nunca volveré a ser mirada por tus ojos.

Milena Busquets «También esto pasará» (2015)

 

Paseo por la alcoba. Revuelvo sus vestidos de seda y me sumerjo en su guipur de hojas secas impregnándome de su piel perfumada. Collares en cajitas y frascos que guardan tiempos que ya pasaron. Su guitarra apoyada en el alféizar ha dejado de tocar. Cuerdas tensan mi recuerdo. El mío ha dejado de tocar pero no de doler. Aprieto y afino mi vida y me doy cuenta que sin ella es difícil vivir. Tendré que sobrevivir. ¿Hasta cuándo tanto dolor? Los duelos nunca acaban, son eternos. Nos engañamos pensando que duran año y medio porque así son más llevaderos. Pero nadie habla de esos duelos que toman formas y dimensiones muy variables y se ramifican como los olivos enredándose en nuestro cuello y ahogando nuestra respiración.

Hoy tengo hora con el notario. Cada día estoy más segura que los testamentos se inventaron para anestesiarnos de todo dolor. Meses revolviendo papeles viejos, amarillentos, que guardan coordenadas e ilusiones que una vez se compraron con la idea del siempre. Pasan de padres a hijos. Legados que no podemos tirar. Pero hay legados que pesan. Hay legados que recuerdan que ya no están. Yo no quiero nada tuyo, yo te quiero a ti. Toda tú.

Silence, silence y más silence

Su voz inglesa me susurra al oído. Sus zapatos almidonados arrinconados en un lado de la alcoba en la misma posición de echar a andar. Calles arriba, calles abajo que no pisarán sus pies. Pero sin embargo los míos pisarán por los mismos lugares que tú pisaste. Mi nariz respirará el aire que tú me enseñaste. Me abraza alrededor del olivo. Fogonazos en flashback. Pisa lento mi cerebro y escurre el aceite por mi espalda. Tocamos la corteza y se vuelve a esconder. Nos apoyamos en el suelo con la espalda erguida y sonreímos. Nanas, juegos con cuerdas de pastel, besos robados, corazones grabados con navaja de merienda, escaladas con rodillas rasguñadas. Infancia de Machado sin manchar. Me acuna, me aprieta las manos y me grita al instante que todo pasará. Estoy fuera de la película, parece que ruedo, pero al instante tomo el papel protagonista y una voz de corten me despierta del letargo.

El tiempo es una medida entre el antes y el después. Para un hebreo el tiempo era lineal, se medía según la posición del sol, para un griego el tiempo era cíclico, lo medían con el movimiento circular de los astros, sin embargo, para mí el tiempo dejó de existir el día que ella se fue. Las dudas preñadas en el cielo sobrevolaron por encima de mi dolor y me fundieron en el abismo más absoluto. Abismo, palabra que abarca lo inalcanzable.

Silence. Sólo escucho el eco del silencio desde que tú te has ido.

Necesito salvarme. Que alguien reme por mí. Llegar hasta alguna orilla y tirarme en tierra firme. Mis brazos miran al sol, pero ya no calienta como antes. También necesito salvar a alguien. Él también se fue como la rana abandona la orilla de la charca para zambullirse en el fondo del fango.

Diferente despedida. Se fue porque ya no me quería, eso me dijo. Siempre dicen lo que no queremos escuchar. Siempre pensé que no hay más dolor del que el que ya no mira como te miró una vez. Qué ilusa fui. No conocía el dolor de perder a una madre. El dolor de la ausencia en las noches de miedo. De desprenderme de su mano que aferra la tuya. Es la raíz que se arranca del suelo. Pero, sin embargo, entre tanto dolor estoy llena de amor.

Voy al espejo y pinto mis labios de rojo carmesí. Perfilo las curvas y me obligo a sonreír. Y doy color al blanco y negro. Y me preparo a abrir el testamento. Escuchar que se ha ido de forma oficial quema mi ombligo. El sol atraviesa el olivo. Estoy en el limbo. Sus ramas están secas como mis ojos lo están.

He llorado tanto que parece que la clorofila hinchó mis párpados. Busco deshojar cada pequeño dolor, podar desde lo bajo para llegar hasta el cielo. Pero olvido que perdí mi fruto, se desprendió de las ramas y cayó en redes de dolor para juntarse con otros dolores. No quiero más vareo en mi cuerpo. Las cicatrices no terminan de cerrarse. Y los duelos abren otros duelos que no consigo cerrar.

Silence.

Subo las escaleras de maderas recién barnizadas. Un olor intenso a madera vieja. Un ascensor de poleas me bambolea sin acritud. Unas letras doradas me anuncian que he llegado al lugar. Me llevan hasta una sala grande. Es como un útero de paredes salmón. Una mesa ovalada rompe mi parto, y allí ante mí, un hombre canoso con cara de abrir sobres me da la bienvenida. El ambiente está pesado. Ceniceros vacíos esperando cigarros que no llegan. Doy vueltas a un anillo. Llevo el de ella. Creo que a través de él se apodera de mí su fuerza.

La espera se hace eterna. Una letanía de oraciones de nombres y particiones me mantiene en un duermevela.

He heredado el olivo de Jaén. Unas cuantas hectáreas y un olivo. Aquél que mi madre heredó de su padre. Y su padre heredó de su padre. Todo vuelve. Nada se queda quieto. Todo vuelve a uno desde el origen. Dolor. Me dirijo a la ventana de la habitación del notario y respiro profundamente. Observo los coches pasar. Veo a las niñas con sus madres que van de la mano de compras. Un escalofrío me hiela el alma. Discusiones absurdas con ella se me arremolinan en la garganta. Yo quiero ser una de esas niñas, yo también quiero ir de nuevo de café y de teatro. El notario sigue con su letanía de palabras legalistas que no entiendo.

No quiero heredar nada más. No quiero herencias en vida que me hacen morir.

Firmo en horizontal. Siempre he confundido lo horizontal con lo vertical. Ahora ya no lo equivocaré jamás. Lo horizontal es el horizonte. Ahora solo miraré allí.

Un olivo, una vida, una herencia. Podía ser el título de mi nuevo libro. Ojalá fuera un libro de ficción. De esos que dejas al instante. De esos que lees y al segundo olvidas. Pero este libro duele y por más que lo quiero dejar a medias, siempre tuve la mala costumbre de terminar hasta los que aborrezco. Quizás por alguna maldición divina o por terminar todo lo que hay en el plato. Dejar algo a medias me parece descortés hacia el escritor, o incluso hacia mi mente que no acaba de terminar de conectar con sus emociones.

Ahora me toca viajar al sur. Sierra de Segura me acompaña de fondo, como una vieja canción que no pasa de moda. ¿Cuándo llegamos, mamá? Ahora no quiero llegar. Por el camino se me juntan todos los miedos. Estaban aislados y se arremolinan en el patio de recreo. Voy camino de mi infancia. Caminos de arena dejan paso a autopistas largas. Voy en busca del olivo milenario. Horas de verano en familia, a la sombra de él, con sillas desplegables y bota de vino. Él fue testigo de nuestro amor y fue testigo de nuestras desavenencias.

De aquellos veranos de camiseta de rayas, de abrazos interminables, de linternas de pilas, y de juegos de petanca en el camino. Tú, siempre ahí, siempre conmigo. Y yo siempre ahí, siempre contigo.

Silence con algo de música de Chavela Vargas

Campos de olivos me gritan, me elevan como gigantes que me hacen empequeñecerme. Bajo con el coche por Despeñaperros, hasta La Carolina. Infinitas líneas rectas, como un ejército disciplinado, desfilan alrededor de mí, donde germinan miles y miles de olivos. Es el paisaje madre más grande del mundo: vegas, campiñas y sierras labradas por el hombre donde hoy se alza mi olivo que es el símbolo de mi amor hacia mi madre.

Llego con el coche y allí frente a él caigo de rodillas. Me rodean las hectáreas saltarinas y el gran olivo me espera. Lo veo en sus ojos. Tiene los mismos que una vez vi. Me ha estado esperando años. Sabía que vendría. Tengo mi última cita con él. Luego me desharé de él, como los trastos viejos. No quiero más dolor en el alma. Recuerdos, resortes que me empujan a zonas donde fui feliz.

Un recuerdo que me quema, que no me puedo desprender y que me ata esperando que caiga la aceituna. Necesito un bálsamo de aceite, que me cubra y me haga olvidar.

Me siento junto al pie del olivo, con su tronco retorcido, con sus surcos profundos, ya no está tan liso como cuando le conocí y jugaba con él. Y es que yo tampoco estoy lisa. Me acaricia y llora a la vez conmigo. El dolor, cuando la naturaleza te acompaña, es menos dolor. Al llegar la noche, se levanta algo de brisa. Ahora sé que estoy en la poda de rejuvenecimiento que explota mi inmortalidad por un dolor callado, que nadie ve y duerme.

Por un momento he pensado venderlo. Hoy aquí, me he dado cuenta que no puedo vender mi legado, porque desprenderme de él, es perder algo de ella. La noche pasará y llegará el día.