Susurrando olivos

Pepa Font Ordóñez

 

Hacía tiempo que Alicia no tenía mucho contacto con su prima Olivia.

–Madre, ¿tú sabes por dónde anda la familia de tu hermana Cuca?

–¡Pues estarán de viaje como siempre, hija!

–¿Puedes preguntarle a tu hermana si sabe si Olivia está en casa ahora mismo?

–Podría, pero no debería; me encajaría sus viajes de la Jet Set… septuagenaria.

–Bueno, no te preocupes, yo investigaré, quizá la pille por aquí y me acompañe a otra ruta.

–Eso seguro, pero conociendo a tu primita quizás tengas que pedírselo de forma que ella se sienta que te salva la vida.

–¡Oh!, es verdad. Oliva es muy retorcida y bastante suficientilla.

–Eso creo; juégatelo bien porque ella es muy astuta.

–Así lo haré, ¡y ahora mismo!

Alicia marcó el teléfono de Olivia; cuando estaba a punto de colgar, un “Diga” raposo y seco salió de esa garganta profunda.

–Tu prima Alicia, ¿cómo estás?

–Algo resfriada y cansada. Dime, Alicia…

–Pues te voy a hacer una proposición a la que no podrás resistirte.

–¿Cómo dices?

–Tú vienes de Sicilia, ¿no?

–Sí, hace unos días.

–¡Pues ahora tienes que conocer el Sur, pero de España y conmigo!

–¿Y por qué razón?

Estrategia, se dijo Olivia.

–Tengo un amigo que vive en un cortijo cerca de Córdoba. Es ganadero, agricultor y con muchos olivos, su negocio preferido. Me ha invitado, y me gusta mucho, pero no me veo llegando allí sola… ¡¡Por favor, acompáñame!!

–Vaya, te has enamorado de un terrateniente del Sur. Mal asunto, suelen ser muy reaccionarios y poco cultos. ¿Te piensas pasar allí en una finca el resto de tu vida?

–Olivia, no adelantes acontecimientos, estamos bien juntos, ahora quiero verlo en su entorno natural, que por cierto debe ser precioso todo aquello. ¿Vendrás?

Olivia se quedó muda

–¡¡…Olivia!!

–¡No grites!, Alicia, que me duele la cabeza. Está bien, iré contigo.

–¿Este fin de semana? Yo conduzco. Te recojo el viernes temprano… ¡¡Gracias Olivia!!

Conduciendo con un sol de justicia, Alicia ya reconoció ese olor característico típico de la zona de olivar. Álvaro olía así. Los árboles parecían querer saludarlas y abrazarlas. Sin el menor interés por el paisaje, Olivia seguía dormida. Alicia, cada vez más nerviosa, se imaginaba sus encuentros amorosos con Álvaro. Su pasión era el campo, pero sobre todo el oro amarillo, como llamaba al aceite de oliva virgen. Le explicó las variantes de los aceites que allí producían y, entre beso y beso, le preparaba trocitos de pan con aceites de distinta clase para ver si ella ya los diferenciaba. Hicieron tantas cosas, estuvieron tan bien, que en esta segunda ocasión, y con Olivia de parapeto, la relación seguiría su curso algo más relajada y no tan “carnívora”. Mejor más

gente por medio, y a ver como transcurría el encuentro.

 

Alicia miraba distraídamente el paisaje por la ventana. Olivia y Álvaro parecían sumidos en una interesante conversación sobre el proceso de transformación de la oliva en el preciado líquido. Alicia, al otro extremo del salón, no parecía interesada en esa conversación. Solamente canturreaba trozos de canciones: “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme de quién, de quién son esos olivos. Andaluces de Jaén…”.

–Alicia, ¿decías algo? Acércate a la chimenea, puedes quedarte fría en esa zona.

–No, estoy bien Álvaro. Desde aquí veo tus olivos, un viento fuerte los sacude, pero ni sus ramas se doblan.

–Mañana vienen más temporeros, quizás os guste verlo.

–Yo sí voy, Álvaro –respondió Olivia–. Toda la vida me ha gustado el campo y sus faenas. Cuando estuve en Sicilia–… Alicia escuchaba la voz de Olivia cada vez más lejana. Repentinamente los párpados como persianas se bajaron. Alicia se llevó las manos a las sienes. Estaba ardiendo. Bruscamente se levantó, todo giraba a su alrededor, dando bandazos se acercó a Olivia y Álvaro.

–Me duele mucho la cabeza, voy al dormitorio.

–Alicia, te acompaño –dijo Álvaro.

–No, se me pasará, no os preocupéis, quizá me he resfriado. Se me pasará. Luego bajo.

–Ponte bien para la cena de esta noche, prima. Es una cata de los diferentes aceites de la zona. ¡También estarán los nuestros!

¿Qué nuestros?, se preguntaba Alicia. Medio delirando, Alicia recordaba la noche más hermosa. Su cuerpo impregnado del mejor aceite del mundo brillaba como los ojos de Álvaro. Esta unción maravillosa nos unirá para siempre. Las llamas del deseo abrasaron los cuerpos con sabor afrutado, ligeramente ácido, con reminiscencias de retama y olivo.

–¡Toc toc! Alicia, ¿puedo pasar? ¿Cómo estás?

–Pasa, Álvaro.

–¿Estas mejor? –Álvaro se acercó y le cogió las manos–. He pensado que tal vez haya sido una bajada de tensión… Alicia, tengo un amigo médico que estará en la cena y te echará un vistazo.

Alicia se incorporó.

–No, Álvaro, no puedo ir a esa cena. Mañana estaré bien. No te preocupes, iros vosotros.

–No, Alicia yo me quedo contigo.

–Ni hablar, ve con Olivia, tienes que estar allí. Es una reunión importante para ti y tu empresa.

–Pero… –protestaba Álvaro–. No hay nada más importante que estar contigo.

–Adiós, Álvaro. Se hace tarde.

–Adiós, adiós.

Alicia esperó hasta escuchar el motor del coche de Álvaro y Olivia. Tenía que darse prisa, recoger las pocas prendas que se había traído. Se encontraba mejor y no dudaba en que llegaría hasta un hotel próximo. Los pueblos de Andalucía son núcleos rurales grandes y en aquella ruta del oro líquido, como denominaban al aceite de oliva, disponían de una amplia oferta de hostales y ventas para poder pasar una noche. Alicia pasó por el despacho de Álvaro. Allí también olía a él. Rápidamente puso en marcha el motor y buscó la salida de la carretera general que le llevaría para siempre lejos de aquel paraje. Cuando llegó al hostal, no pudo evitar unas lágrimas más semejantes a las olivas denominadas Gordales, grandes y amargas.

“Queridos Álvaro y Oliva:

De repente me entraron ganas de escapar del cortijo, de los olivos. La teoría del espejo me devolvió una imagen de mí misma muy obsesiva con las relaciones sentimentales. Y como “Alicia a través del espejo”, prefiero descubrir otros mundos. Oliva, te lo he puesto fácil; con tu nombre encajarás muy bien en ese entorno. Espero no verte nunca más porque realmente no te soporto. Ahórrate la invitación de boda. Todo lo que tú disfrutes ahora ya lo disfruté yo”.

Alicia siempre sospechó que no le quería, tal vez fue un capricho. Quizás esa envidia tan lorquiana (“lo que en otros no envidiaba ya lo envidiaban en mi”), irracional, previsible y sin un ápice de cariño. Conoció de siempre los gustos caros y falsamente bohemios de Olivia. Tipos muy parecidos a ella, sin alma, sin sentido ni sensibilidad. Niños pijos y locos por seguir el rastro de la pasta allá donde estuviera. El tren frenó, al parecer ya era fin de ruta, y habría que bajar, no sin antes acercarse a la tierra del olivar de Álvaro, allá donde los árboles susurrarían sus nombres para siempre.

 

 

–Aquí es, señora, cortijo Monte Olivos.

–Recójame, por favor, en un par de horas en la entrada.

Las rejas presentaban síntomas de abandono, la cancela con la cadena oxidada y nada que se identificará con seres vivos parecía estar por allí. Alicia buscó un viejo agujero por donde Álvaro y ella se colaban dando directamente a la zona arbórea de los olivos. El silencio y aquel viejo olor tan peculiar hicieron que Alicia recordara muchas cosas vividas allí con Álvaro. Las caminatas por el campo, el reposo posterior en el tronco de cualquier árbol, el contacto de la espalda contra el olivo, las manos finas de Álvaro acariciando su pelo… y ese murmullo que hace que las ramas de los olivos silbasen tan cerca que recordaban a las balas de los temibles cazadores furtivos.

Nunca fue tan feliz como en aquellas horas. “Debo andar tan cerca del paraíso que casi lo toco con las manos”. Alicia no pudo evitar una melancolía tan profunda que amenazaba una laxitud peligrosa. Si seguía allí, pronto moriría cómo Álvaro, así lo encontraron sus hombres .Una muerte tranquila frente al cielo raso y entre sus centenarios olivos.

Cuando Alicia se enteró de su muerte, le escribió una larga carta de amor con la seguridad nada razonable que de alguna manera él se enteraría perdido en el cosmos de que jamás le olvidaría. Ahora sólo necesitaba abrazarse a un árbol, sentir su energía y decirle cómo Scarlett O’ Hará: “Pongo a Dios por testigo que nunca dejaré de amarte”. La tierra sufrió un pequeño temblor, o así le pareció a ella, las ramas agitadas y enfurecidas se desprendieron de muchas olivas. Alicia se quitó su pañuelo y metió en él cuantas pudo.

–Cuando quieras saber qué clase de aceite dará ese árbol, no tienes más que frotar una con otra; por el olor y su carne cerca del hueso sabrás enseguida a qué clase pertenece.  –Clase VIP –le contestaba Alicia risueña.

Álvaro la besaba una y mil veces por todos los poros de su piel.

–Ya hueles como la tierra, formas parte de ella. No puedes alejarte de aquí y de mí porque siempre me tendrás pegado a ti estés donde estés. ¡A Dios pongo por testigo!

Y si le dejó en brazos de Olivia, sabía que sería una pareja imposible, pero quiso probar si Álvaro era capaz de resistir cierto tipo de tentaciones y es evidente que no pudo. Olivia consiguió desarraigarlo de su tierra, de su trabajo en el cortijo, de la relación casi religiosa que conforman los hombres que viven de la tierra, sean amos o jornaleros. Olivia le abandono cuando Álvaro ya no pertenencia a su tierra. Anduvo perdido mucho tiempo hasta que regresó a sus orígenes para morir mirando el cielo prometido. Alicia hizo un hatillo con su pañuelo y guardó allí las olivas apretándolas muy fuerte contra su pecho. Nunca volvería allí, porque no hay más paraísos que los perdidos.