Los últimos arreboles se perdían tras el ocaso áureo mágico. Había una magia especial en este lugar. Una luz lumínica ardía sobre el olivar, todo lo envolvía con su luz ampa y destellos rojos y anaranjados. El embargo hacía que mi mundo se derrumbara, todo alrededor era parte de mí, mi sombra, me sentía parte del entorno. Nací, crecí y ahora que mi madurez se ha forjado junto a los olivos, tengo que desprenderme de lo que más quiero. Son muchas las deudas que me asfixian. No sé a quién acudir, a qué puerta llamar, todo mi mundo se viene abajo. Los bancos ya no me conceden más préstamos. Quería quebrar la sombra de la vida, estrangularla, me sentía frustrada y por momentos, me hundía más y más en mi angustia. Me sentía tan sola, tan abatida, tan derrotada…Todo lo que mis padres habían conseguido de la nada, ahora estaba a punto de perderlo. No podía respirar. Salí a dar un paseo por el campo. Todo estaba tan verde… las amapolas se mezclaban con el trigo dorado por el sol y el riachuelo seguía su rumbo tranquilo. Su agua cristalina y fría al meter los pies en el hizo que me espabilara. ¿Cómo no lo había pensado antes? Estaba tan abrumada con este ir y venir de ideas que se habían apoderado de mí derrotándome, llevando mi vida por derroteros que me estaban llevando a mi fin. Ahora lo veía todo claro, como recién creado. Era un arma de doble filo lo que estaba pasando por mi cabeza, apuntando directamente al corazón.
Se hacía por enero un Concurso de Cata del mejor aceite y el que ganara se llevaría en metálico 30.000 euros, cantidad suficiente para pagar mi deuda y así, no me embargarían la finca y la casa que me vio nacer, donde di mis primeros pasos, donde celebré tantos cumpleaños alrededor del fuego, donde las llamas pausadas consumían los troncos que mi padre cortaba de los olivos secos, donde brindábamos por un año más juntos y cortábamos la tarta a la vez que cantábamos forzando la garganta hasta quedar dormidos por el calor del fuego. Era la hora de irse a la cama, ya tenía un año más.
Me siento perdida, las sombras de la incertidumbre me acechan, no tengo esperanza en mi vida, me siento tan sola, tan sumamente entristecida que hasta el aire se aleja de mí. No hay nadie que me dé compañía, tan sólo mi perro es el único que no me deja sola.
Me gusta la lectura, en concreto los poetas Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez… Admiro su sensibilidad, su alta calidad literaria. Mis libros son la luz que brilla en la oscuridad, una lamparita que nunca se apaga. Me duermo con un libro entre mis manos. Entro en su fondo formando parte de ellos.
Los libros, los olivos y mi perro Boby son mi mayor tesoro.
Tengo un sueño, ganar el Concurso de Cata de aceite. Mis olivos son centenarios, dan buen aceite, el terreno, los olivos tienen vida propia, respiran, sienten y padecen. Hablo con ellos y estos me entienden.
La tierra de Jaén es idónea para que se produzca el milagro de convertir unos frutos verdes en un espeso y exquisito aceite. Es su aroma y textura alimento de Dioses.
Tenía que inscribirme en el Concurso. Desayuné como de costumbre, café fuerte de Colombia recién molido y pan rústico con aceite de mis olivos. Me trasportaba a un lugar mágico recién creado, pero tenía que tener los pies en la tierra, concentrarme en mi Proyecto, escoger los mejores frutos para llevarlos a la Almazara como de costumbre, a la misma que mis padres y mis antepasados llevaban las aceitunas para transformarlas en aceite. Nos quedábamos con aceite para todo el año y el restante se lo quedaba la Almazara. Con ese dinero que obteníamos de las aceitunas nos serviría para sostener a toda una familia, comida, vestimenta y demás pagos.
Ahora estoy sola, tengo que hacer el trabajo sólo con mis brazos curtidos por el sol, fuertes, inquebrantables. Estoy durante todo el día recogiendo aceitunas en tiempo de recolección y cuando no es tiempo de recogida, les quito las malas hierbas, las riego, las mimo porque para mí tienen vida propia. Respiran, padecen, sienten, hablo con ellas y ellas me entienden.
Estoy nerviosa, la suerte está echada, estoy dentro del Concurso. Mis aceitunas son lo único que me puede ayudar para no perderlo todo. Tengo que ganar, de lo contrario no sabría dónde ir, me perdería en un mundo desconocido para mí. Siempre he estado aquí, éste es mi hogar. Es esta tierra en la que he echado raíces, la que me tiene viva, sin ella me habría conducido al fin de mi existencia.
Leo en mis libros poemas del glauco mar, la espuma blanca que bate la arena envolviendo con su fuerza el alma del poeta, que se deja llevar por su olor, por ese ir y venir de su oleaje. No me atrae la idea de visitar esa majestuosidad de lo desconocido, de su sabor salado, de su paz, de su grandeza. Sólo se de olivos, de aceite, de vida porque para mí los olivos son mi vida. Nací al pie de un olivo y vivo entre ellos. Son mi fuerza, mi esfuerzo diario, mi sustento, mi forma de vida.
La tarde sempiterna caía, era hora de irse a la cama. Solía leer para conciliar el sueño. Me sentía agitada, por más que lo intentaba, el sueño no lograba venir hacia mí. Leía un libro tras otro para caer en las olas en la marea de mi sueño inquieto, en el fondo de lo oculto, guiándome en mi sueño, pero había una fuerza mayor que hacía que estuviera despierta. Estuve sin dormir toda la noche. Sólo faltaban dos horas para que, al alba, con los primeros y tímidos rayos de sol, empezara mi tarea matutina, pero este no era un día cualquiera, era el día que definiría mi situación como dueña de todo lo que poseía: casa, olivos, incluido el riachuelo que con su agua cristalina me refrescaba en verano y calmaba la sed de los olivos durante todo el año. Siempre iba desbordante de agua, era mi mayor tesoro junto con los olivos.
Entré en una sala enorme con una gran Biblioteca que ocupaba la parte izquierda de la sala, una lámpara enorme pendía del techo con gotas de cristal bien pulidas y brillantes. Sentía en el interior de mis tímpanos el sonido de alguien que reclamaba mi presencia. Era el momento de saber quién había ganado el Concurso. Había un hombre oculto tras un papel doblado, esa persona recibiría el dinero que tanto me hacía falta. Pasé el umbral y me senté en el último banco de madera, incliné la cabeza tapándola con mis manos, estaba temblando. Entre llantos y risas empecé a repetir mi nombre. Era yo la ganadora del Premio que haría que conservara mi fortaleza.
Estaba más tranquila, aquella noche dormí de un tirón, las sombres aladas dieron paso a la luz. Había conseguido la estabilidad que deseaba. Empecé a ser yo misma. Con mi trabajo y esfuerzo logré tener los mejores olivos del entorno que producían un excelente aceite.
Estaba muy cansada, no sé cómo me derribó unas ramas que iba a retirar cayendo en el suelo y perdiendo el conocimiento. Cuando desperté lo primero que vi fue un ángel, pensaba que estaba en el Cielo, en otra dimensión, había una música de fondo, venía de la habitación de al lado, pero mi atención recayó sobre un hombre de ojos claros, cabello oscuro, tostado por el sol. Me habló con dulzura, enmudecí. Pienso que en ese mismo momento me enamoré perdidamente de él. Él no paraba de hablar, era tal mi impresión al verlo que me quedé como una estatua de sal, no pude mover ni un solo músculo de mi cuerpo. A partir de este momento, todo mi pasado se convirtió en mi presente. Lo que sentí por él golpeó mi pecho con fuerza sintiendo que todo mi ser ardía como cuando mi padre encendía el fuego y todos alrededor de él escuchábamos sus relatos quedándonos con la boca abierta. Pienso que podía haber sido un buen escritor pues nunca repetía la misma historia. Parecían tan reales como si las hubiese vivido. Eran auténticas como la propia vida, pareciendo que estaba leyendo un libro de un autor que había pasado a formar parte de los escritores más leídos y sus libros formaban parte de la historia.
Mis clipsos no se cansaban de mirar su verde mirada reflejándose en mis oscuros ojos, perdiéndome en su mirada.
Más tarde supe que era médico que se encontraba soltero, no tenía ataduras, era libre como el viento que mueve los retoños tiernos de los olivos meciéndolos como una madre acoge en su seno a su hijo, cantándole una nana para que se duerma.
Me dieron el alta, sufrí un desmayo por el cansancio y las preocupaciones, la escasa alimentación y las noches de insomnio. Debía de hacer una dieta equilibrada, dormir más y echar menos horas de trabajo. No podía renunciar al trabajo, era lo que me daba fuerzas para seguir viviendo. Era lo único que me mantenía viva formando parte de la tierra que me sostenía, parte de los olivos que eran mi sustento.
No debí de pasar inadvertida por el Doctor que me atendió porque sentí unos golpes secos en la puerta. No tenía muchas visitas y menos a estas horas. Estaba cenando, me levanté de la mesa, recorrí el largo pasillo que conducía hasta la cancela y abrí lentamente la puerta. Nuevamente me convertí en una estatua de sal, casi pierdo el conocimiento. Me saludó cordialmente y, cómo no, le invité a que entrara en mi morada. Decididamente pasó el umbral cálido de mi casa adentrándose en mi hogar, el único lugar que podía decir que era mío. Me cogió de la mano y casi a rastras porque estaba petrificada conduciéndome hacia el comedor. Me hizo sentar en una silla. Serenamente me habló de sus sentimientos, justamente eran idénticos a los míos. Mis manos pétricas rozaron las suyas convirtiendo la sal en fuego. Yo era fuego al lado suyo, un volcán en erupción. Necesitaba agua que apagara el fuego que sentía por dentro o arderíamos los dos. Me tranquilizó con sus palabras al mismo tiempo que impulsivamente rodeé su cuello y lo besé. Era la primera vez que besaba a un hombre, la primera vez que me enamoraba, la primera vez que sentía este fuego que me estaba dejando reducida a cenizas. Él era el agua fresca que necesitaba para calmar mi sed, el agua que quería que recorriera mi cuerpo sediento de él. El agua que brotaba de él mismo y que yo necesitaba urgentemente porque me estaba devorando el fuego consumiéndome, asfixiándome. Él era la fuente de agua clara que calmaba mi sed despertando sensaciones que nunca antes había sentido, calmando la sed de mi alma.
Después de dejar al descubierto nuestros sentimientos, le invité a que saliera amablemente de mi casa. Esa noche no pude dormir. Se repetía una y otra vez el beso dulce y, a la vez, apasionado, lo sentía en toda mi piel, respiraba a través de mis poros, se metía en mi sueño instalándose en él.
Después de una noche tormentosa, amaneció un día claro. No podía quitarme de la cabeza el beso. Lo sentía latir dentro de mí. Impulsivamente mis pasos me llevaron hasta su consulta. Observé que estaba nervioso, probablemente pensó qué podría hacer yo allí. Supe que en este mismo momento no podía vivir sin él, era el centro de mi vida, lo era todo para mí, mis días y mis noches, la fuerza que impulsaba mi vida.
Entré toda temblorosa cerrando la puerta tras de mí. Él, todo trajeado, estaba detrás de la mesa de su despacho sentado en un sillón de cuero. Con la mirada me invitó a sentarme invitándome a sentarme, me cogió de la mano, este gesto hizo que me sintiera relajada. Ese fue el principio de un amor de novela en lo que todo acaba bien, con una gran boda, flores, invitados…
La luna de miel fue especial: Venecia, París, Nueva York…Todo lo que no había visitado antes, ahora por primera vez mis ojos admiraban cada rincón del país que visitaba. Jamás olvidaría todo lo vivido con el hombre que amaba hasta el final de nuestros días.
Volvimos a Jaén, la vida seguía, serena, tranquila. Él en su consulta y yo con el día a día de trabajo y sudor. Todo marchaba bien. Teníamos todo un mundo a nuestros pies. Éramos felices con lo que poseíamos, que era mucho hasta que un día mi marido hizo que me sentara al otro lado de la mesa de su despacho. Lo noté nervioso, pálido. Era sin duda importante lo que tenía que decirme. Su nerviosismo hizo que yo también lo estuviese. Le pregunté qué pasaba y tras infinidad de rodeos interminables me habló de una penosa enfermedad poco conocida a la que denominan Enfermedades Raras que al que le toca se va en poco tiempo.
Se levantó de su sillón abrazándome con fuerza. Ahora sabía que era algo que me concernía a mí y que era la causa de su nerviosismo. En términos médicos no entendía lo que me quería decir hasta que derrotado, cayendo una lágrima de sus ojos rodando por sus mejillas, me dijo que me faltaba un mes, a lo sumo dos meses, para dejar de respirar, que me iría de su vida, así como había llegado hasta él. Todo mi mundo se derrumbó, no entendía lo que me estaba diciendo, no podía ser. Yo me encontraba bien, debía ser una confusión.
Ahora no podía apartarme de su lado. Me faltaba el aíre, no podía respirar. Salí corriendo sin rumbo fijo. Él intentó seguirme, pero mis pies eran más veloces que los de él. No podía creerme lo que momentos antes me había confesado. ¿Cómo vivir con este dolor, con tener que contar las semanas, los días, las horas, los minutos y segundos que me faltaban para dejarle? Tenía tanto miedo a lo desconocido, a cruzar el umbral de la vida a la muerte y, sobre todo, tenía miedo a no verle nunca más, a no sentir su calor, sus besos, a no sentirlo cerca.
Me fui a mi casa y me acosté. Me tapé la cabeza con las sábanas, no quería pensar, sólo dormir. Me sentía tan cansada que pronto me dormí. Al despertarme, me encontré con él. Sentí como me abrazaba, cómo sostenía mi dolor, cómo me infundía ánimos para no dejarme llevar por la desesperación.
Juntos caminamos por la misma senda hasta un final que pronto pondría fin a nuestra felicidad, pero hasta entonces teníamos muchas cosas que hacer.
Dejé el duro trabajo pensando más en mí, arreglándome viendo obras de Teatro, musicales, visitando Museos, ciudades en las que antes no había estado y ahora por primera vez veían mis cansados ojos que poco a poco se iban apagando, apagando la luz y el brillo que me caracterizaban. Él seguía a mi lado, no me dejaba nunca sola, me cogía de la mano y yo no me soltaba de ella. Él era mi sombra, mi guía, mi fiel compañero de andaduras. Él era el fiel reflejo de mí. Mirándome en el espejo de sus claros ojos me veía reflejada en ellos. Toda mi vida dependía de él. Para mí era como el aire. Sin él no podía respirar, si me faltaba, moriría al instante. No moriría por la rara enfermedad que padecía sino por su abandono, cosa que no era así. Nunca me dejaría sino todo lo contrario. Siempre estaba pendiente de mí. Dejó su trabajo para cuidarme, para mimarme, para amarme. Se pasaba las horas contemplándome. Me colmaba de besos, de caricias.
La casa olía a rosas, mis flores preferidas, rosas rojas que tenían un olor especial envolviendo el ambiente. Había flores por todas partes: en mi mesita, en el salón, en el hall y hasta plantó rosas alrededor de la casa.
Sentía la muerte en mí, era inminente que pronto dejaría de existir, pero antes quise hundir mis pies en la tierra quedando marcadas mis huellas, dar un último vistazo a los olivos que fueron parte de mi existencia. Siempre estaban ahí, perennes, indoloros. Mecían sus ramas cuando soplaba el viento cayendo una que otra aceituna al suelo, pero no importaba, siempre quedaban las mejores, las más brillantes, las mejor formadas. Quise ver que seguían ahí y aún después de irme, ellos seguirían dando buen aceite, el mejor de la zona.
Es duro dejar todo por lo que has luchado. Ahora lo tengo que dejar escapar, no tengo fuerzas. Mi marido me cogió entre sus brazos y me llevó hasta la cama. Mi respiración era forzada y mi mirada estaba perdida. Se posaba en la única mirada que quería ver, sus ojos. No quería irme. Hacía un esfuerzo por quedarme. Me cogió las manos con fuerza, me dejé llevar, sentía su calor al tiempo que el frío tacto de la muerte se iba instalando en mí. La cripta estaba abierta, esperándome. Sólo hay olivos, mi familia, mi marido en mis recuerdos. Mis ojos se han cerrado, ya no hay luz, sólo tinieblas. Los olivos lloran en silencio porque sólo me verán a lo lejos y mi marido me colmará de besos. Quiere que su calor quite el gélido frío de la muerte, pero lo que no sabe es que siempre estaré en este lugar, entre los olivos. Siempre estaré velando su sueño, vigilando para que no tropiece, para que el día le sonría, que brille con luz propia y que sea feliz entre olivos esperando que al fin de sus días me vuelva a coger de la mano y me lleve por el sendero que un día recorrimos juntos. Recuerdos, no son sólo recuerdos, son vivencias que nos han marcado.